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lunes, 9 de abril de 2012

DOS MUJERES, UN MAR...

En el gran océano viven dos muchachas, como modernas nereidas que dejan una cabellera de luz y color a su paso por los meridianos que cobijan su diario quehacer: no viven en el mar, sino en la tierra, pero tan junto a las olas azules del Pacífico que casi forman parte del paisaje marino. Una en un país de la América del Sur, otra en una isla del Asia oriental. Las dos están más cercanas la una de la otra que ambas de mí. Me comunico con ellas por ese invento que puede ser genial o diabólico, pero que sirve para no permitir que nuestras vidas se conviertan solamente en recuerdos e imágenes. Internet, he ahí la vía que me trae algo más que recuerdos e imágenes. A pesar de la distancia. Porque la distancia siempre estorba la comunicación material/física entre personas a las que gustaría mucho pasar algunas horas juntos sin necesidad de acudir a “los enormes adelantos de la técnica”, como oí decir a alguien que no había leído el cuento de García Márquez titulado Cuando era feliz e indocumentado.

Dos muchachas, sí, dos tesoros que si fuera creyente diría que el cielo me ha regalado para hacerme algo más agradable la vida, en medio de este caos que terminará con un THE END inevitable si seguimos cargándonos esta pelota que gira sin cesar ajena a su destino decidido por la implacable ambición de los seres humanos. Gucha y Pipi, así las llamo porque así les gusta que las llame. De la primera ya escribí una vez que era la dulce luz del Ecuador, donde detallaba con rasgos certeros sus caracteristicas de mujer insustituible por tantos y tan altos valores que acompañan cualquier descripción exacta que pueda hacerse de ella. Pero olvidé el poema que ahora inserto aquí, escrito a raíz de su anuncio de que partía de regreso a su país de origen, sorprendiéndome, sin poder todavía creerme del todo que es verdad que ya ella no está entre nosotros:

 SIEMPRE LA AUSENCIA

 Y ahora vienes con tu sonrisa tenue a decirme que también tú serás muy pronto una nube envolvente que descargue su llanto en mi capacidad de amar disolviéndose en la trampa fatal del recuerdo. Y estás ahí, ahora tan seria, rozando mi espacio, incrementando la insoportable soledad de ser y de no estar, de no tenerte más como quiero tenerte cerca de mí, de mi entorno, de mi tiempo intrascendente y tan etéreo que no puede (no quiere) adaptarse a lo tangible. Te vas, así de simple, condenándome como a un proscrito huido de su destino histórico a echarte de menos, a echar de menos tu sonrisa refrescante como un copo de nieve aunque llena del calor de la luz que proyectas y que ya siempre se extenderá en el éter de una imagen desvanecida y tierna pero siempre lejos, siempre ausente y a la vez tan presente como este edificio donde tus pasos nunca se desvanecían por el constante quehacer de tu sangre latina que no podía estarse quieta y que no volverá a ser ya más la silueta material en este espacio que sin ti será sombra, bruma, niebla, lamento de la huida irrevocable imposible de obviar... porque tú eres la paz... esa paz que pensé -tonto de mí- que al fin me abrazaría sin ningún temor a que de pronto, como ahora, desapareciera.

De la segunda, nueva amiga que apareció de zopetón, como salida de un arcoíris en la lluvia lejana de un país legendario, también hablé una vez refiriéndome a su blog Ficción Burana, que leí y que leo con gusto, pues la joven argentina radicada en Taiwán vale más que una misa. Mucho más que una misa. A ella no le gusta que la elogien, y me lo dice, más bien me “regaña” cuando me excedo, de forma tan deliciosa que me da gusto que me trate así, mostrándome esa confianza que no puede separarse de una amistad, cuando ésta es sincera, como yo pienso que es nuestra amistad.

 Escribe esta muchacha y escribe muy bien. Y pinta. Y toca el violín. Y me pregunto cuántas cosas más hará, pues una vez le dije que mi día tenía sólo 24 horas, y le pregunté cuántas tenía el suyo. Supongo que lanzaría al aire alguna carcajada. Pero nos escribimos casi diariamente, y aunque no la he visto en persona, ya la conozco (ella dice que no) como si hubiéramos estado juntos, como estuve con Gucha, en esos años que no pueden olvidarse ni con una amnesia provocada, porque una amiga como Pipi se conoce a distancia, se siente en su fuerza de joven mujer llena de ansias, de sueños, de ilusiones que estoy seguro verá convertidas en un feliz entorno, porque no le falta lo que se necesita para lograr cualquier fin: inteligencia, talento, tenacidad, seguridad en sí misma.

 Desde aquí les envío mis cariños. Y les deseo lo mejor para sus vidas, no porque sean mis amigas, que lo son de verdad, al menos por mi parte, sino porque las dos se lo merecen. No voy a decir que son buenas: cuando alguien lo es, sobra la afirmación. Su vida, sus actos, su manera de ser y de actuar, lo testifican... 

Augusto Lázaro

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