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viernes, 14 de mayo de 2010

LA VOZ DE LA POESIA

SINTESIS IMPOSIBLE DE LA IMAGEN DE UN POETA

Renael González representa lo más autóctono y genuino de la generación de escritores que surgió en Cuba en la década de los 60: trabajador incansable y honesto, creador con excepcionales dotes que nunca sucumbió ante la mezquina vanidad del "figurao" ni cedió con la más mínima concesión al facilismo y a la "oportunidad", ha logrado lanzar al mundo circundante una poesía limpia, con una forma expresiva precisa, y sobre todo, bella. Porque si hay un rasgo común en la poesía de Renael es ése: la belleza.

Muy observador de todo cuanto lo rodea (porque todo es importante), el poeta sintetiza en apenas unos toques la esencia de la nacionalidad cubana. En su poesía se dan cita los más altos representantes de la lírica caribeña: Martí, los aborígenes, el Cucalambé, la idiosincrasia y la manera de vivir y sentir del cubano, sus luchas, sus éxitos y sus fracasos como pueblo y como nación. Guarina y el Cucalambé son nombres símbolos que definen el origen de sus décimas, importantísimo filón de su trabajo como creador.

Este hombre sale a pasear por el bosque y entona sus versos con una nueva y original tonalidad, en la que danzan al conjuro de la décima (espinela en España) esos elementos naturales que dan colorido a estas rimas modernas: mariposa, vaca, pájaros, sinsonte, gallo, abeja, luna, tomeguín, pero que tienen el raro poder de embriagarnos, como si los estuviéramos descubriendo por primera vez, porque ninguno de ellos nos salta a la vista envuelto en un lugar común.

Renael comienza su trabajo con un esbozo de pintor (pintor él mismo, y casi tan bueno como poeta), como si quisiera pintar toda la isla, tomando como pincel el octosílabo, y como color nuestro paisaje:


Isla pequeña y estrecha
-canoa, piragua, barco-,
a veces te creo arco
de los indios, o su flecha.


En ti recojo cosecha


de música, luz, color


-palmas, arcoíris, flor,


olas, cañas, sol, arena-


y siembro en tu tierra buena


mis décimas y mi amor.

Los elementos naturales en su poesía no están tomados al vuelo, como simple folclor, ni mucho menos como simple ornamento: forman parte del sentido que el autor quiere dar a sus proposiciones, y los recibimos como nombres imprescindibles para refrendar esta autenticidad de "lo cubano". En Renael no se puede encontrar el tradicionalismo costumbrista. En sus poemas hay una visión muy cubana y muy llena de frescura, que nos es dada con ribetes de arte mayor.

La transformación del paisaje se desglosa en una sucesión de imágenes que pasa veloz, pero que se queda en las pupilas de nuestra memoria, porque al final de todo está el hombre, eje central de toda obra de creación, encargado de embellecer ese engranaje de elementos que cambian de cuajo nuestra vida: las máquinas, los vehículos, los motores, el tren. O sea, el trabajo.



Hoy le buscan el secreto


a la ciencia, los que andaban


a ciegas, porque miraban


con ojos de analfabeto.


Rompe nuestro campo, inquieto,


la vieja calma anterior,


suplanta el ágil tractor


la paciencia de los bueyes


y el mundo va a los bateyes


dentro del televisor.

Y si el trabajo, el esfuerzo, el sudor, en fin, la luminosidad del día nos lanza su sol y su esplendor, la noche ejerce su papel de cómplice en las incursiones amorosas. Y en esa noche cubana, tan apegada a nosotros cuando amamos, la luna ya no es sólamente la amiga nostálgica de los viejos poetas, aunque en ningún momento pierde su sutil encanto. Para Renael la luna es una "novia de los cosmonautas", cuyos secretos parece compartir. Y cuando describe el amor, sus motivos son los mismos del hombre de hoy que entre otras cosas, ama. Y que todo lo hace con amor.



La noche tiene un licor


misterioso que emborracha.


La noche es una muchacha


buscando besos de amor.

