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domingo, 2 de mayo de 2010

TRISTANA: LA OBRA OLVIDADA DE PEREZ GALDOS

Cuando se habla de la producción literaria de Benito Pérez Galdós, apenas se menciona una pequeña novela titulada Tristana. Después de leerla, se puede pensar que no faltan razones para obviarla, si se la compara con esas grandes obras de este tan digno representante de la mejor literatura española del siglo XIX y principios del XX: Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, Misericordia, Nazarín, y sobre todo, con esos encantadores Episodios Nacionales que alcanzan su más alto nivel de creación.

Pérez Galdós (nacido en Las Palmas, Islas Canarias, en 1843, y muerto en Madrid, en 1920) recrea en sus obras la vida cotidiana con sus mediocridades y su monotonía, describe las interioridades de la clase media, nos muestra las pasiones, los caracteres y los cuadros históricos de la España de su siglo. Tristana es, precisamente, un buen resumen de esa característica de su autor, pues nos habla de un destino que se escapa entre sueños y vacíos, entre la abulia de esta clase que tiene en los defectos señalados su rasgo principal. Toda la limitación, toda la tara, toda la incomprensión de la familia española de 1800... se destaca (se repite) en la novela. Una síntesis de esta obra podría ser el primer paso para comprender por qué Tristana apenas se menciona:


Don Lope Garrido hace un compromiso con su amigo Reluz: velar por su hija cuando éste muera. Poco después de esa esperada muerte, don Lope "deshonra" a "la niña" y se convierte, de hecho, en marido a la fuerza de la "pobre muchacha". Tristana acepta resignada esta primera parte de su "cruel destino". Más tarde conoce a Horacio, joven figurín y pintor que encarna el ideal que la joven no ha tenido mucho tiempo de soñar todavía. Ambos se enamoran y Tristana encuentra su mundo nuevo en esta nueva relación. Al calor de la misma, sus ideas se desarrollan, se vuelve despabilada, inteligente, pensadora. Una tía del joven se enferma y éste parte hacia Villajoyosa, lejos de Madrid, al tiempo que en la "sierva" va creciendo un odio fiero hacia su viejo opresor. Se cruzan cartas ricas en detalles pintorescos de este devaneo distanciado. Pero la muchacha enferma y es necesario amputarle una pierna. Horacio regresa, y como era de esperar, su amor por ella comienza a decrecer, hasta que desaparece totalmente. Por último, al enterarse ella de que "su hombre" se ha casado, termina casándose también, con su antiguo y ahora nuevo opresor: el viejo don Lope, y resignándose a vivir de esta manera la última etapa de su "destino" histórico.


La descripción: brazo derecho de Tristana.


Comienza el libro con una descripción muy minuciosa, muy española, de los personajes principales: Don Lope y Tristana. El señor y la señorita. La fuerza y la belleza. La boca que ordena y los "ojazos" que enternecen. Y continúa describiendo sucesos y personas, lugares y costumbres, hasta el mismísimo final de corte brusco. La descripción desempeña un papel de primer orden en toda la novela. Pero con esta madeja bien peinada de prosa descriptiva, Pérez Galdós da la emoción, el sentimiento de sus personajes, no su sicología. Esta queda rezagada, abandonada en una habitación oscura y fría, tal vez entre líneas, donde el lector común no puede entrar. Veamos la página 11 de la edición cubana de 1970 (colección Huracán, Instituto del Libro, La Habana):


Ejercía sobre ella su dueño un despotismo que podemos llamar seductor,
imponiéndole su voluntad con firmeza endulzada, a veces con mimos o carantoñas,
y destruyendo en ella toda iniciativa que no fuera de cosas accesorias y sin ninguna
importancia.


Con este párrafo Pérez Galdós nos da prácticamente la esencia de toda la novela. Porque después están de más escenas y parrafadas y detalles y datos biográficos (todos excesivos) que si se suprimen, su falta no sería notada. Claro que como se trata de Pérez Galdós, por lo refrescante y agradable que resulta el hablar del narrador (y de los personajes) cualquier lector se sentiría animado a seguir la lectura.


En la obra hay pocos rasgos sicológicos. Uno de esos pocos es el cambio del sentir de Tristana hacia don Lope, en la primera parte, reflejado por el cambio de su conciencia y de su inteligencia. La joven, poco a poco, se va "mundanizando". Sus pensamientos toman formas desconocidas y atrevidas, despierta su sicología, aunque no se le saca partido a ese despertar en ninguno de los capítulos siguientes. La psiquis ha nacido y ha muerto casi al mismo tiempo. Lo demás es coser y cantar, leer y digerir.


