Pues eso, que lo que alguien emite como opinión
mediante la escritura en Internet o en papel, ya no le pertenece, por tanto, no
tiene derecho a ripostar las críticas que le hagan a lo que escribió. Es tonto
pretender ponerse a explicarle a cada cual lo que quiso decir, en caso de que
cada cual haya entendido otra cosa. Cada cual tiene derecho a interpretar lo
que vea, oiga o lea, como le dé la gana o como su capacidad de entender le
permita. Al que no le gusten las críticas le recomiendo que "cierre el
pico" y mejor permanezca calladito sin decir ni pío... ¡Ah!, y que se
dedique a otro oficio…
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Conocí a uno de esos que se consideran genios que era
insoportable: cada vez que alguien le hablaba de su libro (por suerte el único
que publicó) y le señalaba algún detalle negativo, el hombre se ponía como un
basilisco y poco faltaba para que agrediera físicamente a su lector crítico. Imagínate
-le decía yo, de tonto, porque ni él ni nadie cambiará nunca- que tú tuvieras
que sentarte al lado de cada lector de tu libro a explicarle lo que según tú
ese lector no entendía. Y en todo el mundo. Supongamos que tuvieras 10,000
lectores a los que tuvieras que explicarle (burros que eran) lo que sus
cerebros subdesarrollados no habían sido capaces de vislumbrar en tu obra
maestra. ¿Te lo imaginas?
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Escribir implica riesgos, aparte de que nuestra
sociedad no acepta esa dedicación a veces tormentosa como un trabajo. A mi han
llegado a decirme: “pero si tú no trabajas, tú lo único que haces es escribir”,
y otras lindezas similares. Y es muy duro para quien se pasa uno o más años de
su vida pegado a las teclas, haciendo lo que puede ser una gran obra o una
mierda, eso nadie lo puede saber de antemano, que cuando lleve lo que ha hecho
y le ha costado no sólo el esfuerzo de hacerlo, sino el haber dejado de hacer
muchas cosas que le producen placer y alegría, le digan “lo sentimos, pero
nuestra editorial está al tope y no podemos aceptar su obra”. Conozco una
anécdota de juventud de alguien a quien preguntaron sus amigos qué prefería, si
leer a Marx (o a Savonarola, por ejemplo) o ir a una cita con una chica
presentable, y el joven no vaciló en contestar que ir a la cita con la chica
que seguramente le iba a proporcionar la dicha que los libros de esos grandes
filósofos (u otros cualesquiera) no le darían. Esta anécdota refleja lo que de
verdad vale la pena rechazar para dedicarse a algo que cada día tiene menos
importancia. Porque una cita con una chica que gusta jamás perderá su atractivo
ni su importancia de vivir y no perder el tiempo invirtiendo horas en hacer
cosas que a nadie le interesan y que sólo le dirán cuando sea viejo: “caray,
qué tiempo irrecuperable he perdido… ¿y para qué?”. Porque no todos somos León
Tolstói ni Marcel Proust para “perder” el tiempo creando obras maestras eternas
que jamás perecerán…
Augusto Lázaro
@lazarocasas38