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viernes, 19 de julio de 2013

LUCIA EN EL PUENTE DE LAS ARTES



¿Encontraría a La Maga? Desandando las calles de París, a veces demasiado frías, observando el movimiento de personas semejantes a hormigas que apuran sus itinerarios, cargadas aquellas con sus pensamientos de colectividad urbana y éstas con hojitas verdes que aumentarán sus despensas para el frío invierno que se acerca, la idea está ahí, siempre vigente, siempre a la espera de que un encuentro casual es lo menos casual de nuestras vidas...

Cortázar continúa buscando a La Maga cincuenta años después de haberla creado y mucho tiempo después de haberse muerto él, dejándonos su recuerdo literario y personal en el montón de personajes que también buscan incansables a la madre de Rocamadour en las calles de París, bajo la nieve que cae preciosa desde un cielo que ha bloqueado al astro rey sin posibilidad de dejar pasar sus rayos para que el bueno de Julio se caliente mientras no abandona la idea de encontrar a su amor entre los diez millones que pueblan la ciudad luz, la más grande del viejo y emputecido subcontinente...

Caminan abrazados bajo la lluvia helada, se miran y se besan bajo el cielo tan oscuro que parece anochecido prematuramente, corren, se detienen, se tocan, se acarician, retozan en su desandar por los bares de París, en busca del grupo de amigos que los arroparán dentro de una boite calientita como ella mantiene al bebé mientras mira a Julio y al niño no sabiendo en qué rostro detener sus ojos mágicos que no descansan al igual que su cuerpo en permanente movimiento, y él resplandece ante al amor que al parecer lo puede todo... pero todo es un sueño, ya La Maga no está, ya él está muerto, y buscarla ahora es una empresa inútil: París no la devolverá. La única opción es regresar a su origen, cruzando el Atlántico que un día pensó que no volvería a cruzar en esa dirección dejada y alejada de todo lo que tenía que ver con su vida antes de encontrar a Lucía...

Ella aparece entre la bruma de un invierno largo y a veces tormentoso, ella arropa a Rocamadour con mimos y ternezas, moviéndole los juguetes a su alrededor, mientras el bebé se queda hipnotizado ante el descubrimiento del mundo que se mueve, ella hierve el biberón y lo llena de leche para ponérselo en la boca en lugar de sus senos vacíos, ella habla con él como si él fuera un adulto que comprendiera sus palabras, ella lo mira embelesada, casi sin creer que esa cosita a la que llama mi arbolito, caballito de juguete, haya salido de sus propias entrañas... pero ella no sabe que todo en la vida es proclive a la muerte, no, ella no sabe, no puede saberlo... ella está mirando a dos rostros a la vez: a Julio y al bebé Rocamadour, terroncito de azúcar, pedacito de mí, vente con mamá, que Horacio te va a querer como yo lo quiero a él...

Y al final, la muerte... y al final, Buenos Aires con otros seres que cruzan el largo camino hacia la muerte... Talita no puede sustituir a La Maga, y Julio se sienta en un banco del parque casi tan frío como París en un invierno contrario al calendario europeo, porque al final sólo quedan los recuerdos, sólo queda la nostalgia, sólo queda intentar una vez más encontrar a La Maga en el Puente de las Artes, o en cualquier otro lugar ahora en Buenos Aires, quizás en Corrientes sin porteros ni vecinos como allá en los bulevares repletos que escondían las miradas indiscretas ante las más inverosímiles manifestaciones del amor que se fue y que todos saben ya que no volverá...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

lunes, 8 de julio de 2013

TELA PARA CORTAR


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Una forma sutil pero eficaz de burlarse del pueblo es prolongar por tiempo indefinido los procesos de inculpación, juicio y sentencia de algunos imputados que son “pejes gordos” o personajes “intocables” de la sociedad española. Así pueden suceder varias cosas: que poco a poco se vaya olvidando el asunto, que pase el tiempo y esos pejes gordos sigan riéndose sin pagar sus delitos, y que los mismos prescriban, dejando sin castigo a quienes deberían al menos pasar un buen tiempo entre rejas. Pero ya sabemos que como dijo nuestro rey: “la ley es igual para todos”... Claro que le faltó añadir que “para todos, menos para...” ya sabemos quiénes...

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Comenzó el calor (el verdadero, pues junio pasó sin penas de pagar el aire acondicionado innecesario durante casi todo el mes) y se ven en las calles muchachas con ropa ligera y sonrisas en las multitudes que llenan espacios colectivos. Y las rebajas, cuestión imprescindible para quienes atesoran una esperanza de ahorrarse unos euritos (no muchos por cierto si sacamos la cuenta, pues lo que nos rebajan en unos productos nos lo suben en otros) y disfrutar de los “estrenos” estivales que lucen con satisfacción, por no decir con orgullo. A mí no me gusta el calor, pero a mis ojos les encanta ver lo que sólo el calor les permite ver en las muchachas que en el larguísimo invierno español sólo muestran ojos, nariz y boca... y si acaso algo del pelo que también puede ir cubierto por temor a “enfriamiento de mollera”, como diría el bueno de Juan (Maguey) que disfruta del frío de la Sierra todo el año...

