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miércoles, 11 de enero de 2012

LA SOLEDAD DE TODOS

He leído muchas veces que el de escritor es "el oficio más solitario del mundo", y quienes opinan así no son precisamente ignorantes de lo que significa vivir casi permanentemente metido en un espacio donde apenas hay muebles y otros aditamentos para realizar esa labor, ingrata de por sí, de sentarse (o pararse, porque no sólo Hemingway escribía de pie) a poner en un papel (ahora más bien en la pantalla de un ordenador ) lo que se le ocurra, o salga de la mente generado por vivencias externas, o aparezca de improviso por gracia de esa "inspiración" que alguien dijo que "cuando aparezca, que me coja trabajando". Pero no creo que ser escritor lleve implícita la condena a vivir aislado del mundanal, pues es ese mundanal quien genera en la mente del creador lo que sus dedos teclean en ese espacio donde vive y revive su solitaria existencia.

Es cierto que un escritor debe pasar muchas horas de su vida encerrado en ese espacio tan propicio para la creación: no se concibe a un escritor creando su obra maestra en un desfile por el primero de mayo, por ejemplo. Pero también lo es que ningún escritor puede vivir de forma permanente como si fuera un macao (ermitaño en ambos sentidos, o sea: un asceta que vive en soledad, o un decápodo marino de abdomen blando y grande que se protege alojándose en la concha vacía de algún molusco, según el PEQUEÑO LAROUSSE ILUSTRADO), pues si así lo hiciera sólo podría escribir sobre sus vivencias anteriores a esa decisión de encuevarse y renunciar al sol en su piel y a la gente en sus contactos.

Por muy acérrimo enemigo del género humano que una persona sea, no puede vivir totalmente aislado de la humanidad, que aunque muchos tengan una pobre opinión sobre ella (como la escritora Ana María Matute) ostenta todavía muchísimos valores que se muestran diariamente en acciones solidarias y en sacrificios de unos por otros sin esperar ninguna recompensa. De esa humanidad ese escritor toma los argumentos para sus narraciones, y sólo teniendo contacto con ella podrá realizar una obra valiosa que muestre las vivencias ajenas que no les son dadas si no vive dentro de lo que conocemos por el género humano. Una cosa es estar solo creando una obra literaria (o de cualquier otro género) y otra es renunciar a la vida exterior, esa que a veces detiene su teclado para asomarse a la ventana y ver pasar la gente que va y viene sin darse cuenta de que está escribiendo sobre esa gente que pasa frente a sus ojos ignorándolo, pero imprescindible para llevar a buen puerto su imaginación enriquecida con el contacto humano.

Sobre la soledad se ha escrito quizás demasiado. Sobre la soledad del escritor (como la del corrdor de fondo) también. Y con la soledad sucede como con los anhelos que el ser humano alimenta para seguir viviendo y no suicidarse: el ser humano siempre desea lo que no tiene, y cuando obtiene eso que no tenía, comienza a desear otra cosa, y creo que mientras más difícil e incluso inalcanzable sea su anhelo, más fuerzas le dará para luchar por él y continuar siendo un vecino de la superficie terrestre. Porque no son los escritores los dueños y señores de la soledad: hay muchos que no dedicándose al oficio de “escribidor”, buscan en la soledad un consuelo a su falta de química con la raza humana. Lo que a veces ayuda, pero otras veces hace caer sobre la espalda de quien la padece sin desearla, un bloque de cemento que lo aplasta totalmente...

Augusto Lázaro

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