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domingo, 15 de enero de 2012

LA TERCERA JUVENTUD

A doña María, por ser un cielo de mujer

Esta mañana, al pasar por un emplazamiento de mesitas y sillas, convertido con tales objetos en una especie de restaurán al aire libre, he visto a una pareja de ancianos, ella y él muy abrigados, junto a la baranda desde la que se ve una porción pequeña de Madrid, conversando, muy animados, sin hacer otra cosa, pues no había a la vista cámara fotográfica ni de vídeo ni anteojos ni platos con alimentos que pudieran distraer su presencia en semejante sitio, donde a pesar del frío de un invierno no muy normal por las temperaturas inusitadas, había unas diez personas saboreando meriendas o degustando vinos y licores quizás para calentarse por dentro.
Pero los ancianitos conversaban. Conversaban sin parar, y de vez en cuando uno de ellos acariciaba la cabeza del otro, siempre hablando y gestionando, como si estuvieran disertando a dos voces alguna conferencia universitaria.

Enseguida pensé en la novela de García Márquez El amor en los tiempos del cólera, que tanto anima a ejercer ese bello sentimiento que no sabe de edades ni de horas ni de razas ni de ideologías ni de culturas ni de sociedades, y que logra lo que quizás ningún medicamento: renacer el deseo de vivir de quien lo siente, aunque esté rebasando la tercera edad, como en este caso de esos ancianitos a quienes el mundo importaba un pimiento y se entregaban a expresarse lo mucho que se amaban quizás en los albores de una muerte no anunciada aunque próxima. Porque el amor puede tanto que es capaz de hacer que un ser humano se olvide de la muerte.

Toneladas de impresos se distribuyen entre las personas llamadas “mayores” en los que, en forma de revistas, folletos o simples plegables, se muestran diversas maneras de afrontar esa edad a la que no todos, lamentablemente, llegarán. Y es cierto, a pesar de la exageración en cuanto a las bondades que ofrece esa última etapa de la vida que comienza después de los sesenta, que con esa “tercera edad” no termina la vida, como creen muchos. Pero por encima de ejercicios, juegos, asistencia a actividades en los centros de día y de mayores, vínculos sociales y servicios de ocio y entretenimiento que pueden brindarse a esas personas, está lo principal, que no siempre se muestra en las revistas especializadas para tales fines, y lo principal, a mi modo de ver, es el amor. Porque no hay tarea ni ocio ni enseñanza ni estudio que pueda superar el sentimiento que une a las personas, y que no tiene en cuenta ni primera ni segunda ni tercera edad. Y ese ejemplo de los ancianitos de la baranda lo demuestra.

Y es tanta la fuerza del amor que es capaz de obviar los achaques propios de esa edad, las molestias, incluso las enfermedades que suelen padecer quienes llegan a sus últimos años tocados por la magia del mejor sentimiento que puede sentir cualquier ser humano. Porque como se dice, muchas veces sin creerlo ni sentirlo, y a pesar de que sea considerado un lugar común más, “el amor no tiene edades”, y no las tiene, porque el amor sólo entiende de lo que una persona es capaz de sentir por otra que lo lleva hasta el punto de ofrecer su vida, gustosa, por esa otra persona a la que ama, sin pensarlo dos veces.

Augusto Lázaro

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