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lunes, 22 de agosto de 2011

EL OTRO

Usted viaja en un taxi en el centro de Madrid. Al doblar una esquina, su taxi casi choca con otro taxi que viene por otra calle, ambos en correcta dirección. El conductor de su taxi comienza a gritar improperios, diciéndole al conductor del otro taxi que es un gilipollas, que aprenda a conducir, que quién le concedió la licencia, etc. Puede que no diga palabrotas porque sea un taxista decente. Usted oye y calla, ¿para qué va a hablar y darle la razón a su taxista? Pero lo que usted seguramente ignora es que en el otro taxi, otro pasajero está oyendo los mismos improperios lanzados contra el conductor de su taxi, echándole la culpa del casi choque y llamándole también gilipollas, etc., porque cada conductor considera que es el EL OTRO quien tiene la culpa del accidente por suerte evitado.

Es curioso cómo los seres humanos acostumbran a culpar a los demás de lo desagradable que les ocurre. La autocrítica, la aceptación de errores cometidos, la admisión de que es EL OTRO quien dice la verdad, quien está en lo cierto, quien tiene razón, son actitudes tan escasas que cuando ocurren parecen excepciones en la regla. Son excepciones en la regla de creernos que siempre tenemos la razón, que nunca nos equivocamos, y hasta a veces que somos perfectos, cuando la perfección es una cualidad que sólo existe en el diccionario de cualquier lengua, hablada o escrita, en La Tierra.

La anécdota de Diógenes puede servir de referencia a la excesiva sobrestimación de que somos portadores los simples mortales: cuando se le acerca Alejandro y le pregunta qué puede hacer por él, Diógenes (el cínico, que suele confundirse con Laercio por muchos escritores y/o periodistas), le dice, con evidente muestra de superioridad (¿o de humildad como se describe muchas veces en esa anécdota?) que se aparte de "su" sol. También hay otra anécdota del mismo personaje que aparece en pleno día con una vela encendida, mirando a todas partes, y cuando alguien le pregunta qué busca, Diógenes sonríe y le dice: "busco un hombre". Otro día hablaré de la confusión que abunda en nuestros medios sobre el llamado "síndrome de Diógenes", que de basura acumulada no tenía ni la idea.

Pues bien, que sería muy hermoso que todos reconociéramos que podemos equivocarnos, cometer errores, aceptarlos como parte de nuestra personalidad, y darle al OTRO la oportunidad de que "gane" alguna discusión y de que su planteamiento pueda encontrar oídos receptivos en nosotros, admitiendo nuestra equivocación, que no por eso el mundo se nos va a derrumbar, aplastándonos, sino todo lo contrario. Como una amiga con la cual he dejado de "discutir", porque basta que yo le diga día para que ella me riposte noche, y en cualquier tema que toquemos ella siempre salga, así se lo cree, victoriosa, con la seguridad de que "otra vez le he ganado", lo que en realidad a mí me importa un comino, pues no acostumbro a darle importancia a las cosas que no la tienen, y siempre respeto lo que opinan los demás, aunque muchas veces los demás no respeten lo que yo opino. Cosas de esta vida y de este mundo a los que inútilmente tantos pretenden "arreglar". Y yo no entro en esos que tienen la llave de los truenos en sus manos. O mejor, en sus mentes.

Lástima de mundo este, donde son mayoría absoluta los que se creen infalibles y no son capaces de aceptar ni por una sola vez que EL OTRO es quien tiene la razón.

Augusto Lázaro

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