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lunes, 27 de junio de 2011

EL PODER SIEMPRE OPRIME

Dicen que el poder corrompe. Y es cierto. Sobre todo a quienes lo detentan demasiado tiempo. Y demasiado tiempo es, por ejemplo, 10 años, 20 años, 30 años, como el tiempo en que todavía muchos jefes de gobierno o de estado se mantienen ante unos pueblos impotentes (?) que no han podido sacudirse semejantes lastres. No hablemos de casos excepcionales como el cubano, cuyo gobierno lleva ya en el poder la friolera de... ¡51 añitos! Parece cine fantástico, pero es real. Para bien de algunos y para mal de muchos. Pero en fin, que así está la humanidad y así es esta época en que nos ha tocado vivir.

Un amigo gallego (de Galicia guardo muy buenos recuerdos por la generosidad de su gente) me dijo una tarde, en el DERBY, en Santiago de Compostela, saboreando una merienda algo frugal pero sustanciosa, que "el poder siempre oprime". Fue por el año 1999, al borde de alcanzar el próximo milenio, en el cual tanta gente tenía cifradas esperanzas ingenuas en que este mundo cambiaría para mejorar, porque "no podemos seguir así", coreaban muchos. Y pensando en esas cortas y tajantes palabras de mi amigo, llegué a la conclusión (por enésima vez) de que era cierto: el poder siempre oprime... al más débil, por supuesto. Y enfrentarse al poder, cuando sólo se cuenta con la razón, es como intentar matar moscas soplándolas.

Sin dudas, el hombre se siente a veces impotente ante el poder, cuando éste se ejerce de juez para juzgarlo, de jefe para ordenarle, de amo para esclavizarlo, de empleador para darle un trabajo que quizás no sea pagado como requeriría la labor del nuevo subalterno, que ve sus derechos pisoteados cuando no hay un organismo de base que lo defienda, y en el caso de que lo haya, no aparezca una justicia que haga la ìdem que el caso amerita y exige. Por eso cuando un ser humano tiene que enfrentarse al poder establecido, aunque este poder se haya constitjuido mediante el voto democrático en elecciones donde participa una parte (nunca toda) de la sociedad, tiene el 90% de posibilidades de perder, y no digo que el 100 para no pecar de exagerado, que en la práctica no lo es, pero para darle un margen de bondad al poderoso Estado que parece inconmovible y al que ni siquiera a cañonazos se puede suprimir. El siguiente poema es una muestra de la mezcla pesimismo/realidad, que ojalá sólo quedara en versos provocados por el hastío de esperar que el olmo acabe de dar peras...

IMPOTENCIA ANIQUILADORA



Te sientes sacudido en medio del tornado

de la burocracia

que te machaca “los cojones del alma”*

hasta el agotamiento de tu insistencia en ver el vaso

medio lleno (pobre iluso que creíste lo que te dijeron)

y todavía dudas quizás recordando aquello tan lejano

de que la duda es lo único cierto.

Dudas mareado y sin perdices en una vereda que se difumina

hacia uno y otro lado de tus ojos:

¿doy la batalla contra el poderoso aparato

del Estado?

¿Me resigno a continuar borregueando a merced

de las pocas mercedes que Don Estado me lance

sin mirarme a los ojos en mi cuerno

de la escasez y la carencia permanentes hasta quién sabe

si post mortem?

¿Qué hago entonces, qué puedo hacer entonces

para librarme de estas madrugadas de ojo abierto

y de respiración acelerada

estrujando las sábanas inútilmente esperanzado

en que antes de la luz estaré ya morfeando?,

porque no hay insomnio que dure tantas noches

ni tantos desvelos en un túnel sin fondo.

Pero deja de pensar, insolente, desvalido,

no lo vuelvas a intentar, no lo vuelvas

a sufrir (¿es que eres masoquista?).

Pienses lo que pienses,

digas lo que digas, hagas lo que hagas,

y sobre todo, envíes lo que envíes

(cartas, solicitudes, documentos,

toneladas de papel emborronados o tecleados

en horas raptadas al sueño, cuando haya algo de sueño),

todo será inútil, pobre hombre desamparado y solo

como un farero en su noche sin luna:

el Estado terminará machacándote sin compasión

porque el Estado es el poder que siempre,

en cualquier circunstancia,

machaca, machaca, machaca,

sin mover un solo músculo de su rostro cancerbérico.



Augusto Lázaro

* expresión de César Vallejo

jueves, 23 de junio de 2011

¡OH, LA INFORMATICA!

