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martes, 11 de diciembre de 2012

¡QUE LINDA ESTA LA CALLE!



Acabo de llegar de hacer las compras de la semana y me dispongo a pasarme nada
menos que ¡92 horas! encerrado en mi casa, sin salir ni siquiera a llevar la
basura hasta el contenedor. ¡92 horitas!, como lo oyen: hoy sábado hasta
medianoche 10, mañana domingo todo el día 24, el lunes todo el día 24, el martes
todo el día 24, y el miércoles hasta las 10 en que por fin me decida a coger sol
un rato, otras 10, o sea, gente: 92 horas, ni un segundo menos, gracias al
puente con 2 días feriados de la próxima semana. Pero no, hombre, no, no estoy
como una cabra, ni con la gripe A, ni condenado a reclusión domiciliaria, ni
padezco de agorafobia (aunque confieso que me encantan los espacios cerrados: en
ellos me siento, sobre todo cuando hace un frío de tres pares, algo así como
cobijado, protegido, arrullado por ese espacio que me acoge con verdadero
placer, pero eso no viene al caso). No. Es que yo los domingos nunca salgo, y
como el lunes y el martes son feriados, pues tampoco pisaré la calle, que los
feriados son peores que los mismos domingos y no se ve en la calle ni un mendigo
con un cartelito. En esos días las calles están más vacías que la esperanza de
mi pobre amigo Marcelo de sacarse el euromillón y salir de su aburrida situación
de pobre de solemnidad. Porque eso tiene la pobreza, que además de ser maligna
es muy aburrida. Pues eso, sí. Dice Marcelo que esta ciudad (no dice de mierda,
pero lo piensa) padece, o mejor dicho, hace padecer a sus habitantes inocentes
nada menos que ¡6 plagas!: cuando no hace un frío que te miniaturiza los huevos
hace un calor que te derrite la musculatura, cuando la lluvia no te ensopa hasta
calarte la mandolina, el viento se te pega en las mejillas y casi te empuja,
arañándotelas literalmente, y cuando el polvo no se te enchurra en los zapatos y
los pantalones oscuros, el ruido te deja de tapia y casi no oyes el pitazo del
coche que por poco te manda para el más allá. Marcelo, sí.

¿Que qué voy a hacer durante esas 92 horas metido en mi casa como un macao
acurrucado en su concha? ¡Ahhhhh! Pues lo mismitico que hago cuando no hay
ningún puente, ni corto ni largo, y tengo que salir a la calle para deleitarme
con tantísimas y tan atractivas variedades que engalanan mis paseos: asearme,
desayunar, escribir tonterías en el IBM que ni El Tato se atrevería a intentar
deglutir, leer libros, revistas, periódicos, suplementos, tabloides, que es lo
que más hago diariamente, porque es un placer que tiene la gran ventaja de que
es gratis, además de solitario, silencioso, calmante, único, oír música,
alimentarme, trajinar con mis cosas y con las cosas del piso, que aunque no son
mías es como si lo fueran, porque tengo que darles mantenimiento no remunerado,
a pesar de que pago un alquiler que no voy a decir de cuánto porque hasta yo me
asusto. Y por la noche ver alguna que otra plasta de las menos malas que pasan
por la caja para idiotas que consumimos las teleidioteces. Eso.

Bueno, es cierto que para gustos se han hecho las salidas y que todo es según el
color y eso, y también que cada cual ve lo que le rodea según su estado de ánimo
y su cuenta bancaria, pero vamos, que la calle no es una feria colorida y con
sonidos estéreo de instrumentales de esos que aquí ninguna emisora se digna a
pasar nunca y etc. Salir a la calle es encontrarse dentro o fuera de los
transportes espectaculares, las gracias de los mozalbetes ociosos con sus patas
encima de los asientos, el humo de los fumadores implacables que te lo echan
casi en tus mismas narices (y cuidado con protestarles), los gritones que parece
que están sordos y berrean como carneros trashumantes para trasmitirse las
tonterías que se les ocurren o para comentar los últimos partidos de fútbol de
sus equipos que están en picada sin que el cabrón presidente del club haga algo
para salvarlos de la ruina, los olores indescifrables que pululan por todos los
rincones, las zanjas, huecos, barandas, que impiden el libre traslado a patitas
si es que no quieres perder media hora esperando el transporte, los pedigüeños
que te salen donde menos tú te imaginas que vas a encontrártelos, entre ellos
los genios musicales del Metro, cada día más desafinados y con más opciones para
que se conviertan en concursantes televisivos de algún reallity show, esas
revistas de famosetes con menos vergüenza que los políticos, que ya es decir,
que hojean sin siquiera leer muchas señoras que por su aspecto y almanaque ya no
están para ilusionarse con quitapellejos (léase liftings) y futuros (?) de
millones y Mercedes con Bautistas al volante de completo uniforme, el contenedor
volcado con regueros de papeles y basuras, el perro con las tripas salidas en un
charco de no se sabe qué sustancia rojiverdosa (¡qué asco, carajo!), las
fachadas que piden a gritos uno o dos remozamientos desde los cincuenta... en
fin, ciudadanos, que para ver tanta porquería de otros me quedo con la mía.

Así que de calle nada. Ya bastante tengo con imaginarme lo que voy a ver una vez
más cuando no me quede más remedio que salir: las plagas, los olores, los
ruidos, los gordos, los idiotas (ambos in crescendo), basuras, cagadas de
palomas, papeles y más papeles desbordados o lanzados al suelo,
inmisericordemente, gente y gente por doquier, los lugares abarrotados, las
discusiones en grupos, altavoces humanos, ¡ay!, y... no, no, no. Ni pensarlo,
majines. De eso nada. Déjenme aquí metido como un topo terco, que así no veo
nada y paso. Porque para ver y disfrutar de cosas bellas, que las hay también,
hombre, hay que tener pastilla, y yo de pastilla lo único que tengo es aero-red
para cuando no pueda expulsar los gases del estómago por algún exceso de
chocolatería, que es uno de mis pocos vicios. Oigan esto:

ayer mismo en la calle, como que ya por la edad estoy perdiendo facultades,
aplasté un gran trozo de caca de perro, que está de moda, y cuando regresé a mi
casita, a trajinar con el puto zapato embarrado para quitarle el olorcito, que a
pesar de mi extrema restregada con jabón, lejía, betún, champú, desodorante,
matacucarachas, detergente y otros menesteres limpiadores, como decía mi pobre
madre (q. D. t. e. s. s. g.): lo tengo interpretado en las narices (el de la caca,
por supuesto). Si por lo menos el dichoso can hubiera sido el mío... pero es que
yo no tengo can alguno. No es que no me gusten los animales (en la ciudad hay
varios millones, de dos y de cuatro patitas, sí señor), es que ya no estoy para
eso, vamos.

Pues así las cosas, ya lo dijo Gerónimo, el de Magia Roja: "¡nada por todas
partes!" ¿La calle? Pues ahí se las dejo. Paseen mucho, que eso es bueno para
los huesos. Cojan fresco, respiren aire puro si lo encuentran, y así cuando
regresen y se encierren en sus habitaciones o se sienten en sus sofás a ver la
tele, no les quedará más remedio que repetir la frase hecha y el lugar común:
"¡hogar, dulce hogar!". Que disfruten de la calle, parientes. Buenas noches y
buena suerte...

(publicado en EL CUICLO el 17-07-12)

Augusto Lázaro
@augustodelatorr

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