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domingo, 22 de junio de 2014

MARGARITA

Se llamaba Margarita. Era una asistente geriátrica que trabajaba en una residencia donde vivían alrededor de 100 personas mayores, calificativo algo hipócrita para no llamar viejos a quienes realmente son eso, viejos, sin tener que tomar esa palabra por ofensa. Pero la sociedad es hipócrita por naturaleza y todo lo transforma para darle menos dramatismo, como cuando dicen que "X falleció tras una larga y dolorosa enfermedad", y todo el mundo sabe que X padecía cáncer y su destino era la muerte, por muy avanzada que aparentemente está la ciencia moderna, sobre todo la que tienen los países ricos y no está al alcance de los pobres de esos países llamados "el tercer mundo"...
Margarita no era la  mejor trabajadora del país, ni de la ciudad donde vivía, ni siquiera de la residencia donde trabajaba. Había otras que la superaban, y también otras que no podían comparársele en disciplina, profesionalismo, puntualidad, y sobre todo, trato a las personas que atendía, a pesar de vivir en un poblado bastante lejos de la capital, a donde tenía que trasladarse diariamente en ida y vuelta, en un recorrido que le robaba una parte importante de su tiempo, de su vida diaria. Tenía al menos la suerte de no ser madre. Todavía...
En su trato diario con los mayores Margarita encontró un aliciente para vivir en una sociedad hostil en la que mucho le había costado abrirse paso: había tenido que dejar su país por la miseria que la amenazaba, como a tantos de sus compatriotas que habían llegado al Primer Mundo llenos de esperanza y con deseos de trabajar y ganarse, a pulso, el derecho a vivir en una sociedad más justa y promisoria. Margarita era una de tantas, y se desenvolvía más o menos bien... pero (los peros malditos) tuvo algunos rifirrafes con varios de los vecinos de la residencia, quizás porque no había aprendido a ser hipócrita y siempre decía la verdad, ignorando que no siempre debe decirse la verdad. También rozaduras con algunas de sus compañeras (nativas) de trabajo, porque las había que no la miraban con buen ojo, a pesar de que ella no las miraba a ellas con ninguna manifestación de rechazo. Margarita era, como casi todas las latinas, trabajadora, de buen carácter (con sus prontos raras veces expulsados), agradable, simpática, cariñosa, y...
Pero su vida en la residencia no la hacía del todo feliz: le gustaba su trabajo y le gustaba tratar a esos ancianos que en su mayoría se llevaban bien con ella y la querían, demostrándoselo cada cual a su manera, mientras ella se regocijaba cuando tenía que ayudar a alguno (o alguna) a hacerse cosas que por sí mismos no podían. Pero en la residencia, como en todas partes en este mundo tan ficticio, había personas que no la tragaban, personas que se encargaron de irle haciendo la vida más difícil cada vez. Hasta que un día ella perdió los estribos y se encaró duramente con una señora que la odiaba sin que pudiera explicarse el por qué, y la señora acudió al director de su empresa a quejarse en términos de ultimátum, informándolo de lo que según su versión había sucedido:
--Esa chica me ha insultado, me dijo incluso que yo apestaba porque no me duchaba diariamente, y no sigo porque...
y la señora casi se echó a llorar, quizás haciendo un gran esfuerzo por provocar la salida de unas lágrimas que estaba muy lejos de tener que derramar...
A Margarita la castigaron: 3 meses sin empleo y sin sueldo, y con un expediente hasta ese momento sin tachas, alterado para toda su vida por haber “ofendido” tan irresponsablemente a la buena señora cuya acusación no fue impugnada por los miembros del Consejo de Dirección de la empresa que tomaron la medida casi sin oír la versión de Margarita, que salió de la reunión donde se discutió su “actitud irrespetuosa e inadmisible en el tratamiento que una asistente debe mantener con personas mayores”... con el mundo cayéndosele encima...
El tiempo (no) lo cura todo, como dice el refrán. Margarita perdió su trabajo y lentamente se fue deteriorando, hasta que una mañana de sol bravo, cayó como una bomba la noticia: Margarita se había suicidado, abrumada sin consuelo por una fuerte depresión que la llevó, posiblemente sin meditarlo, a quitarse la vida y así quizás salir de todos sus problemas, que eran tantos que lograron aplastar su entereza y llevarla a la fatal decisión. Dejó un esposo tan afectado que cayó enseguida, también, en un estado depresivo que lo obligó a internarse en una clínica para recuperar la natural estabilidad emocional que siempre había mostrado...
Margarita no pudo con su adversidad. Sobre todo no pudo comprender que tenía 3 defectos que esa sociedad no podía soportar: era mujer, era negra, y era extranjera, en un país machista, racista y xenófobo... no cabía esperar otra salida para ella y para muchas que equivocaron su itinerario y arribaron a las costas de este Primer Mundo tan opulento y tan hipócrita, capaz de aplastar los sueños de cualquiera que tenga el atrevimiento de pensar que una vida mejor es posible...

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

1 comentario:

CAROL dijo...

Igual Margarita no llegaba siempre tan pronto o tenía otro trabajo y ya no le interesaba tanto ir tan lejos y cuidar a los mayores...sea como sea Margarita no merecía morir tan solo merecía encontrar su sitio en l vida, buscar un lugar donde estar a gusto y ser feliz.
Un abrazo Augusto