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martes, 23 de febrero de 2016

LINTERNA EN EL GIMNASIO

--Pero, señor Diógenes, ¿qué diablos hace usted aquí con esa linterna a media mañana?
--¡Ah! Pues como siempre, hijo, buscando, siempre buscando.
--¿Buscando? ¿Buscando qué? Porque no me va a decir que todavía sigue usted con esa matraquilla de buscar un hombre. ¿No ha superado ese desatino histórico suyo?
--Hijo, con la edad es difícil superar muchas cosas.
--¿Y entonces?
--Pues nada, que ahora estoy buscando un político que no sea corrupto.
--Perdone, pero es usted ingenuo, porque no conozco a ningún político que no sea corrupto.
--Alguno habrá... y a ése tengo que encontrarlo, aunque sea lo último que haga en mi ya larga vida.
--Y suponiendo que lo encontrara... ¿qué iba a hacer con él?
--Está más claro que un día sin nubes, hijo: ponerlo de presidente a ver si arregla este potaje.
--Pues oiga, con todo respeto, señor Diógenes, los políticos no pueden ser honrados como usted cree que puede encontrar algunos. Y si me permite, le explico por qué.
--Soy todo oídos, hijo. A ver, desembucha.
--Pues oiga. No pueden ser honrados, porque lo que persiguen los políticos es:
1) ganar bastante pasta y vivir como jerarcas en espacios que rebasan los mil metros cuadrados.
2) prometer todo lo prometible y calidad suprema (como los turrones de La Viuda) de vida si son elegidos para posar sus traseros en las instituciones correspondientes (Congreso, Senado,  Comunidades, Ayuntamientos, etc.).
3) no cumplir nada de lo que prometieron antes de ser elegidos.
4) salir en periódicos, revistas, suplementos, la radio, la televisión, etc., figurando en otro estilo de famoseo, quizás menos chusma que el rosa, pero igual de sandio, y ganarse la fama que los ayude a ganar la fortuna que tan pronto toman posesión de sus cargos empiezan a amasar.
5) insultarse unos a otros, echándose la culpa de todo mutuamente, haciendo el paripé de que son los más veraces, los más esforzados, los mejores de la historia, y que los adversarios son los peores, etc.
--Pero... ¿y el pueblo?
--Pero señor Diógenes... ¿usted cree que los políticos se acuerdan del pueblo?
--Pero hijo mío, qué descreído eres. Claro que se acuerdan, no todos son así como me los has pintado.
--Ya veo que está usted, como se dice, detrás del palo.
--Traduce, hijo, que ya sabes que un viejo se mantiene al margen de la modernidad.
--Mire, mejor no hablamos de eso, porque usted está buscando un imposible y yo lo que veo es que su nueva decepción va a ser mayor a la que sufrió cuando no encontró aquel hombre que andaba buscando con su famosa linterna. Por cierto, veo que alumbra, se ve que es de las buenas, de marca, vamos.
--Pues sí, la compré hace unos días, porque la que traía alumbraba menos que una cerilla.
--En fin, que siga usted buscando, va y encuentra algún político honrado, que como dice y cree ud, alguno habrá, o quizás hasta varios, pero con lo que está cayendo y con el espectáculo que nos están dando, dudo mucho que haya tantos como se supone que debería haber. ¿No lee usted los periódicos, no ve la televisión?
--No, hijo, ya no tengo disposición, la vista me falla, y estoy cansado. Los periódicos publican lo que los jefes quieren que se publique, y la televisión sólo muestra desgracias, tragedias, tonterías, y ya yo no estoy para ver y oír tantas barbaridades.
--Tiene mucha razón. Mire, lo invito a tomarnos un cafecito ahí en la esquina, ya verá cómo se siente con más ánimos y hasta quizás abandona esa idea peregrina que lo está atormentando. Ande, vamos, anímese... y olvídese de los políticos. Haga como ellos, que se olvidan de nosotros los pobres mortales... Venga, vamos por ese cafecito...

Augusto Lázaro

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lunes, 15 de febrero de 2016

¡QUE VIVA LA PEPA!

