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jueves, 6 de enero de 2011

SPANGLISH IS THE FUTURE?

Dentro de pocos años nuestro querido idioma va a convertirse en un jeroglífico. Por varias razones de peso: una, la cantidad de términos en inglés que están sustituyendo a las palabras que podrían usarse en español, porque precisamente el nuestro es un idioma mucho más rico que el inglés. Dos, porque cada día aparecen más términos distintos para llamar las cosas que desde niños conocíamos con sus nombres de siempre: ahora a quien está en fase terminal, se le denomina que está padeciendo una larga y penosa enfermedad, en lugar de decir que el hombre (o la mujer) tiene cáncer en el colon. A las antiguas criadas les llamaron sirvientas hace años, pero ahora son "amigas de la familia que ayudan a la señora de la casa en sus tareas domésticas", y si esas mujeres están en las casas de algunos pejes gordos, pues entonces son "asistentas". Menos mal que los conductores (choferes antiguamente) siguen siendo conductores de los coches de esos pejes gordos, que no sé cómo no se les ha ocurrido ponerles algo así como "encargado de conducir el vehículo asignado al señor Tal para sus labores oficiales". Da risa. Y espanto. Y tres, porque quienes están subiendo como la espuma en altos cargos de la administración del Estado, son tan seborucos que como aparecen en la tele a diario, contagiarán de sus burradas a los estudiantes que dentro de poco hablarán un lenguaje inentendible por los mayorcitos que no sabrán qué cosa es un friki, una bachata, el bisne, la moviola, los forraos, las jéticas, etc.

¡Manda huevo!, como diría un ilustre diputado de nuestro no menos ídem Congreso de los padres de la patria, la pobre, tan abandonada por aquellos que deberían sacrificarse en aras de su bienestar, su progreso, su seguridad, su etcétera. Pues oigan esto: una tarde llego a CARREFOUR en busca de unos discos que me habían recomendado, me acerco a un mozalbete con cara de soynuevoaquí, y le pregunto: ¿dónde puedo encontrar discos compactos? El muchacho se me queda mirando y me dice: discos... pero usted se refiere a los neumáticos, a los discos de los neumáticos que... y no pude resistir una espera discusoria tonta que veía venir, por eso le espeté: no, discos compactos, quiero decir, compact disks, o sea, CDs, ¿me entiende ahora? Y entonces aquel jovenzuelo que podía cargar su propio peso con las manos sin hacer ningún esfuerzo, lanzó un ¡aaahh, sí, ya! Discos de música dice usted... mire... y me señaló dónde estaban los dichosos discos. Parece un cuento de una mente imaginativa, pero eso me sucedió de verdad. Y en CARREFOUR. Y aquí en Madrid. Y con un terrícola, nada de ciencia-ficción. Que conmigo éramos dos terrícolas hablando en un centro comercial... ¡Ah, Catana!

Pues eso, que ahora se aparezca la Academia con sus fantásticas reglas o leyes que nadie piensa cumplir, lo que da es un ataque de risa: la contradicción vigueta, diría Juan Retreta, porque vamos a ver: ¿no dicen que el lenguaje lo hace el pueblo? Pues si lo hace el pueblo, a ese pueblo no hay que estarle dictando cómo debe hablar y escribir, y que cada cual hable y escriba como le dé su real deseo. Que haya reglas, ok, tampoco vamos a apachurrar nuestro bello idioma, pero que las sigan los estudiantes, que para eso se enseña en las escuelas, y que los señores de la RAL se ocupen de cosas en verdad importantes, como por ejemplo: lo mal que se usa nuestro idioma en los medios de información masiva, malenseñando a los lectores, a los oyentes y a los videntes, sobre todo a estos últimos adictos a la teleñiringa, que eso sí es un horror, como el que experimento yo cuando leo en la primera plana de un diario nacional español que cayó mucho agua ayer tarde, o cuando oigo en algújn programa del patio algo así como entregue ese arma, o incluso cuando en la tele (el cuarto poder con vías de convertirse en el primero) sueltan disparates tan sorprendentes como maldecido, oiga, que es como para salir dando gritos estentóreos pidiendo socorro.

Nada, que si no defendemos nuestro idioma y nuestro bien hablar, muy pronto nos vamos a ver necesitados de pasar por ridiculeces increíbles y tan estúpidas como esa de usar traductores en nuestro inútil Senado, porque no hay quien ponga orden, dé un puñetazo en el buró y diga ¡Basta, coño!, que aquí se habla español y nada más, mientras ése sea el idioma nacional de este país. Como la bandera, que es una sola con carácter nacional y debería ondear orgullosa en cada etablecimiento estatal y público... cosa que no sucede, como con el idioma, porque los encargados de hacer cumplir ese mandato simplemente no respetan ni al gobierno central (que no se da a respetar) ni a los símbolos de la patria española, una sola y no 18 como parecen ser actualmente.

Augusto Lázaro

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