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jueves, 17 de noviembre de 2011

LOS GATOS Y LOS TOROS

Se rumora que se llevarán los 32 gatos que habitan en el patio de la basílica de San Francisco El Grande, que recientemente mencioné detallando a su madrina bienhechora Isabel, que solía alimentarlos cada tarde con un amor digno de celebrar en estos tiempos en que el odio se está imponiendo en la mitad del mundo.

--¿Y por qué se los llevan? -le pregunto a Conrado, un residente que cuida con esmero las flores que adornan uno de los muritos que separa el corredor del mencionado patio.

--Pues porque aquí van a hacer una especie de jardín o algo por el estilo, un lugar para el disfrute de vecinos y usuarios -me dice, con su clásico pitillo en la boca y una mirada algo nostálgica.

--¿Y qué van a hacer con ellos? ¿Acaso van a matarlos?

Y la pregunta lo sorprende, aunque me contesta, sin lograr del todo calmar esta preocupación:

--No, no van a matarlos, creo. Hay gente que anda en busca de gatos como mascotas, a ellos los darán seguramente.

Y me pongo a pensar que en realidad me gustan los animales. Mi mamá creía que los animales eran mejores que las personas y a veces yo me lo llego a creer, viendo las salvajadas que actualmente se cometen y se quedan impunes, como en el caso de la entrada señalada hace unos días en este mismo blog.

En España se condena el maltrato y la ejecución (particular) de los animales, sobre todo de mascotas como perros, gatos, etc. Y es curioso cómo alguien que mate un cachorro puede ser condenado hasta a días en la cárcel, mientras se celebra como "la fiesta nacional" el espectáculo salvaje de las torturas que le hacen a los toros con su posterior asesinato: los hacen correr, sudar, sofocarse, los pinchan constantemente durante media hora, y les clavan varas de metal en sus carnes, provocándoles dolores intensos y derramamientos de sangre que corre por sus lomos furiosos e impotentes, y al final les entierran una espada que les parte el corazón, provocándole la muerte, que se celebra con gritos y aplausos a un “héroe” (de los tantos que abundan en este país) por parte de un público enardecido que quizás condenaría a un individuo dándole golpes a un perro.

Confieso que no acabo de asimilar que haya políticos, periodistas e instituciones que incluso se atrevan a decir que ese espectáculo es un bien cultural. Quizás yo esté equivocado, pero torturar a un animal, provocarle dolores y hacerlo derramar chorros de sangre, atormentarlo y castigarlo con golpes durante 30 largos minutos, en los cuales corre, se sofoca, suda, sangra, para mí resulta un espectáculo realmente degradante. Ya habíamos superado el lanzamiento de una cabra desde un quinto piso para verla estrellarse y reventar en el suelo (otra salvajada al fin eliminada por clamor popular), pero seguimos deleitándonos con estas corridas que atraen a miles y miles de fanáticos (es la palabra exacta) que van a las plazas a gozar, a gritar, a aplaudir a unos personajes disfrazados de no se sabe qué, dedicados a torturar y matar como si fuera un show de la televisión basura creado para hacer reír a los televidentes con las “gracias” (los pujos) de sus presentadores y concursantes.

Pienso que un perro es exactamente lo mismo que un toro, no puede separarse, como no puede separarse asesinar a un chino de asesinar a un marroquí. Ambas muertes son asesinatos. Igual sucede con los animales. Ambos maltratos, golpes, torturas y muertes, no son más que eso: asesinatos, llámese a un venado, un gato, una foca, una ballena, o un toro.

Augusto Lázaro

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