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miércoles, 15 de febrero de 2012

ADIOS AL PAPEL

Entrar en una librería moderna en España es encontrarse con una especie de unificación formal donde toda la mercancía expuesta a la venta, o sea, los libros, parecen iguales: del mismo tamaño, con la misma encuadernación, más o menos la misma cantidad de páginas (entre 400 y 500), y hasta los mismos colores, en unas portadas que parecen hechas por un enemigo del autor de cada libro. O sea, sólo se verán libros gooordos, voluminosos, pesados (un niño de 5 años no podría con ellos), y así, en pro de la "igualdad" material en la venta de esos ejemplares entre los que no se encuentra ni uno solo de... digamos, unas 150 páginas. Me pregunto si esto sólo sucederá en España...

La literatura ha dejado de ser el arte de poner en letras pensamientos, ideas, anécdotas, historias, dramas, poesía, relatos, etc., para convertirse en simple mercancía: ya no se le pide a los autores calidad, sino cantidad. Por más que he buscado, entre los últimos títulos anunciados hasta en los mercadillos, uno que sólo contenga una novela o una colección de cuentos que no rebase las 150 páginas, no he encontrado ninguno. Todos gruesos, pesados, acartonados, que no caben ni en un portafolios y quien los lleva, por ejemplo, en el Metro, sufre como esos niños escolares que tienen que cargar mochilas por encima de su resistencia. Porque, en el caso de los niños, quizás haya algún sesudo en el Ministerio de Educación que piense que los niños son como las hormigas.

Triste destino que, unido a “la moda” de los libros electrónicos, pronto nos privarán del placer de tocar aquellos libros que podían doblarse para leerlos en una sola página, y algunos que incluso cabían en cualquier espacio acomodado sin que su poco peso nos mortificara. Soy de los que creen que los libros de papel desaparecerán (la hitoria de la técnica me confirma): no mañana ni dentro de un mes, pero a la larga desaparecerán, y sólo quedarán ejemplares en museos y bibliotecas como exposición de lo que un día fue y llegó la técnica y chirrín chirrán.

Por favor, no me acusen de enemigo del progreso. Pero todo se ve venir: ya no se fabrican máquinas de escribir en ningún país y los aparatos que quedan permanecen como piezas de museo. Y ¿quién iba a decir que ese invento desaparecería? Pues igual sucederá con los libros de papel. Y también con la prensa escrita en papel, las revistas, los suplementos, etc. Si no, ¿para qué se inventaron los ordenadores (computadoras), y ahora las tabletas que lo tienen y lo pueden todo con un solo toque de índice? Egoístamente, lo confieso, lo siento por mí (y por quienes como yo echarán de menos, si estamos vivos cuando esto suceda): el día en que el último libro en papel sea colocado, como piedra primera de alguna construcción, en la última biblioteca que exista para conservarlos, exponiéndolos al público, sin prestarlos, claro, porque si lo hicieran, tendrían encima un aluvión de quejas, protestas, críticas y querellas de los fabicantes, distribuidores y vendedores de los ya famosos e-books.

Augusto Lázaro

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