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Esta mañana me desperté, como de costumbre, a las 07.30. Fui al baño, me aseé, me afeité. Había electricidad. Desayuné lo que suelo desayunar todas las mañanas. Tenía alimentos para hacerlo. Estuve un rato trabajando con la computadora. Funcionó bien, como siempre. Leí durante un par de horas. Me vestí y salí a la calle. Me subí a un autobús. Funcionaban correctamente los autobuses. Todo estaba igual. Tras dar mi paseo habitual y hacer mis gestiones, regresé a mi casa después de almorzar. En el comedor había comida y el servicio se mantenía igual que siempre. Y así continuó todo el día. Y seguro que así continuará todo el mes. Y...me pagarán la pensión, llevaré mi vida normal, iré a donde desee ir por el medio de transporte que más me convenga, compraré alguna ropa para el verano próximo, visitaré alguna exposición, leeré, escribiré, oiré música en mi equipo, veré alguna película en mi televisor, compartiré algunos ratos agradables con mis amistades, etc. O sea, que en España no hay gobierno, pero ni yo ni los medios que utilizo nos hemos enterado, porque todo sigue funcionando exactamente igual. Nada se ha detenido. Nada ha cambiado. Nada se ha desmoronado a pesar de los fuertes aguaceros que nos han inundado en los últimos días. En resumen: ¿para qué nos hace falta un gobierno? Si vivimos exactamente igual (quizás mejor) sin ese aparato cuya mayoría es una panda de sinvergüenzas que sólo se ocupa de acceder al poder para forrarse y entrar en el “figurao”. ¿Vale la pena tener un gobierno? A ver, convénzanme de sus bondades, porque yo, la verdad, no las veo por ningún lugar ni en ningún aspecto...

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Tengo un par de (buenas) amigas con las cuales comparto un momento del día especialmente delicioso: el almuerzo. Con ellas paso un par de horas charlando de un montón de asuntos que nos hacen más deliciosa aún esa ingestión imprescindible que tiene que hacer un ser humano: comer. Pues bien, entre esos asuntos de que hablamos nunca (o casi para ser más exacto) hablamos de lo que habla la mayoría de los ciudadanos con minúscula (para no confundirlos con uno de esos partidos políticos que va a salvar este país según predican, aunque en realidad no se lo crean ellos mismos), o sea: de fútbol, de política, de famosos... Porque en este delicioso país todo el mundo es entrenador de fútbol, político, médico, y hasta crítico de la farándula. Cualquier persona que conozcas puede darte un consejo sobre qué tomar o consumir en caso de que no estés bien de salud por algún problema que seguramente esa persona conoce cómo resolverlo, o darte una detallada explicación del por qué tu equipo perdió anoche el partido frente al visitante, o de quién será el próximo gobernante del país y por qué no será el otro, y etc. ¡Qué gente más instruida tenemos, caramba! Así da gusto conversar y pasar un buen rato disertando sobre estos temas imprescindibles al parecer en cualquier encuentro, casual o planificado, móvil aparte...

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Y mientras nosotros aquí malgastamos el tiempo hablando de cosas tan lejanas que no nos interesan, ignoramos la real situación que sí debería afectarnos y que el tiempo, que jamás se detiene, se encargará algún día de pasarnos la cuenta por tanta desidia que hemos demostrado y por tantos desatinos, indiferencias, desatenciones, a esos asuntos que abandonamos por adentrarnos en cuestiones baladíes y tontas que nada aportan al desarrollo de este país y a resolver los tremendos problemas que padecemos y que al parecer a muy poca, a demasiado poca gente interesa de verdad atender y resolver... Pero repitamos aquel grito famoso de hace tantísimo tiempo que parece ser un himno que todos entonamos en estos momentos de crisis: ¡QUE VIVA LA PEPA!

Augusto Lázaro



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lunes, 8 de febrero de 2016

DEJA ESO Y A OTRA COSA... PORSIA

Dos viejos pánicos no es sólo el título de una obra teatral de Virgilio Piñera (dramaturgo, narrador y poeta cubano fallecido que fue perseguido por el régimen por su homosexualidad y su actitud antirrevolucionaria): es el período que nos espera ahora que el rey Felipe VI ha propuesto un candidato para que intente formar gobierno, conociendo muy bien la casi imposibilidad de que esto pueda realizarse, debido a las grandes discrepancias existentes entre los posibles “socios” para La Moncloa, y las exigencias de los inquilinos del “gallinero” del Gimnasio (permítanme calificar así al ilustre Congreso de los Diputados), de las cuales (las discrepancias) han hecho claras muestras en todos los medios que se han dado banquete con el culebrón del país incapaz de formar un gobierno a casi dos meses de transcurridas las elecciones generales últimas, que parece que han disparado (y aumentado) los odios, en lugar del amor que todos los españoles desearían ver en sus actuales y futuros dirigentes, cosa al parecer imposible en la península cainita y dividida cada día más...

