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viernes, 9 de septiembre de 2011

¿ABURRIRSE? DE NINGUNA MANERA

Hace unos días leí una especie de micro relato (no sé cómo llamarlo en realidad) del periodista Alberto Martín en la edición digital de la revista TIEMPO que me motivó a escribir lo que van a leer, y espero que no se aburran ejerciendo tan noble oficio, o sea, el de lector.

Porque se trata del aburrimiento, nada menos. Tema interesante sin dudas, porque, glosando al gran nicaragüense: ¿quién que es no se ha aburrido alguna vez? En el edificio donde vivo hay una buena cantidad de personas que suelen aburrirse bastante, a diario, y al parecer a esas personas aburrirse les produce cierto placer, porque también al parecer, piensan ellos que quien se aburre casi constantemente es porque no tiene problemas que lo aturdan o porque el ocio y el llamado “arte de no hacer nada” está acorde con la edad y con el bienestar que produce sentarse en un banco a ver pasar la gente, y si no pasa gente, a mirar el espacio y recordar lo que de bueno pueda en su ya larga vida. Porque casi siempre los que se aburren son los viejos.

Uno de esos aburridos que vive en mi planta, confiesa orgulloso que duerme
¡14 horas diarias!. Comentando el asunto con Juan Maguey, en un viaje en tren hacia Navacerrada, me dijo soltando una risa que se oyó a varios asientos de distancia:

--¿Por qué duerme tanto? Hombre, si está claro: porque despierto no tiene nada que hacer.

Y me pregunto cómo es posible que alguien realmente no tenga nada que
hacer. Por muy seboruco que sea, siempre hay cosas que requieren nuestra atención, aunque sólo se trate de pasarle un paño a los zapatos o sacudir el polvo de los muebles, y si acaso ir al cine, conversar con amigos en un bar, echar una partida de dominó en el centro de mayores, pero... no tener nada que hacer...

--Bueno, Juan, pero eso parece cosa de literatura.

--Es cosa de literatura. Esos que siguen las lecciones del libro EL ARTE DE NO HACER NADA son personajes de ficción, gente vacía cuyo único sentido para seguir viviendo es ése, seguiir no haciendo nada. Pero si así son felices...

Y puede que así sean felices, aunque si analizamos a fondo la cuestión, no hacer nada es imposible: ¿cómo podría una persona estar sin hacer nada? Porque hasta cuando está durmiendo, esa persona tendría que respirar, quizás roncar, moverse en la cama, etc., y en caso de que pudiera obviar estas acciones (menos la respiración) al despertarse tendría que ponerse en movimiento, a no ser que decidiera continuar en posición horizontal todo el día. Y hasta eso sería imposible, llegaría un momento en que su propio cuerpo le pediría movimiento.

Pero para aburrirse no hace falta mucho embullo. Conozco a algunos que han convertido el banco del parque o de la plazoleta en su sitio de vivir diez y seis horas al día. Aburridos como un camello solitario en el Gobi. Otros que en su vivienda (cuando viven solos) se aburren hasta de ver la tele, y los amantes del fútbol llegan a aburrirse de ver a muchachones corriendo detrás de una pelota para darle una patada a ver si hacen un gol, que es la única jugada de ese deporte. Y también los hay que salen de sus casas sin rumbo fijo, y ya en plena calle se preguntan ¿qué hago?, ¿dónde voy?, ¿a quién busco?, y en definitivas no hacen nada, caminan, se sientan, se suben a un autobús, y dentro se aburren como bellacos, pero siempre con una sola razón ineludible: se aburren porque no tienen nada que hacer. Y señores, no tener nada que hacer es triste. Realmente muy triste, porque en la vida hay muchísimas cosas que pueden hacerse... para no aburrirse.

En fin, que junto al ensayo sobre EL ARTE DE NO HACER NADA, habría que escribir y publicar algún otro que se titulara más o menos EL ARTE DE NO ABURRIRSE, porque en estos tiempos y con la que está cayendo... vamos, que creo que no hay motivos que justifiquen el aburrimiento. ¿O sí?

Augusto Lázaro

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