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jueves, 31 de mayo de 2012

LA FERIA DEL PUBLICO


Una lectora que reside en México me escribe invitándome a asistir a la Feria del Libro, donde ella estará firmando su último título. Cuando leo su invitación lo primero que recuerdo es mi última aventura, ya hace algunos años, en una de esas ferias que suelen celebrarse en el parque de El Retiro de Madrid: de pronto, sin saber cómo ni cuándo me vi metido, casi ahogado, entre un montón de gente, cientos de personas apretujadas todas, apachurrándose unas contra otras, derramando sudor por todos los poros de sus cuerpos (de nuestros cuerpos), soportando un sol que hacía subir el termómetro hasta los 42, sofocadas, yo sin poder moverme, dejándome llevar por la fuerza de la masa compacta, y lo peor: sin poder acercarme a ninguna caseta para al menos verle la cara al firmante de turno que ya no tenía cola, sino bulto de humanos, esperando llegar para comprar su libro y pedirle un autógrafo.

No exagero. Hay que vivir esa emoción para creer lo que he contado. No sé si sería ese día y a esa hora sólamente, sólo sé que cuando logré salir del apretón y sacudirme la camisa empapada y mirar mis zapatos llenos de pisotones, tocarme suavemente mis músculos golpeados, y buscar con las manos mi riñonera con mis cosas personales que ¡oh milagro de la casualidad! no había perdido, me dije que jamás... Y hasta hoy. Y le envié a mi amiga una foto aparecida en un periódico gratuito donde aparece una vista de esa multitud, para que corroborara con sus ojos lo que había sido mi estancia en la famosa feria.

--Bueno, te tocó la mala, porque yo he estado en la feria y he podido caminar, aunque es cierto que entre demasiada gente –me dice mi buen amigo Juan Maguey, algo acatarrado, lo que en él es casi norma.

Pero no es sólo eso, la feria tiene muchas cosas. No voy a hablar de las positivas (entre ellas las ventas para engrosar las arcas de editores y editoriales, porque los demás factores, entre ellos los autores, alcanzan muy poco de lo que se vende con sus nombres), sino de la ¿utilidad? de visitar esos lugares siempre llenos de personas cuya mayoría no se interesa por las letras sino por estar allí, metido en la vorágine, ser parte de otro espectáculo que esa gente considera que es una feria del libro. Y en realidad lo es.

--Mira esa cola –le dije a Juan una tarde en la feria- ¿tú crees que esos que están haciéndola para que el autor les firme el libro que tendrán que comprar, van a leerlo?

--Ya veo que el pesimismo extremo te sacude hoy. Pues yo creo que sí, que si desembolsan quince o veinte euros, o quizás más, tendrán que dispararse la obra, aunque después se arrepientan de haberla comprado.

--Ahí está el detalle, como decía Cantinflas: la compran y después se arrepienten, porque eso es para muchos como ir a las rebajas y no quedarse sin llevar nada a casa, aunque después se den cuenta de que no van a usar lo que llevaron, porque no les sirve para nada.

Y así son las ferias. Siempre he pensado que las grandes figuras literarias nunca acuden a firmar sus libros en las ferias, y que estas presentaciones tienen mucho de nombres consagrados más que de la calidad que a veces no tienen esos libros que anuncian en todos los medios, colocándolos al nivel de las genialidades de los mejores creadores del patio y de la sala. Recuerdo una vez que causó sensación un libro que anunciaban hasta en los retretes públicos titulado El gordito ligón, cuyo autor se agotó del esfuerzo en firmar tantos ejemplares hasta que la caseta se quedó vacía. En los tres o cuatro días siguientes, todo era ese título y ese éxito. A las 2 semanas ya nadie se acordaba del librejo.

--Y los que publican y todos los años van allí a lanzar sus éxitos editoriales, de crítica y de público, ¿quiénes son? Si ya los conocemos. Acuérdate, Juan, que en nuestro país rige un slogan (en inglés para estar a la moda) que dice que “para darte a conocer tienes que publicar, pero para publicar tienes que ser un conocido”, ja ja ja.

--Bueno, ¿nos tomamos un café?

--No, querido amigo, voy a ponerme ahí en la cola de esa novela que está causando sensación, que no quiero perdérmela... y si es con la firma de su autor, pues eso...

Juan se me quedó mirando con lástima, como pensando “este no tiene remedio”, mientras yo me dirigía a la fila para ponerme en último y esperar sudando que me llegara el turno...

Augusto Lázaro

NOTA: os invito a visitar mi nuevo blog, EL CUICLO, pinchando:


Con algo hay que olvidarse de la crisis, ¿no?

foto: feria del libro de Madrid 2012

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece muy buena la entrada y refleja la realidad de las ferias...
La literatura es un acto de soledad, tanto para el que la escribe como para el que la lee, y esos tumultos no son saludables, aunque puedan resultarle gratos a muchos.
Saludos
Rodolfo