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domingo, 28 de marzo de 2010

DOMINGOS DE NOSTALGIA 2

Esta mañana me he despertado como de costumbre, muy temprano, sin tener en cuenta el cambio de hora, y mientras desayunaba oía los 3 bocetos sinfónicos a los que Claude Debussy tituló El mar... y otra vez los recuerdos aparecieron, también como de costumbre, quizás para no "perder la maña" de llevarme con las alas de la imaginación a lo que fue y no fue de hace ya tanto tiempo...

...todos los domingos nos íbamos a la playa. Cuqui y yo. A veces con su melliza, Maruchi, otras con amigos o miembros del Cabildo Teatral. A pesar del calor y del transporte (como casi todo el mundo en Cuba no teníamos coche) solíamos pasarlo bien, y al regreso, con los cuerpos ardiendo, comentábamos con la familia los avatares de ese nuevo día de mar, arena y sol. Echo de menos esos días de playa. Aquí queda muy lejos y el traslado se me hace difícil, y sobre todo, ya Cuqui no está... Pero aquel día era muy especial: habíamos recibido la visita de un amigo pintor, alumno eminente de Venturelli, que yo había conocido en Pinar del Río y que vivía en La Habana, despuntando en el sector artístico, a pesar de su indumentaria de "guajiro vueltabajero", como le llamaban algunos de sus colegas de pinceles cortos. Roberto Figueroa era el pintor. Pero no vino solo. Vino con una muchacha delgada que parecía movida por el viento, porque no se estaba quieta ni un minuto. "Esta es Yamilé", nos dijo Roberto, y a partir de ese momento el resto fue un encuentro como si todos nos conociéramos de una vida entera desde niños, desde los juegos inocentes a la "pelota" en el placer del viejo Zayas, a quien le tumbábamos los mangos de su frondosa mata, huyendo después a la carrera cuando el viejo nos oía y nos corría detrás, perdiendo siempre por su avanzada edad y nuestro afán de librarnos de unas sacudidas, no muy fuertes, con su bastón de sostén. A pesar de todo queríamos al viejo, y creo que él un poco a nosotros. Y comenzamos, Cuqui y yo, a querer a Yamilé desde ese mismo día...

Como era de esperar, decidimos ir a Siboney (una de las playas santiagueras que visitábamos semanalmente, al igual que Mar Verde, Caletón y el complejo Baconao, que más tarde se reservó al turismo extranjero. Realmente la costa santiaguera era hermosa. En ella el sol había fijado su residencia permanente. Y eso gustaba al turista de los países donde ver el sol no era cosa de asomarse a la ventana. Sin embargo, aquella mañana no había sol...

El domingo transcurría normalmente cuando llegó ella: Angela Castellanos, una amiga santiaguera que conocíamos Roberto y yo, que se había ido a vivir a la capital porque sus poemas (era poeta la muy tonta) no veían la luz que ella esperaba que vieran en Santiago. Y se unió a nosotros con aquella sonrisa que se abría al viento como una persiana anhelante del amanecer caluroso de nuestra mágica ciudad. Su pel era tan negra que resplandecía bajo el sol implacable del Caribe, cuando las nubes se abrían ante el astro para darle paso. Y Roberto, tan jaranero y espontáneo como siempre, le soltó: "Con el día tan oscuro y te apareces tú...", haciendo una mueca y señalándole con la mano que "ahuecara". La carcajada que dejó escapar la "negra" fue tan estruendosa que los pocos bañistas cercanos volvieron sus cabezas, quizás deseosos de conocer el "chiste" para reírse ellos también...

Han pasado 40 años, qué fácil se dice, y el tiempo ha transformado esas vivencias en recuerdos: Yamilé desapareció del garaje que Roberto, con sus propias manos, había convertido en algo parecido a un hogar, en la calle O'Reilly 525, en La Habana Vieja, donde disfrutaron de su amor muy pocos años... Roberto siguió allí, y a estas alturas no tengo noticias de dónde estará ni de qué estará haciendo ese mchacho, ya algo viejito, tan inquieto y tan enamorado de la vida y del arte... A Cuqui se la llevó la muerte con apenas 5o años, en Santiago, dejando a nuestro hijo Boris, tras mi traslado de aquel lugar tan metido en mis entrañas, solo en un casón donde él parecía una hormiga que daba vueltas y más vueltas sin saber a dónde dirigir sus pasos... A Angela no la vimos más después de aquel domingo...

Desde entonces la recuerdo, no tanto como debería, pero con el mismo cariño que me hizo escribir este poema que hoy vuelvo a dedicarle... Para ti, querida Angela, dondequiera que estés, si todavía estás, los versos que lograste sacarme de lo más profundo de mis sentimientos, y que no pude entregarte en tus manos, por aquel día especial en que tú fuiste la protagonista que logró también sacar al sol de su escondrijo, ya avanzada la tarde, para calentar un poco las arenas escondidas y tranquilas de nuestro Siboney...

EN EL CARACOL QUE NO ENCONTRASTE
para Angela Castellanos, amiga, lejos
No pudimos encontrar el sol.
No había algún excursionista merodeando
ni un bote en la distancia muerta
ni un pelícano.
Sólo las olas despreciaban el silencio...
No por eso nos desanimamos:
Yamilé se ajustó un viejo látex,
Roberto no se decidió a temblar
desde el primer momento,
"está muy fría el agua", dijo sonriéndose,
Cuqui no hizo nada, se acostó en la balsa,
yo tiré algunas fotos...
Pero tú no venías a gastar tu domingo
ni a hundir entre la espuma tus últimos secretos
ni a esperar, confiada, que saliera el sol...
Un cangrejo asomó sus largos ojos,
se asutó,
regresó a lo oscuro de su cueva.
Después, tu última silueta atravesó la orilla...
El agua buscó inútilmente tu imagen
en las piedras,
pero ya había demasiadas voces,
ya el sol picaba nuestros cuerpos.
La tarde vino de repente
y se llevó nuestro domingo.
En las olas se quedaron todas las palabras
y en la arena tus ojos
prendidos en el caracol que no encontraste...
Augusto Lázaro

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