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martes, 10 de mayo de 2011

¿AMIGOS PARA SIEMPRE?

Tengo un amigo que me escribe diariamente, siempre hablándome de cosas interesantes, por eso le correspondo y le envío un correo a su vez por cada uno recibido. Es como si nos viéramos todos los días, a pesar de que ese amigo vive al otro lado del Atlántico. Me recuerda a mi madre, quien en vida solía enviarme una carta (entonces postal) cada semana, a la que yo debía responder de inmediato, porque ¡cuidado! con no hacerlo: eso le causaba una especie de espanto, porque siempre, trágica ella al fin, pensaba que algo malo me habìa sucedido. En ese caso también vivìamos distantes, aunque en el mismo país, por suerte. Antes de Internet, las cartas tenìan un sello personal, eran más íntimas, traían aquel encanto de la letra a mano, y tras abrir el sobre con ilusión o curiosidad, podíamos tomar el papel que antes había estado en las manos de quien nos escribía. Ahora todo se ha vuelto mecánico, ahora es como si nos comunicáramos con una máquina sin personalidad ni ilusión... Pero no es de eso de lo que quiero hablar, sino de mi relación con el amigo citado.

Ese amigo, que es un gran amigo, se dedica a actividades culturales e intelectuales, pues es musicólogo, cantautor, poeta y otras yerbas de la farándula. Y en los últimos años, según me cuenta, se ha encuevado como yo, porque dice que la calle no le dice nada, no le llama, no lo atrae, y sobre todo, que se siente mejor en su casa, con sus cosas (léase sus equipos además de sus colecciones de sellos de correos que le recuerdan que no siempre todo ha sido Internet e Informática, modernos e impersonales), como también me siento yo, pues cuando estoy mucho rato en la calle siento la llamadita que me recuerda ese refrán tan verdadero que dice "hogar, dulce hogar". Pero sucede que un día nos damos cuenta de que no nos alcanza el tiempo para atender a todos nuestros equipos que atendimos con ahínco y dedicación al comprarlos durante las primeras semanas, y después fuimos dejándolos aparte, usándolos de vez en cuando, percatándonos de que cada día nuestro espacio se llenaba de nuevas adquisiciones que al desempacarlas nunca nos preguntábamos si disponíamos de tiempo para su uso y disfrute.

Pues ese amigo y yo nos peleamos con bastante frecuencia, porque cada uno de nosotros defiende sus puntos de vista con verdadera pasión, y nuestros correos son verdaderos encantos de hasta dónde pueden dos personas "ponerse verdes" y seguir después, como si nada, intercambiando criterios, opiniones, razonamientos, que a veces tienen coincidencia (las más de las veces) pero que cuando no la tienen provocan este tipo de discusiones que logramos mantener sin renunciar a lo que creemos y sostenemos. Es que los latinos somos así, apasionados a veces hasta el límite, sobre todo cuando discutimos sobre temas que en algunos lugares son considerados tabúes, como la política, por ejemplo, que es algo que sólo sirve "para enemistar y dividir".

Una amiga cubana residente en Madrid me dijo un día que cómo era posible que mi amigo y yo, si éramos tan amigos, sostuviéramos tantas "discusiones" que la hicieron llamarnos "el perro y el gato" sin especificar cuál de los dos era el perro y cuál el gato (esa amiga también conoce al susodicho). Pero ella no se da cuenta de que así concebimos nosotros (mi amigo y yo) la amistad, cuando es verdadera, sincera, incondicional y eterna. Sólo le dije:

--Si fuéramos hipócritas, estaríamos de acuerdo con todo lo que el otro dice. Como somos verdaderos amigos, somos sinceros y mostramos nuestros puntos de vista sin ningún tapujo.

Si no se tiene ese concepto, la amistad no existe. Para mí, desde luego. Porque yo no perdería ni un solo minuto de mi tiempo (mi tesoro más importante después de la salud) discutiendo con alguien por quien no sintiera esa amistad, con alguien que simplmente no me interesara: para discutir bien fuerte, para discrepar, para dedir NO algunas veces a alguien cuando creemos que debemos decirlo, hay que ser amigos, hay que sentir una verdadera amistad hacia ese alguien. De lo contrario, sólo seríamos un par de imbéciles discutiendo inútilmente, aceptando todo lo que el interlocutor sancione como verdad absoluta. Y la verdad absoluta no existe: nadie tiene su llave, nadie posee su clave definitiva. Cada cual tiene su verdad y cuando existe la amistad, no se trata de enemistarse con el otro porque sustente una verdad distinta a la nuestra.

Deberíamos meditar sobre este aspecto de las relaciones humanas y no creernos, como a veces nos creemos (en muchos casos siempre) que somos el ombligo del mundo, que tenemos razón en todo lo que se nos ocurre plantear, que después de nos el diluvio, etc. Es bueno recordar a quien dijo (no recuerdo ahora quién) que “el hombre es el único ser vivo que bebe sin tener sed, come sin tener hambre, y habla sin tener nada que decir”... Después de esto, la escampada. Seguro.

Augusto Lázaro

1 comentario:

Rodolfo de la Fuente dijo...

bueno, para eso son los amigos, no?
el amigo