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lunes, 30 de marzo de 2015

¿EL OPIO DE LOS PUEBLOS?

En todas las religiones, como en todas las manifestaciones de la vida, hay personas buenas y malas, sin que por eso determinado sector de la población universal pueda ser catalogado como “malo”. Y cada religión, al igual que cada manifestación social del ser humano, tiene en su historia pasajes realmente tan negativos que si acudimos a ellos puede que tengamos, si no tenemos ya de antemano, la opinión más crítica de esa religión. El cristianismo, por ejemplo, durante la edad media y hasta no hace demasiado tiempo, cometió crímenes tan horribles que conociéndolos sentimos asco, desprecio, y deseos de que sea exterminado de la faz de La Tierra. Pero el cristianismo también sufrió en su carne propia abusos, discriminaciones, atropellos, humillaciones, maltratos, golpes, torturas, asesinatos, quemadas en hogueras, etc., incluso por sus propios compañeros de fe, como en el caso de los acusados de herejía que ya sabemos el destino que tuvieron a manos de los mismos suyos. Es difícil juzgar... mi hija me dijo un día, conversando sobre acusadores y acusados, algo que nunca he olvidado: “no soy dios ni juez ni fiscal para acusar a nadie”. Sólo que a veces, por encima del peligro de ser muy injustos o muy tolerantes, no queremos juzgar para así librarnos de un posible cargo de conciencia al tomar alguna decisión sobre determinado aspecto de la sociedad en alguna de sus manifestaciones. En este caso que me ocupa, de sus religiones, y en particular, del islamismo.

La tolerancia se ha manifestado en demasía con esa religión, cuyo sector más radical comete crímenes condenables hasta por un maltratador de mujeres (de ahí su enorme horror). Los ejemplos pecan de exagerados en relación a esa tolerancia que sólo logra aumentar el sufrimiento de quienes soportan a veces impunemente los atropellos del Islam radical, como en el reciente caso del llamado Estrado Islámico, que diariamente mata y mata sin que ninguna fuerza sea capaz de pararlo de una puta vez. Pero aquí en nuestro patio, donde todavía (¡!) no hemos llegado a eso, vemos en calma cómo se desarrollan las actividades de esos nuevos y poderosos enemigos de la humanidad:

Los islamistas se manifiestan en las calles contra Estados Unidos y contra
Occidente, queman banderas norteamericanas y de otros países, gritan "¡muerte a
América!", "¡guerra santa contra Occidente!", etc. Quieren imponer su cultura en
nuestros países y los que residen en ellos no están dispuestos a asimilar la
nuestra. No permiten que nuestras chicas entren en minifalda a sus
instituciones, pero tratan de que sean aceptadas sus mujeres con el velo
discriminador y humillante (no olvidemos que en muchos países islámicos las
mujeres son "perras") y muchas cosas más que no vienen al caso. Tienen amplia
libertad para hacer todo eso y mucho más en nuestros territorios, lo que jamás
un occidental podría ni siquiera soñar en hacer en algunos de ellos. Nos
consideran "infieles" a los que debería eliminarse, pues no tenemos a Alá por
Dios ni a Mahoma por su (nuestro) profeta...

En cambio, nosotros, los occidentales, no podemos manifestar la más mínima
crítica contra el islam ni contra quienes claman contra nosotros (cuidado,
peligroso), ni por supuesto quemar una bandera de algún país islámico ni un
muñeco que simbolice o represente a alguno de los muchos dictadores que rigen en
esos países. Nos aventajan, y cada día más. Pueden hacer y deshacer a su antojo,
algunas veces, como en nuestro país, con la anuencia o la tolerancia de nuestro
gobierno y de la izquierda más rancia. Nosotros tenemos que tragarnos lo que
pensamos y sentimos, porque... "no podemos ser como ellos"... ¡Qué bonito! ¿Qué
dirán nuestros hijos cuando les entreguemos al primer país islámico de la Unión
Europea dentro de... menos años de los que muchos piensan?

Augusto Lázaro

@augustodelatorr


http://elcuiclo.blogspot.com.es




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