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viernes, 24 de septiembre de 2010

TIEMPO Y MOVIMIENTO

En un artículo publicado en el Daily Mail, el científico Stephen Hawking -al que en las últimas semanas le han llovido críticas de muchos intolerantes que en la escala del saber están distantes años-luz del prominente hombre de ciencias, atacado por manifestar sus ideas públicamente- se refería al transcurrir del tiempo, cuya dependencia radica en la actividad humana realizada en dos vertientes contrapuestas: movilidad e inmovilidad. O sea, que el tiempo transcurre más rápido para un ser humano que siempre esté en movimiento que para otro que siempre esté en descanso, sin realizar ninguna actividad física, o simplemente dejando que su vida sea manejada por el sedentarismo.

Lo mejor de esta teoría es lo fácilmente aplicable a la actividad humana personal, o sea, saber cómo puede repercutir la ciencia en las acciones que nos distinguen de los cuerpos inorgánicos y de la materia no viva desde el punto de vista humano, resulta no sólo interesante, sino beneficioso por el tanto bien que puede proporcionarnos atender sus postulados.

Cuando mi madre tenía más de sesenta años, su médico de cabecera le recomendaba que no estuviera mucho tiempo en la cama, pues decía el "matasanos" como en tono de broma lo llamaba mi padre, que "los viejos, mientras menos estén sin hacer nada, mejor para ellos y para su salud". Pero esa sentencia podría aplicarse perfectamente a aquellos a quienes "moverse" les cuesta trabajo. Es el caso de mi vecino J, que de las 24 horas del día pasa alrededor de 12, o sea, la mitad, acostado y/o durmiendo, y la otra mitad descansando. Un día le pregunté de qué estaba descansando si él no hacía nada. Claro, se lo dije con otras palabras y con un tono que no admitía dudas de que estaba "bromeando en serio". Su respuesta me dejó con la boca a medio abrir:

--Hombre, pues de tantas cosas que hago durante el día.

En nuestra sociedad, lamentablemente, hay demasiados Joseses (cito este nombre genialmente dado a uno de los personajes de El llano en llamas, de Juan Rulfo, que recomiendo como un libro digno de ser leído no una sino muchas veces, con el compromiso de que aquellos que no lo hayan leído y lo hagan ahora no quedarán decepcionados), pues con la edad que acredita el nombre, llamémosle generoso, de "mayores", los deseos de moverse merman tanto en muchos que apenas caminan unos pasos de ida y vuelta para comprar el periódico y el pan, y enseguida regresar a casa, donde puede que lo esperen nietos malcriados que quizás, para su bien, lo hagan moverse un poco, aunque sea a su pesar.

En muchas conversaciones recurrentes entre personas mayores se oye aquello de "caramba, ya hoy es viernes, si me parece que ayer fue el viernes de la semana pasada". Eso, por la rapidez con que "se ha ido la semana en un santiamén", sólo que esas exclamaciones las hacen quienes suelen "moverse", estar siempre haciendo algo, para cuyas vidas el tiempo pasa rápido. Casi sin darse cuenta. Es la rapidez temporal a que se refería, en otro contexto, el científico Hawking. Porque para los que, como mi vecino, siempre están "descansando", el tiempo les parece eterno, estático, que el reloj no camina, y esa sensación trae como consecuencia directa el aburrimiento, a veces el aburrimiento de seguir viviendo, porque no encuentran contenido a sus vidas sedentarias e inactivas.

Así transcurre la vida de muchísimas personas, sobre todo mayores, aunque los hay jóvenes que nada tienen que envidiar a estos que se pasan la vida sin hacer otra cosa que dejar pasar el tiempo, sin ningún contenido vital que los impulse a "moverse". El movimiento, lo mismo en astros que en personas, siempre es señal inequívoca de vida, de acción, de vitalidad. Y lo peor, que no darle mantenimiento a nuestros órganos y músculos puede generarle consecuencias negativas a nuestra salud. Pero sobre todo, la vida es movimiento, y la inutilidad de no hacer nada,
o como dicen los italianos, el dolce far niente, no genera ningún beneficio, ni a esas personas que no hacen nada, ni a sus seres queridos, ni a la sociedad que los mantiene, a veces tan generosamente que uno se pregunta: ¿y si yo hiciera lo mismo?, o sea, ¿si yo no hiciera NADA?

Augusto Lázaro

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