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martes, 21 de febrero de 2012

LA DULCE LUZ DEL ECUADOR

Quien conoce a María tiene que pensar que Ecuador es un país muy hermoso. No sólo porque María lo es, sino porque las muchachas ecuatorianas que nos honran con su estancia entre nosotros lo son. Y lo más importante: lo son no del cuerpo y del andar y del tratar, que también, sino que lo son por su manera de ser, de comportarse, de confraternizar, de alegrar el ambiente dondequiera que se encuentre una de ellas. Y María es la expresión más típica de esa característica muy propia de la mujer ecuatoriana.

--¡María!

Puedes llamarla en cualquier momento y en cualquier circunstancia: jamás verás en ella ningún gesto de rechazo.

--¿Para qué soy buena? -quizás te responda. Y de seguro que ella atenderá tu solicitud sin que en ningún momento desaparezca de su rostro la sonrisa y la expresión de complacencia al poder brindarte alguna ayuda.

--María, no descansas, estás como las ardillas, que no paran.

Y efectivamente, es una definición que la retrata fielmente, porque María se mueve, de un lugar a otro, siempre haciendo algo, incluso haciendo cosas que no tiene que hacer, pero que realiza con gusto, y al mirarla reír, trabajar, compartir con nosotros cada momento de su estancia en los apartamentos, nos sentimos casi como ella de jóvenes, dispuestos, llenos de esa vitalidad que es muy propia de las muchachas ecuatorianas en cuya mirada descubrimos una especie de candor y de dulzura que no es fácil hallar en otras jóvenes del entorno primermundista y que es parte inherente del patrimonio de la América hispana, tan sanamente apegada a su cultura y a su tradición.

--Ojalá pudiera visitar tu país –le digo no como un cumplido, sino como un deseo sano, generado por ella, y porque conozco a doce ecuatorianas y todas ellas son simpáticas, cariñosas, predispuestas a la amistad, desinteresadas, y sobre todo muy trabajadoras.

Y mientras, María sigue embelleciéndonos nuestro hábitat con su presencia tan natural y espontánea, y haciéndonos la vida más agradable. Y yo pienso que además (lo sé porque lo siento al tratarla) María es una madre ejemplar y una esposa de la que cualquier hombre que se precie de serlo estaría orgulloso.

--Pero, muchachita, ¿es que no te cansas nunca? –le pregunta una residente al pasar y verla siempre ocupada.

--Pues no,. María no se cansa. Es... como esos animalitos tan graciosos y tan laboriosos...

--¡Como una ardilla! Porque esos animalitos tan graciosos y tan laboriosos como tú dices no paran de moverse y de hacer cosas. Y María tampoco.

Augusto Lázaro

Pd: algún tiempo después de entregarle estos apuntes, María regresó a su país. Porque lo más cruel de esta maldita crisis no es sólo que nos quite los empleos, que tengamos que renunciar a nuestros bienes materiales, que perdamos las perspectivas de futuro... lo más cruel es que también nos separa de esas personas tan queridas que han tenido que regresar a sus orígenes en busca de ese futuro que aquí en el Primer Mundo no pudieron encontrar.

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