En este poeta sorprendente se encuentran, en una formidable mezcla, lo cubano, lo americano, lo universal, la poesía útil y agradable, la poesía joven, siempre joven, y como tónica optimizadora de estas cualidades anteriores, la belleza. La belleza que rechaza la "doctrina" -verdadero lastre de toda obra literaria-, el esquema, el maniqueísmo, la frase gastada por hecha. Y esto se hace más notable cuando el poeta se deja ganar -hombre de gran humanidad al fin- por el dolor de los pueblos latinoamericanos, y en sus composiciones se hace dueño de ese tronco de que hablara nuestro Héroe Nacional, donde están injertadas todas las naciones del sur del río Bravo, con melodías pequeñas que no pierden el ritmo ni truecan los acordes:



Chile, déjame intentar


en estos momentos grandes


llevarle un verso a los Andes


con música de palmar.


Te lo quisiera enviar


en una veloz piragua


-hecha con la tibia yagua


del bohío campesino-


como una flor del Turquino


que siembro en el Aconcagua.

Pero también, quién sabe si para dar un toque pintoresco y artístico, aparecen décimas en que la gracia hace alardes de ese virtuosismo que a veces puede molestar, pero que en este caso sentimos muy adentro, porque sabemos que sólo una mano de oficio de poeta puede estar detrás de esos logros admirables:


Gallo: plumero que canta.


Plumero: nácar al sol.


Sol, enciende tu farol.


Farol, al día levanta.


Levanta tu voz, garganta.


Garganta, traga tu grano.


Grano, desciende temprano.


Temprano, mazorca henchida,


ven, para que tenga vida


este cuadro de Mariano.


Y no es sólamente en la décima donde Renael ha colgado su ángel: el autor se manifiesta en todas las modalidades del quehacer poético, y nos descubre otros mundos que, aunque dejan atrás los elementos de la naturaleza insular -primeros pasos de su creación que no pueden relegarse-, se adentran en los recovecos del hombre. Su problemática moderna, ahora quizás más urbana, lejos de cualquier endulzamiento, aparece entonces como un motivo principal del vivir diario. En este soneto, variedad en la que el poeta es igualmente diestro, el amor hace su entrada con la delicadeza de la sugerencia:




Una muchacha escribe versos, lejos,
y los echa a volar como las plumas,
mariposas de luz rompen las brumas
y un poeta los halla en sus espejos.


Una muchacha escribe y se dibuja
en el aire, morena su silueta,
va tras ella el asombro del poeta
y sólo halla en el viento una burbuja.


Versos escribe una muchacha a solas
sobre las hojas ocres del invierno
y diciembre sonríe, florecido.


Y muy lejos de allí, frente a las olas
que escriben su poema azul, eterno,
se diluye un poeta en el olvido.


La fuerza de la poesía de Renael González no admite ningún límite: en sus poemas de verso libre y blanco, sin otra métrica que el ritmo y sin otra rima que la palabra exacta, está ya la plena madurez del creador que alcanza su sitial de honor en las letras cubanas, a pesar de no ser residente en la capital. En este fragmento del poema largo (no demasiado largo), "Carta desde la ausencia", está la afirmación de una voz genuina y grande, cuya poesía se defiende sola por su calidad y alto valor, sonoro y lírico, que logra instalarse para siempre en los corazones de cuantos tenemos el privilegio de leerla y disfrutarla:




Ahora
que ya no me abandonan
tus pupilas untadas de tristeza,
tu sonrisa de niña abandonada,
mi niña, mi muchachita sola, adentro sola,
la que envía cartas llenas de flores secas,
sobres de los que escapan bandadas de gorriones,
S O S de barcos que naufragan.


Ahora
estamos en la cumbre de un cerro
junto a un estrellerío de vicarias
(...)
y te quejas, sollozas, te mueves
igual que un gusanito
martirizado por hormigas
y luego de tus ojos
va naciendo la aurora..
Y yo diría que la aurora va naciendo de cada nuevo verso que amanece entre las manos del poeta.


Augusto Lázaro

pd: Renael se refiere al pintor expresionista cubano Mariano Rodríguez

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