País éste difícil de gobernar, sin dudas. Pero quienes realmente padecen (y seguirán padeciendo mucho tiempo todavía) son sus pobladores, que soportan resignadamente a quienes sólo piensan en ellos, en alcanzar posiciones que les otorguen sobre todo DINERO Y PODER, que es su máxima aspiración, a veces patológica, como en el caso que me ocupa en estos momentos. Aquí los contrincantes (¿?) en la “lucha” por el poder no se consideran adversarios, como en cualquier país civilizado, sino enemigos, gente a la que hay que tratar de destruir y si es posible, eliminar de la “contienda”. ¿Por qué ese odio?, me pregunto. Hay que acudir a nuestros clásicos en la época de oro de las letras españolas para indagar sobre el origen de ese porqué. Quizás en sus escritos encontremos razones de peso que justifiquen que los políticos del patio se esfuercen tanto por dañar el país que se ufanan en hacer creer que aman y desean que “progrese”. Y ya sabemos cuál será ese “progreso” en caso de que accedan al poder quienes sueñan con ver este país fragmentado, empobrecido, “madurado” como Venezuela, implantando un sistema que aunque el señor Sánchez crea (inocente que es a su edad) que será él quien gobierne, serán otros quienes le impongan su criterio y su ley, porque serán los más fuertes y listos que manipularán, como marionetas, a quienes hayan pactado con ellos con tal de llegar a La Moncloa y repetirse frente a uno de sus lujosos espejos: “¡soy el presidente del gobierno! ¡He triunfado!”...

A mí, como uno de los millones de blogueros que se permite opinar en un país donde eso carece cada vez más de importancia y donde menos afectan las opiniones de eso que llamamos pueblo a quienes lo dirigen y gobiernan o aspiran a hacerlo, la salida más sensata sería (y en eso estoy) olvidarme de la dichosa política y dedicar mis esfuerzos que a mi edad ya son bastante consumidores de energía (necesaria para empeños mayores, como decía mi ex suegro) a otros asuntos verdaderamente importantes y dejar que cada sartén fría su huevo y siguiendo la máxima del maestro Juan Sardá: “lo que sea, sonará”. Y que pasen una feliz semana...

Augusto Lázaro


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lunes, 1 de febrero de 2016

¡QUE ALEGRIA ME DA VERTE!

Todos conocemos a una o más personas que se dedican a meterse en lo que no les importa, sin que nadie las haya llamado a intervenir en ningún tipo de conflicto que ocurra entre otras personas. Sucede que en la mayoría de los casos quien suele “meterse en lo que no le importa” sale mal parado, pues las partes contrincantes no admiten que un extraño intente indicarles lo que tienen que hacer y cómo deben resolver sus conflictos. Los medios han reseñado muchísimos casos de personas que en el fondo lo que han pretendido es resolver un problema ajeno que no les compete, quizás con la mejor intención del mundo, pero pasándose de “buenazos” que han ido por lana y han salido trasquilados. Como era de esperarse. Lección 1: meterse en lo que no le importa sólo puede traerle consecuencias negativas y a veces hasta peligrosas. Ocúpese de lo suyo, que seguramente merece mucha más atención de la que suele darle, y verá qué feliz se siente sin querer “arreglar el mundo” o a los seres humanos, que mejor están sin  que usted quiera “arreglarlos” ni decirles cómo tienen que pensar, hablar y actuar. Porque eso no le gusta a nadie que se lo “recuerden”...

Todos conocemos a alguna o a varias de esas personas que al parecer se creen con sabiduría y facultades suficientes para enmendarle la plana a quienes tratan, y que están al tanto de lo que dice el otro (o la otra) para de inmediato rectificarlo y aclararle que tal cosa no es así, sino como lo ve el que todo lo sabe y lo domina y se autoconsidera un erudito con la capacidad (y además el deber) para “ayudar” a que se exprese correctamente, o a que actúe como debe actuar, o a que se comporte de la manera que la persona entrometida cree que es correcto comportarse. O sea, decirle cómo tiene (no cómo debe, sino cómo tiene) que pensar, hablar, actuar, vivir... De ese tipo de personas yo conozco unas cuantas que sin embargo, ni siquiera tienen buena ortografía y son osadas para intentar colocarse (eso es lo que quieren en el fondo) por encima del criticado con tanta insistencia...

Lo más recomendable en estos casos es optar por una indiferencia que puede interpretarse como menosprecio a los demás, en este caso no a todos los demás, sino a los enmendadores de plana, a los especialistas en corregir a los otros, a los rectificadores constantes que sólo esperan a que ud abra su boca para de inmediato señalarle un error, una falta, una incorrección que ud ha cometido, y que esa persona tan sabihonda tiene que rectificarle. Pero no se preocupe de lo que piensen o hablen de ud, acuérdese de lo que dijo Oscar Wilde: “sólo hay una cosa peor que hablen de uno, y es... ¡que no hablen!”. Y con más razón si se trata de esos personajes metomentodo que tanto abundan. Son seres realmente pesados, impresentables, que es una lástima que ese tiempo que pierden ocupándose de los demás no lo inviertan en ocuparse de corregir, rectificar y enmendar sus propias planas, que seguramente están necesitadas de superar las meteduras de pata que tanto cometen mientras pierden su tiempo intentando hacer ver que son lo que distan mucho de ser, o sea, personas con suficiente sabiduría para colocarse por encima de los otros intelectualmente...

Augusto Lázaro


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