INTERNET

Internet es como las mujeres: se le acepta o se le rechaza, pero pretender entender sus intríngulis es perder el tiempo, además de molestarse inútilmente ante una situación que no tiene solución posible. Así son ellas y así es él. Las mujeres han sido siempre, desde que el mundo como tal existe, imprescindibles. No concibo vivir sin ellas, a pesar de lo que puedan darme de negativo. Porque siempre recuerdo lo que de positivo he recibido de cada una de las que he conocido íntimamente, e incluso amistosamente. Pero hoy por hoy, con los discutibles avances de la sociedad humana, el Internet se ha convertido en algo también imprescindible, a tal punto que la mayoría de las personas que conozco que suelen conectarse con esa "maravilla", me confiesan que no conciben la vida sin Internet. Por supuesto que Internet es casi imprescindible en la vida moderna, pero pasará también, como tantas otras cosas que han llegado y se han ido, olvidadas o superadas por nuevas cosas que llegarán para llenarnos el tiempo que hoy invertimos en la informática. Lo que nunca pasará son las mujeres, porque ellas tienen la magia de convertirlo todo en eso que a veces nos cuesta trabajo reconocer: amor. Y quien lo dude o no lo crea, es que nunca ha sentido ese sentimiento que ennoblece al ser humano, especialmente cuando se siente por una mujer...

Pero volviendo a la informática: cuento no sólo con mi propia experiencia, sino con la de algunos amigos como Alex Sanamé y sobre todo, con la reacción ante cada trastada del ordenador conectado, de Juan Maguey. Confieso que envidio su talante para enfrentarse a cualquier asunto para él intrascendente, que para mí sería casi como un estado de sitio (soy una especie de obsesivo-compulsivo que no tiene remedio, según mi hija mayor). Juan se echaría a reír ante lo que acaba de sucederme:

Leo un artículo interesante sobre Jorge Luis Borges en LIBERTAD DIGITAL y quiero enviárselo a otro amigo lejano, Rodolfo de la Fuente, y lleno las pestañas habilitadas para esa tarea. Pues bien, al pinchar "enviar" me sale un letrerito (detesto estos letreritos) que dice que el correo electrónico del destinatario no es válido o algo parecido. ¡Le zumba la berenjena! Reviso lo que he escrito que me sé de memoria y veo que está OK, vuelvo a pinchar "enviar" y vuelve a salirme el letrerito. A veces a uno le sale lo que tiene de salvaje dentro y siente deseos de tomar el aparato y lanzarlo por la ventana hasta verlo caer, cuatro pisos abajo, y hacerse añicos, y entonces sonreír, saboreando la "venganza" contra el inocente ordenador (computadora) que no tiene la culpa de que Don Internet se complazca molestándonos con desatinos absurdos, ridículos, injustos, estúpidos y unas cuantas cosas más que no voy a enumerar para no aburrir a quienes me hacen el honor de leerme.

--Pero hombre -me dice Juan cuando le cuento estas cosas-, tómalo con calma, que todavía te faltan por tragar muchos sinsabores informáticos...

Y como el café nos espera en Méndez Alvaro (ahí nos encontramos), decido que lo mejor es sonreír y dedicar menos tiempo a Internet y más a vivir, que como dice el dicho, "son dos días". Y vale, Juan, pero hoy te toca a ti pagar...

Augusto Lázaro

sábado, 18 de junio de 2011

ECHALE SALSITA

La primera vez que fui a Varadero hice el viaje en ómnibus con un grupo de trabajadores del banco donde recién había comenzado a trabajar y otro de la empresa Industrias Ferro, S. A., en Pinar del Río, mi ciudad natal. Estaba ilusionado con aquel viaje que durante varias semanas me mantuvo en un estado de expectación y ansiedad: conocería una de las playas más hermosas de América, me bañaría en sus aguas, y sin dudas regresaría de ese viaje con un recuerdo que me duraría mucho tiempo. No me equivocaba: todavía me dura... Sin embargo, aunque parezca exageración o presunción de originalidad, confieso que mucho más que la playa me impresionó algo tan aparentemente vulgar como un verdadero manjar al buen gusto gastronómico que no olvidaré ni siquiera perdiendo la memoria: las butifarras EL CONGO.

