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domingo, 4 de abril de 2010

DOMINGOS DE NOSTALGIA 3

He visto un documental sobre un zoo de la antigua Yugoslavia realmente curioso por el tiempo que le dedican sus creadores a los cisnes. Siempre me ha fascinado la majestuosidad de esas aves altaneras que parecen dotadas de lo excelso. Verlas trasladarse sobre las aguas como si caminaran sobre las nubes, sin inclinar sus cabezas ante ninguna circunstancia, es un espectáculo digno de atención.

No sé por qué relaciono los cisnes con la soledad. Quizás por aquel cuento que leí en mis primeros días de lector infantil, de niño curioso que quería saberlo todo, El patito feo, que tanto me puso a pensar. De cómo aquel animalito acosado por sus hermanos por ser "distinto", con el tiempo, al crecer, se convirtió en un cisne, bellísimo, que resplandecía alrededor de quienes tanto se habían burlado de su "fealdad". De ese cuento aprendí dos cosas importantes que aún hoy forman parte de mi manera de pensar y razonar y ver el mundo circundante: nadie debe burlarse de quien no tiene la suerte de ser hermoso, y la belleza no sólo puede estar en el aspecto físico de un ser humano, sino en todo lo demás que lleva "dentro" y que siempre estará por encima de lo que muestra en su "exterior".

Lamentablemente en nuestras sociedades de hoy, súper tecnológicas, se mira demasiado la belleza externa. Eso me genera cierto pesimismo por cuanto son discriminados quienes no tengan una sonrisa como Maribel Verdú o un cuerpo como Claudia Schiffer, por citar dos ejemplos del físico femenino tan valorado por "cazadores" de bellezas (físicas) para la televisión, el cine o la publicidad.

Pero el documental me hizo regresar a mis recuerdos y a la música que siempre los acompaña. Entre mis piezas favoritas encontré y tarareé mentalmente estas tres en las que sus protagonistas son precisamente cisnes y que tantas horas de disfrute me han proporcionado: El lago de los cisnes, clásico ballet de Tchaikovski, cuya representación escénica es una muestra de verdadero arte que nadie debería perderse. La muerte del cisne, esa joyita, de Saint Saëns, pedacito de música remansado en la melancolía, donde vi realzarse el arte de tantas bailarinas espléndidas como aquella inolvidable Maia Plisetskaia que alumbraba con su exquisitez a cualqueir ojo que disfrutara del inmenso placer de contemplarla. Pero la nostalgia me llega de otro cisne, de El cisne de Tuonella, pequeña pieza llena de ese sentimiento de anhelo y añoranza que Jan Sibelius llevó del pentagrama a los sonidos, convirtiendo momentos de éxtasis en la sempiterna tristeza por una soledad de los domingos que siempre me acompaña en los últimos años en que no puedo librarme de su sombra, quizás porque no quiero librarme, porque a veces la sombra de la soledad beneficia, al cuerpo y a la mente. Y esa problemática la hice referencia literaria en un poema que expone varias soledades que con frecuencia, quiéralo o no, afronta el ser humano como parte sustancial de esta vida que nos ha tocado, para bien o para mal...

SOLEDADES
Eres solo, estás solo, vives solo abrigándote
con los recuerdos protectores del frío de la soledad.
Porque la soledad de un ser humano solo
que no desea ser ni estar ni vivir solo
siempre es fría, sobre todo en las noches
cuando son más latentes las ansias
de abrazos quemantes como mantas
que tanto se extrañan, no por no tenerlos hoy
sino porque un día (o muchos días) los tuvimos,
cuando la soledad sólo era una queja ridícula
llorada en el entorno familiar por alguna sollterona
que siempre padecemos en nuestras familias.
Pero la soledad peor, la que lacera mucho más
el cuerpo, privado de la compañía deseada,
es la que revolotea alrededor de los anhelos
cuando nos sumergimos en una multitud
que no nos toma en cuenta para nada,
en andenes de Metro, en estaciones de autobuses,
en aeropuertos(especialmente en eropuertos)
infestados de parejas o grupos que van a volar
y a disfrutar de un espacio de tiempo
quizás corto pero eso sí, juntos,
o que esperan para no estar solos por más tiempo,
ignorando carencias y necesidades
que no impotan a nadie más que a quien las sufre.
Metido en un tumulto, insertado inobjetablemente en una multitud
de encuentro sin programa mediante,
rodeado de personas que casi no te miran,
es cuando más sientes la ausencia,
pues no hay soledad más implacable que la no deseada
en medio de una multitud que no está sola
aunque cuando al fin estés con alguien
que te haya librado de sentirte al borde
del abismo,
al poco tiempo sientas un clamor dándote golpes en el pecho
resucitando un tantas veces repetido anhelo
de abrazarte a tu antigua
y ahora nuevamente añorada soledad
porqie la soledad de dos en compañía
nos machaca con crueldad hasta dejarnos fuera de combate...
Augusto Lázaro

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