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domingo, 25 de septiembre de 2011

SOLO LOS ZAPATOS

Subió en la estación de Atocha. Yo me dirigía a Villaverde Alto, a visitar a unos amigos que hacía meses no veía. La observé en silencio. Me llamó la atención el aire de muchacha tímida que se le notaba por su manera de sentarse y colocar sus manos y sus piernas. Llevaba un bolsito pequeño y un libro, también pequeño, que sacó del bolso. Yo no me imaginaba que se bajaría enseguida, y la observé discretamente. Antes de bajarme, no pude resistir la tentación de acercarme a su asiento y casi murmurarle:

“lo único que no me gusta son los zapatos... en lo demás le doy diez”.

Sólo me respondió con una sonrisa. Me bajé en mi destino y contemplé el tren que se alejaba, que se la llevaba de mi vista, quedándome con esa grata sensación que produce lo bello. Y si es lo bello femenino, más. Al menos para mí.

Ya de regreso a casa no pensé en la muchacha. Quizás sería una de las tantas muchachas que veía a diario, en las estaciones, en las paradas, en los transportes que usaba casi todos los días. Y mi vida continuó con su mecánica de siempre, recordando a aquel bardo que exclamó, al paso del entierro de una joven muy joven cuyo cuerpo sin vida llevaban al camposanto:

“un ángel más”

porque antes, un filósofo que vio el cortejo, había exclamado: “uno menos”, sentenciando con esa frase drástica lo poco de valor que tiene una vida cualquiera que termina, lo mismo a los 15 que a los 85 años.

Una semana después, cuando ya no me acordaba de la muchacha, al subir al tren (esta vez en la estación de Méndez Alvaro) me la encuentro, sentada igual que la vez anterior, con su bolsito y su libro, y una ropa parecida, creí recordar, a aquella que llevaba cuando la descubrí en aquel viaje. Me senté frente a ella, sonriéndole por cortesía, mientras ella me devolvía la sonrisa, dejando descansar el libro sobre su regazo. Para mi sorpresa, me miró fijamente y me dijo:

--¿No se ha dado cuenta?

Y me señaló sus zapatos, que no eran los mismos que llevaba aquel día.

Pero mi sorpresa creció cuando me dijo, también casi en un susurro:

--Los tiré. Usted tenía razón: no encajaban con el resto. Muchas gracias. Tiene usted muy buen gusto.

Y sonrió, volviendo a su libro, sin darme apenas chance para agradecerle su amabilidad y no comentar lo que había hecho con sus feos zapatos, lo único feo que había mostrado en el primer encuentro.

Augusto Lázaro

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