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domingo, 23 de diciembre de 2012

EL PROCER


Aristóbulo Birria y Bustamante nació vivo y sano, aunque no coleando, una mañana en que los gallos no cantaron a su hora porque hacía tres días y medio que un ciclón de alcance ídem azotaba impíamente el pintoresco poblado de Boniatillo, ubicado al pie de una loma llena de arbustos y marabúes que sólo los chivos se dignaban escalar.

--Eran tiempos malos –dice Aristobulito (el hijo) cuando recuerda el acontecimiento que únicamente su madre celebró como algo positivo.

Y en efecto, eran tiempos malos aquellos en que no se había inventado la tele, y los pocos residentes del pacífico poblado entretenían sus noches jugando a la baraja o cumpliendo cabalmente las labores propias de sus respectivos sexos.

Birria vio por vez primera (aunque los testigos afirman que nació con los ojos cerrados) el mundo circundante el 8 de agosto de 1919. Su advenimiento no fue celebrado por nadie, porque nadie podía imaginarse lo que el futuro deparaba a esta egregia figura de nuestra sociedad.

--¡Una gloria nos ha abandonado! -dicen que fueron las palabras de su médico de cabecera cuando firmó la defunción, secándose las lágrimas con la toalla que le había alcanzado la viuda para que se secara las manos, y después de asegurarse de que era totalmente cierto que el genio había cantado el manisero.

Desde muy pequeño, Aristóbulo comenzó a dar muestras de su precocidad: lloraba cuando tenía hambre, hacía la gracia en cualquier sitio delante de la gente, con una absoluta falta de prejuicios, se quedaba dormido sin que tuvieran que cantarle el arrorró cada vez que tenía sueño, y daba cariñosas pataditas a los que cometían el error de acercarse a su cuna para hacerle cosquillas en sus piesecitos. Viajó intensamente, pues su familia cambió de domicilio diez y siete veces, hasta que ya cansados de buscar nuevos horizontes se instalaron definitivamente en una casa vieja de un viejo callejón de Santiago, desde donde Birria conquistó la fama que aún en nuestros días permanece indeleble.

--Eran tiempos peores -dice Aristobulito (el hijo) cuando rememora sus primeros años en el callejón.

Y en efecto, eran tiempos peores aquellos en que el dinero no frecuentaba los bolsillos familiares, pero en los cuales, no obstante, se destacó su padre en la escuela, por su afán desmedido de recoger todos los borradores de ejercicios que hacían los demás alumnos, contestando, cuando se le preguntaba para qué los quería, que "es que así voy reuniendo información sobre mis condiscípulos".

Ese afán de saber y de estar informado, de conocerlo y controlarlo todo, le creció en una oficina donde un tío suyo viejo y olvidado por toda la familia lo colocó, para que el tan despierto joven se ganara la vida honradamente y ayudara a los suyos. En cierta ocasión le preguntó a su tío por qué no se conservaban los recibos viejos que éste lanzaba con brillante puntería (la costumbre lo había hecho diestro) al cesto de basura que estaba a tres metros del buró de caoba desde donde podía observar a su sobrino con cautela. En esa y en otras oficinas por donde fue pasando, Aristóbulo creó para la humanidad sus más famosos y útiles inventos, entre los cuales podemos citar:

el archivo multiplicado, con el que se evitaba tener que levantarse para ir a consultar cualquier asunto, el control de documentos por persona, para que cada cual pudiera, en un momento dado, disponer de tal o más cuál dato, sin perder el tiempo y la energía moviéndose de un lugar a otro en cada puesto de trabajo, el cronograma de colores, contentivo de las actividades por horas y por días de cada uno de los empleados, en poder de cada uno de los jefes, vicejefes y subjefes de secciones, cosa de que nadie pudiera ser atrapado in fraganti en una auditoría no anunciada, y sobre todo, su sensacional hoja de ruta, que cada empleado debía colgar en la puerta de su jefe cada vez que se ausentaba del área de trabajo propia, detallando pormenorizadamente el recorrido que pensaba hacer, con quién iba a contactar, etc.

Gracias a don Aristóbulo, como ya le llamaban en todas las oficinas donde su fama había llegado, contamos hoy con facilidades de tan alto calibre como

la planilla de 48 tópicos parejos a 4 columnas, el cenicero portátil, la agenda minutera, el borrador con brocha, el sacapuntas de doble filo para lápices bicolores, la pluma con tintero intrauterino, las tijeras de 4 tenazas, el libro de firmas por horas, la tarjeta de control de meriendas y tomas de café, el registro de conversaciones inter-empleados, los espejos retrovisores de burós, los archivos de desglose, el memorándum digital, el papel de 8 1/2 x 26, el recado diferido, las llamadas retrasmitidas, las reuniones diarias, los contactos por sesiones, etc., que lograron que su nombre siempre fuera pronunciado con admiración y respeto en todas las dependencias públicas (y hasta en algunas privadas) donde laboraban con ingente esfuerzo miles de empleados que se afanaban fervorosamente por agilizar los trámites de cada ciudadano para hacerle la vida agradable a cuanto ser humano acudiera a sus servicios.

Pero sin dudas, la obra maestra de Don Aristóbulo fue el centuplicado, que creó precisamente el 8 de agosto de 1969, cuando alcanzaba sus hermosos y productivos cincuenta años de vida y creación. El centuplicado revolucionó la historia de la administración pública. Consistía este maravilloso invento en sacar 99 copias de todos los papeles, documentos, cartas, memorandos, órdenes de compra y de servicios, telefonemas, formularios, conduces, informes, planes, borradores, pases, telegramas, actas de asambleas y reuniones, consejillos, etc., con el fin de remitir por correo certificado una copia a cada jefe de organismo, organización, empresa, unidad, institución cultural o deportiva, planteles estudiantiles, fábricas, granjas, cooperativas agrícolas, unidades militares, puestos de fiambre, etc., para que todo el mundo estuviera informado de cuanto acontecía en todas partes y así tuviera cada cual una visión completa de la vida y del mundo.

Aristóbulo Birria y Bustamante falleció el 28 de septiembre de 1975, dejando una estela de llanto y de melancolía entre los que tuvimos el altísimo honor de conocerlo y de admirar su valiosa obra creativa. La chica de la limpieza lo encontró una mañana, ahogado, envuelto en montones de papeles en los que trabajaba arduamente, al parecer creando algún nuevo invento que daría más comodidades a los empleados de la administración pública.

Augusto Lázaro
@augustodelatorr

 

 

 

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