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domingo, 5 de junio de 2011

LA PANTALLA EN BLANCO

El miedo a enfrentarse a la dichosa página en blanco que sienten los escritores se ha mantenido intacto desde el tiempo de las trompetas, frase que a mi hija le encanta zumbarme cuando cree que algo de lo que tengo o uso no se ajusta a los tiempos modernos de Charles Chaplin, y con eso me está diciendo anticuado, o antiguo, como dicen ahora los jóvenes, aunque mi hija ya no es joven, pero su espíritu sigue siéndolo a pesar de que hace muchos años me hizo abuelo, y por segunda vez... pero ¿de qué estaba hablando? O mejor, escribiendo... Ah, ya: de la página en blanco que se mantiene en blanco a pesar de que las agujas del reloj continúan moviéndose de izquierda a derecha, lo que para cualquier escritor que se respete es un aviso de que sus musas se han ido al paro (al desempleo) o están de vacaciones, como las de Serrat en su canción tan conocida que comienza no hago otra cosa que pensar en ti...

Pero hay muchos miedos como hay muchos escritores (cada día más) y ponerse a pensar qué escribir cuando se tienen deseos de escribir pero no nos sale lo que deseamos escribir como deseamos que salga, a veces termina en una cefalea... y más ahora, porque antes de la computación popularizada hasta el punto que hasta El Tato ya usa el e-mail (qué trabajo nos cuesta hablar en nuestro idioma y decir correo electrónico, o correo a secas para ahorrar) era todo más fácil: teníamos la ventaja de que con un bloc de notas y un mocho de lápiz, cuando las ideas nos regalaran su tiempo de "inspiración", dondequiera que estuviéramos podíamos buscar dónde sentarnos, sacar el cuadernito y el lápiz, y a escribir genialidades, carajo, que para eso éramos escritores que conquistarían al menos el NOBEL algún día... pero ahora, la verdad que andar para un lado y para el otro con un ordenador (computadora), aunque sea de los pequeñitos, es un coñazo que nos impide andar "ligeros" de equipaje, como gritaba Nino Bravo

Y vamos a ver: eso de “que la inspiración me coja trabajando" no se lo cree ni Manolo el del bombo, porque si no hay "inspiración" y nos ponemos a trabajar (a escribir), ¿qué porquería vamos a dejar sobre la pantalla, esperando que vengan las musas a tocarnos los dedos con sus varitas mágicas y los llenen de las genialidades que quisiéramos crear? No, señoras y señores: hay que trabajar, eso sí, diariamente, e intentar hacer las cosas lo mejor que podamos, y además, no esperar a las musas, que esas nunca avisan, pero supongamos que en un momento dado, digamos cuando despertamos a las 04.00 horas, en un tren donde viajamos hacia el Norte del país por cualquier motivo o razón, se nos ocurre algo realmente de maravilla, y en ese momento y en el asiento de ese tren no tenemos ni luz (no vamos a despertar al vecino inmediato, porque no sabemos cómo reaccionaría) ni cuadernito ni lápiz, ¿qué hacemos? ¿Volver a dormirnos con el riesgo de que cuando volvamos a despertar ya ese bombillito que se nos encendió en plena oscuridad no aparezca ni aunque lo llamemos a gritos estentóreos? ¡Ah, Catana!

Pues eso, que ser escritor hoy en día (y en noche mucho más) es una especie de dolor de cabeza. Nunca me he creído a esos escritores que dicen que siempre están inspirados y con deseos de escribir. Hay veces, hay circunstancias, hay ocasiones (para todos los seres humanos) en que no se sienten deseos ni de pasar un finde con Claudia Schiffer (los varones) o con George Clooney (las nenas), y por tanto mucho menos de sentarse a escribir... ¿qué cosas? Vamos, hombre, cuentos para abuelas enfermas, título de un libro cubano de los 60 cuyo autor (o autora) no recuerdo, que me perdone pues. Tampoco me trago eso de que “yo me levanto a las 6 y estoy escribiendo sin parar hasta las 2 de la tarde”... ¡Bendito sea el Señor!, como si uno fuera una máquina que ni siquiera se calienta con la electricidad. Ese ser que asegura eso en una entrevista poco interesante... ¿no se lava la cara?, ¿no hace sus necesidades?,¿no desayuna?, ¿no se cepilla los dientes?,
¿no tiende la cama?, ¿no va a comprar algo al mercadito de la esquina?, ¿o es que tiene una sirvienta que le haga todas esas cosas menos las que nadie puede hacer por él (o por ella)? Pero lo más concreto: cuando lleve dos horas escribiendo sin parar, como asegura, ¿qué saldrá de las teclas? Porque científicamente, ningún ser humano puede generar genialidades “sin parar” durante esas 10 laaaargaaas horas de trabajo constante y sofocante.

Nada, que las palabras salen de las bocas fácilmente, lo difícil es que entren en el meollo de quienes las oyen o las leen. Lo más recomendable sería ponerse a escribir cuando la oportunidad se presente y contemos con las condiciones más propicias como pueden ser: 1) estar en plena forma intelectualmente (cosa no muy fácil), 2) estar en plena forma físicamente (cosa imprescindible, porque escribir –y sobre todo crear- cansa mucho), 3) contar con los aditamentos necesarios como: a) lugar en soledad y silencio, b) equipo de trabajo impecable, c) móvil apagado para no ser interrumpido por nadie y un letrero en la puerta de “perdone, no moleste” o algo parecido. Y aún así, lo que salga de la chola y se registre en la pantalla (porque ya nadie escribe a mano en un papel, supongo, ni tampoco en una Remington de 1955) habrá que revisarlo, analizarlo, corregirlo, pulirlo, y en la mayoría de las veces lanzarlo no al cesto, sino a la papelera de reciclaje, porque si somos escritores de verdad nos daremos cuenta de que lo que hemos creado es poco más o menos que ñiringa de pato... y a esperar hasta que algo nos quede requetebién.

Como ven, el optimismo para seguir siendo eso que llaman escritores me sobra. Pero no me hagan caso, es que da la casualidad que yo no soy Thomas Mann ni León Tolstói...
Por eso mi papelera de reciclaje trabaja tanto en mi computadora, pobrecilla...

Augusto Lázaro

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