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No soy “fan” de Evo Morales ni de algunos mandatarios latinoamericanos,  pero actualmente todos, menos el cubano, han sido elegidos libremente en elecciones democráticas y merecen el respeto absoluto. Al parecer, en esa región de nuestro planeta se terminó la época de las dictaduras legendarias y longevas. Y eso hay que celebrarlo, a pesar de algunos excesos de quienes detentan el poder en esta nueva época para América Latina. Haber negado sobrevolar el espacio aéreo de algunos países al avión donde viajaba el presidente electo de Bolivia, que no es dictador ni terrorista ni enemigo, ha sido una estupidez incalificable que llena de vergüenza a la vieja y emputecida Europa que ya no puede meter más la pata en su diario bregar de disparate en disparate. Error grave éste que no puede quedar en un simple perdón. Morales, como cualquier jefe de estado y gobierno elegido libremente, merece el respeto que Europa no ha sabido tenerle. Da pena y lástima que siga existiendo una organización como la Unión Europea que no sirva ni siquiera para respetar a los presidentes de países amigos. La vergüenza que sentimos todos hoy por ese hecho condenable no podrá borrarse fácilmente de nuestra memoria...

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

martes, 2 de julio de 2013

LOS MISMOS DE AYER

Si usted lee detenidamente LA ILIADA y LA ODISEA, notará que esas dos grandes obras literarias contienen en sus múltiples páginas todos los vicios y defectos que tenemos los bípedos desde que el hombre dejó de ser mono y comenzó a razonar. Todo lo malo, y algo de lo bueno, aunque esto último no se ve mucho en esas acciones que realizan griegos y troyanos junto a otras yerbas de la antigüedad que desfilan incansables en sus combates y aventuras tan detalladas por el llamado “poeta ciego de Grecia”, o sea: HOMERO.

Desde que leí ambas obras cuando era un adolescente que descubría la maravilla de la literatura y que la disfrutaba al máximo, nunca creí que el tal Homero las hubiera escrito, o al menos, las hubiera recitado. Me parecía algo absurdo que mientras el poeta recorría los pueblos helenos echando al viento sus versos sobre la guerra que duró diez años, otro u otros lo siguieran incansables, recopilando (¿cómo y de qué manera?) sus cantares y transfiriéndolos al papel (¿?) dándole la forma novelaica poética en que hoy las conocemos.

Pero la importancia de LA ILIADA (y después de su hermana menor LA ODISEA) no está en quién, sino en qué cuenta y en cómo lo cuenta, y en ambas formas narrativas poéticas se cuenta una realidad que al transcurrir los siglos se mantiene tan vigente que parece haber sido descrita tan sólo hace unos pocos años: en esas joyas de la literatura universal podemos encontrarnos reflejados sin tapujos, tal como somos los seres humanos actualmente, con la única diferencia de los adelantos técnicos y científicos que no disfrutaron (o padecieron) aqueos y troyanos enfrascados en matarse mutuamente, como hacemos ahora nosotros los súper modernos del siglo XXI, que nos matamos tan salvajemente como se mataban aquellos antiguos que lucharon diez años por la infidelidad de una mujerzuela que no valía la pena para tanta sangre derramada.

Odio, rencor, envidia, celos, amor, ambición, insidia, maldad, perversión, honor, luto, destrucción, muerte... ¿no son ésos los atributos del hombre moderno? Pues los encontramos desde épocas tan remotas en que todavía el llamado mesías que nació para salvarnos y no logró hacerlo, no había llegado a la Historia para dividirla en dos etapas: antes de él y después de él. Quizás por ser el único que ha podido hacerlo sea el más grande de todos los hombres, eso lo dejo a los estudiosos de las bondades que en los seres humanos contemporáneos están cada día más escasas.

No en balde me decía Juan Maguey hace unos días que era cierto que “no hay nada nuevo bajo el sol” en cuanto al sentimiento humano se refiere. No se asombren, pues, los que claman que la humanidad está cada día más salvaje: está igual que como ha estado siempre, porque en el fondo del ser que camina en dos pies se ha escondido siempre, aparte de una enorme bondad, y a la par que ésta, un rasgo del mal, dormido por suerte en casi todos, hasta que un mal día se despierta y estalla, y ya se sabe lo que entonces sucede...

Augusto Lázaro



@augustodelatorr