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jueves, 30 de diciembre de 2010

LA CALLE... ¿EL REMEDIO?

La calle, remedio de todos los males... ¿o es la cama? ¿O las dos, que sirven para cualquier circunstancia: ¿que te sientes solo?, a la calle, ¿que estás cansado?, a la cama, ¿que te cogió la depre?, a la calle, ¿que tienes sueño?, a la cama, y así sucesivamente, como suele decirse en estos casos y en los otros. Pero yo, a la calle y con llavín, a ver en qué ha variado el panorama mierdero que veo diariamente cuando salgo, no sin antes bajar las escaleras (uso el ascensor sólo para subir, porque dice mi cardiólogo Héctor Bueno que el ejercicio es muy bueno para el corazón, y yo, como no nado ni corro ni monto en bici ni compito en maratones ni practico el boxing ni un carajo la vela, lo menos que puedo hacer es eso: bajar las escaleras y caminar, que eso sí lo hago, y más de una hora cada día, sí señor). Caminar es saludable, aunque lo que ves cuando caminas por esta ciudad no es como para encenderle una vela a Santa Filomena y brindar con champán por las bellezas que han recreado tus ojos. No. A veces lo que ves es todo lo contrario. Por ejemplo, puedes encontrarte un perro muerto y reventado junto a una alcantarilla, porque eso sí, un billete de quinientos euritos no te vas a encontrar, nené, ni lo sueñes. Así que sigue tu camino que yo seguiré el mío. Pues como decía, saludo a Sonia, la asistente que me sale al encuentro, y después de los buenos días, porque todavía no he perdido del todo la poca buena educación que me queda, le digo ¿qué haces tú aquí a esta hora, en el turno de mañana?, tienes cara de mala noche, seguro que nocturnando, como siempre, y ella, tan cariñosa y delicada como es, sonríe, y me dice: usted siempre me está pinchando. Y es verdad, yo siempre la estoy pinchando. Porque la quiero muchísimo, aunque la muy tonta lo sabe, por eso me regala una de sus sonrisas que refrescan más que un granizado de limón en la canícula madrileña. Pero a la calle, que los bajos del edificio donde creo que vivo no son la calle, y donde yo voy es a la calle...

Por costumbre, no por otra cosa, porque ya sé lo que voy a encontrar en la calle: lo que encuentro cada día que salgo y cuando regreso a cobijarme en mi "hogar, dulce hogar", me doy cuenta una vez más (y esto de darme cuenta una vez más cada día que salgo a la calle me huele a tontuelo del pueblo) de que no he visto ni oído ni sentido nada, absolutamente nada que no haya visto, oído y sentido ayer o la semana que pasó casi sin darme cuenta, que eso es otra cosa, lo rápido que pasan las semanas y yo no me doy cuenta de que cada vez estoy más viejo y que esta situación natural no tiene otro remedio que la resignación y la conformidad. Pero en la calle al menos me entretengo mirando la gente. ¿Habrá alguno o alguna que piense lo mismo? Porque eso también me lo pregunto diariamente. Un día le dije a una joven que se sentó frente a mí en el tren de cercanías que me llevaba al sur, a comer donde como de lunes a viernes, pero eso es otra historia que no le interesa a nadie más que a mí y no pienso contársela a ningún zoquete que me esté leyendo. Pues como decía, le pregunté a la joven si ella pensaba como yo sobre lo mismo. La joven me miró como si yo acabara de aterrizar en un cohete desde el espacio inconocido, y con disimulo, sin abrir su boca, se levantó y se fue bien lejos, hasta el límite del otro vagón. Cosas que se me ocurren. Pobre muchacha, a que pensó que yo estaba medio medio. Pues eso, que a veces yo mismo pienso que lo estoy, pero entero. ¡Ah! La culpa la tiene la calle...

En la calle hay de todo, como en la viña del Señor. Es el sitio más variopinto y a la vez más pintoresco de cada ciudad. Lo preocupante es la cantidad de locos que se ven en la calle, sueltos y sin ningún control. Algunos son pacíficos, pero con ellos nunca se sabe. ¿Será la crisis? Porque óiganme, con estos cuatro millones y medio, casi cinco según la estadística del qué dirán, cualquiera se funde. Muchos lo disimulan inconcientemente, pues ahora con eso de los móviles y de las manos libres, uno ve a cualquiera hablando solo en plena calle y puede pensar que el tipo está pasado, pero si lo mira mejor ve que la señorita no es que esté tururata, sino que está hablando con alguien al otro lado del espacio, mediante ese aparatico del que nadie puede prescindir, pues si no tienes un móvil no existes. Es como la tele, me dice Juan Antonio que quien no sale en la tele no existe, pero ven acá, Juan Antonio, ¿tú crees que la tele es lo único que confirma que tú estás aquí, vivo y coleando aunque no tengas cola?, y él claro, la tele es el cuarto poder, y cuidado si no es el primero, lo que la gente ve en la tele es lo que es, lo demás es mierda, pero yo le señalo que no me refería a eso, sino a que mira, aquí hay muchas cosas que si no las tienes o las haces o las dominas, no existes, y el móvil es una de ellas, como la tele, sí, como tú dices, pero el móvil, y el famoseo, y el fútbol, y si no sabes quién es el cantante de última moda, o la famosilla que saldrá esta noche en el programa Cuéntame la vida de tu enemiga y esas cosas, despídete... Y Juan Antonio se ríe... Hombre, ¿qué va a hacer? ¿Llorar?

Pues eso, que aquí si quieres que la sociedad sepa que tú, Marcelo Doimeadiós, eres, estás, existes, arréglatelas, inventa algún chisme gordo sobre algún peje ídem, y preséntate en algún plató, de esos que pagan cheques generosos por que vaya alguien a contar lo que sabe y lo que no sabe pero se lo imagina, o en último caso lo inventa, del porqué a Belén Esteban (un ejemplo, ¿eh?) le retorcieron la naricita cuando fue a quitarse cinco añitos de su fructífera existencia. Por cierto, ¿quién sabe qué edad tiene la susodicha? ¡Hum! Tarea para Rubalcaba, porque yo me declaro incapaz de averiguarlo, aunque me pagaran una buena suma por eso en los platós del cotilleo, que son casi todos. Así estamos, cuando me pongo a oír hablar a Sole con Fernanda a la hora del condumio, ¿qué oyen mis oídos? ¡Ah! Pues lo que ustedes se imaginan: lo que vieron anoche en la telemierda... porque cuando pasan a Plácido Domingo en una ópera, eso no lo ve ni el crítico de teatro del periódico EL PLANETA (no cito el verdadero nombre por ética profesional, vamos). No, Plácido, el más grande cantante de España de toda su historia, no vende. Lo que vende es Aída, por ejemplo, y esos programuchos llamados reallity-shows (pobre idioma nuestro) donde van a parar todos los idiotas habidos, y quizás dentro de años, los por haber ahora. La sociedad es la que manda: a la mierda la cultura, qué carajo. ¿Quién se va a forrar con Madame Butterfly en hora punta? ¡Hombre!

Augusto Lázaro

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