El encuentro entre Tristana y Horacio tiene matices demasiado simples. Se exagera el desconcierto por el primer amor que llega. El romance que nace de este encuentro (que no plantea nada nuevo, que peca de común, de "literario") , los largos paseos de los dos amantes, nos huelen a zarzuela. Tristana ha sido empujada a los brazos de Horacio por el trato que le da don Lope, y esta es una solución muy pusilánime para la gran literatura. Aquella limitación, aquella tara de la familia española de 1800... está prendida aquí con alfileres y muy clásicamente, y esto nos parece una debilidad insuperable (más bien imperdonable) de semejante autor. Si a esto añadimos un final de colorín colorado, encontraremos otra razón (y poderosa) para que Tristana no aparezca siquiera en la lista de obras de Pérez Galdós en el Pequeño Larousse.


¿Dónde está el otro brazo?

Cuando don Lope se vuelve un viejo débil, se convierte en el típico tirano, en el padre protector y vigilante del bien de su "niña". Entonces se produce un cambio que ya estaba enunciado: de esposo a la fuerza a padre déspota, muy sutil casi siempre. Pero casi siempre la fuerza, aunque se la adorne con ribetes de ternura. La imposición, la falta de opciones para la muchacha. La fuerza como símbolo de un poder que es más formal que real, porque está condenada por su abulia y su mediocridad. La novela satiriza este tipo de hombre -padre tiranuelo con ideas anacrónicas- que persiste únicamente por obra y gracia del propio medio en que se forma y desarrolla. Don Lope colma su egoísmo en la vejez (edad difícil como la adolescencia) y no pudiendo tener a Tristana como mujer quiere tenerla y controlarla como hija. El perro del hortelano, clásico y aburrido. Sin embargo, justo es reconocer que no le falta amor, pues don Lope ama a Tristana, la ama de verdad, con un amor egoísta, a veces tierno y a veces violento, pero siempre amor. Esto es una pincelada positiva de la obra: los personajes no son buenos ni malos, son sólamente humanos. Y este corte de la pierna de Tristana es el momento cumbre en la novela. Con el desgarramiento, que se produce en don Lope, y con las lágrimas que junto a Saturna derramarán todavía muchas amas de casa recostadas a la soledad de sus comadritas, la pérdida de tan preciosa pierna está en primera línea, en el plano emocional, porque no otra cosa que emoción ofrece este capítulo. Y yo diría que toda la obra.

El amor se dibuja, no se pinta, y por eso a veces nos resulta rechazable. Tristana va desarrollando sus ideas y Horacio a su lado va sintiéndose cada vez más extraño. Ya no puede subordinar su recuerdo, su presencia, su contacto. El amor lo anonada y abandona el arte, pero sólo temporalmente, pues al final el arte vuelve a llenar toda su vida. Horacio, al parecer, había llegado a adorar a Tristana. No obstante, no concibe la vida a su lado, al lado de esta joven que despunta y asombra.

Las piernas (no amputadas) de la obra.

La descripción merma también el interés por descubrir los personajes. Es demasiado directa. Cuando se esperan actos, acciones, composturas, palabras en boca de cada uno de ellos, sólo se encuentra aquélla. El lector no participa, el autor insiste demasiado en describir sus personajes con sus propias palabras, y así los enfría totalmente. Por ejemplo, refiriéndose a don Lope, describe el autor: "eran sus atractivos personales de tan superior calidad que al tiempo le costaba mucho trabajo destruirlos" (Edicición citada, p. 25), en lugar de hacer lo que siempre debió hacer, como se nota en el siguiente párrafo:

De buena os habéis escapado, pobrecitas -es don Lope quien habla-, agradeced a Dios el
no haber nacido veinte años antes. Precaveos contra los que hoy sean lo que yo fui,
aunque, si me apuran, me atrevería a decir que no hay en estos tiempos quien me
iguale. (Ed. citada, p 8)

La chispa: todo el cuerpo.

Pero eso sí, muy ricos los diálogos, riquísimas las cartas, sin dudas. En ellos, la voz de los personajes sobrepasa el tema, se sitúa por encima de la idea tratada. Y en las cartas entre Horacio y la joven se plasma ese ingenuo encanto de los enamorados a distancia. Los diálogos, las cartas y algunos monólogos, salvan la "honrilla" de Tristana.

De Pérez Galdós se reconoce su gran objetividad y realismo, su poder imaginativo, sus dotes de fino observador, y sus personajes y situaciones llenos de humanidad. Incluso el doctor Ricardo Repilado ha repetido en varias ocasiones que "si Galdós, en vez de gallego hubiera sido berlinés o parisién, sería considerado un genio". De acuerdo con el querido y siempre profesor, en general. Pero, en esta novela creo que don Benito se calzó la boina, profesor. Y con todo respeto.

Augusto Lázaro







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