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lunes, 22 de enero de 2018

EL PODER DE DECIDIR


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"Ante la duda, abstente". Fácil de decir. Pero cuando hay que enfrentarse a la toma de una decisión que puede generar un cambio notable en la vida, la cuestión no es nada fácil. Y si por casualidad ese cambio implica una afectación en la economía personal, más difícil aún. Y ese es mi caso, que no voy a contar, pues a nadie le interesa, lo tomo como ejemplo de que hay que analizar muy cuidadosamente esa abstención ante la duda, si es que la hay, porque una vez cometido el posible error (y los errores se pagan caro) ya no hay marcha atrás. Y créanme, arrepentirse por haber cometido un error importante, pesa, y sobre todo, pesa mucho tiempo después de cometido. Y no hay que olvidar lo inútil que resulta "llorar sobre la leche derramada", que lo único que hace es empeorar el estado de ánimo de quien lloró porque derramó la leche en el momento menos esperado y por lo tanto, más lacerante...

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Pasa con los votantes en las elecciones: muchos tienen dudas, pero no se abstienen y van a votar, la mayoría sabiendo que nada de lo que prometieron van a cumplirlo Es curiosa la mentalidad de los seres humanos: hacen cosas que saben que o son inútiles o no van a dar resultados. ¿Por qué lo hacen? Muchas veces me he preguntado por qué la gente va a votar en las elecciones, si hace siglos que estamos oyendo las mismas cosas y comprobando que nunca se hacen. Miren a Obama: el primer día de su mandato prometió eliminar la base de Guantánamo (entre otras muchas cosas) y estuvo 8 años en el poder sin hacerlo. Y así es la mayoría de los políticos. Pero los votan. Siempre, en cada convocatoria, a las urnas, “a ver si éste sale bueno”… Pero siempre pasa lo de siempre: de bueno ni la intención. Promesas, discursos, proclamas, mítines llenos de gente enardecida aplaudiendo, y… y sin embargo, los votan, los siguen votando y los seguirán votando per seculam seculorum… Yo, lo confieso, no lo entiendo. ¿Usted sí? Por favor, explíquemelo…

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Se dice que una discusión se evita si uno de los dos no quiere discutir con el otro. También se dice que en una discusión inútil el más inteligente es el que renuncia a discutir. Porque siempre será el que sí disfruta discutiendo el que tendrá la razón, y pensará que una vez más ha ganado, cuando en realidad, de continuar la discusión sería el perdedor, aunque jamás lo reconocería. Y es que reconocer que se ha perdido es muy difícil: la inmensa mayoría de los seres humanos piensa que siempre tiene la razón, y lo peor, piensa que sabe de todo y que lo sabe todo. Una vez se lo dije a una amiga que estaba loca por armar una discusión, no recuerdo sobre qué: mira, querida, Sócrates sabía más que tú y que yo, y dijo “sólo sé que no sé nada”. Un poco de humildad sería muy saludable, pero ¡ay!, la humildad es algo que si alguna vez existió, hoy en día brilla… por su total ausencia. Al menos, no conozco a nadie que sea realmente humilde y que acepte que por lo menos una vez se ha equivocado y que esa vez no tuvo la razón. ¿Conoce usted algún caso?

Augusto Lázaro

@lazarocasas38


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