Al saborear aquel verdadero boccato di cardenale, recordé el son que oía desde el lejano septeto nacional de Ignacio Piñeiro, con su sonada afirmación que traspasó la frontera del mar que rodeaba la isla: era tal la fama (porque era tal la sabrosura de aquellas butifarras que parecían cocinadas por dioses del olimpo griego) que millonarios de Estados Unidos cruzaban las 90 millas para buscar el letrero lumínico que surgía tras una curva en aquella carretera por la que, por allá por Catalina de Güines, como nos decía "Moño", la primera vez en la excursión citada, pasaban cientos de vehículos, siempre deteniéndose, al menos por la curiosidad de saber qué era aquello que atraía a tantos otros estacionados ante la mágica luz: BUTIFARRAS EL CONGO.

En este cantar propongo
lo que dice mi segundo:
no hay butifarra en el mundo
como la que hace El Congo...

De familia cubana típica, acostumbrado desde niño a saborear las delicias de la mesa de mi país (arroz con frijoles negros, tamales en hojas, cascos de guayaba con queso, congrís con carne de cerdo, arroz con pollo a la chorrera, turrón de maní, ajiaco, el mojito criollo, las papitas fritas, el café con leche y pan con timba al desayuno, etc.), confieso que jamás he vuelto a degustar un alimento que supere a aquel sabor fantástico de esas butifarras, capaces por sí solas de trasladar a cualquiera que las probara, como fue mi caso y como sería el de miles me imagino, vía paladar, a las delicias virtuales de la ensoñación y terminar exclamando algo así como ¡carajo, estas butifarras están para comérselas! Y si no la única, quizás la clave estuviera en el estribillo de aquel son tan cubano y tan cercano a nuestra idiosincrasia, que repetía una y otra vez:
¡échale salsita!

Quizás ahí estaba el secreto. O quizás en aquellas manos prodigiosas de El Congo, que dedicó toda su vida a hacernos disfrutar de la magia de su fabulosa cocina.

AUGUSTO LAZARO

foto: butifarra tamaño familiar

martes, 14 de junio de 2011

VIAJAR... ¿UN PLACER?

Mi amigo R está en Miami. Desde esa ciudad me envía un correo diario contándome sus desventuras relacionadas con el tiempo que pierde para realizar sus movimientos, pues como no tiene coche (automóvil) tiene que depender de que alguien lo mueva, porque en Miami (quienes han estado allí lo saben) si no tienes coche despídete, y como al parecer todo el mundo tiene coche, los autobuses pasan cada hora, y la espera puede enfermar a cualquiera de los nervios, y el alquiler de los Super Shuttles no es como para andarse con botaratillas de bolsillo. Miami: paraíso de quienes pueden encender un puro con un billete de $5.00... ¿o no?

Pues eso, que mi amigo está cansado, no sólo de Miami, pues suele viajar mucho, y sobre el dulce placer de viajar –según muchos- hemos discutido en varias ocasiones, dejando siempre un margen para continuar, porque entre cubanos las discusiones son, como según Albert Einstein el universo y la estupidez, infinitas. Pero esta vez parece que mi amigo no está disfrutando mucho de su viaje, a juzgar por sus horas perdidas en las que no puede ejercer ninguno de sus placenteros “vicios” literarios, musicales, y sobre todo hogareños, pues es sin dudas un hombre de hogar, como yo he querido siempre ser.

Viajar puede resultar para muchos un placer, un ejercicio del ocio, una acción que se supone aumenta el nivel cultural del viajero, todo eso discutible, pero respetable. Los que disfrutan viajando hacen bien en viajar, sobre todo porque tras un largo período de trabajo y dedicación a negocios, empresas, responsabilidades, o simplemente una labor de atención diaria en cualquier aspecto de la vida, el cuerpo pide un tiempo de lo que ahora se llama relax. Sólo que los viajes, al menos los modernos, no sólo reportan horas de placer, descanso, recreo, cultura, y todo lo demás. Viajar también puede provocar un estrés, cosa muy frecuente en estaciones de transporte y sobre todo en aeropuertos, donde últimamente ya no existe una seguridad al 100% de que el viaje programado y pagado resulte un placer de verdad.

Es difícil encontrar a alguien (entre los viajeros frecuentes o esporádicos) que no haya tenido que dormir en el suelo de un aeropuerto, sobre alguna manta o colchoneta si acaso, por el retraso o la cancelación de un viaje que se pagó anticipadamente, y no muy barato que digamos. Pero lo peor no es dormir en el suelo, lo peor es la incomodidad que causa esa irresponsabilidad, esa falta de rigor, esa situación que cuando estamos en esas condiciones que casi no podemos creer, poco a poco va aumentando el vapor del cuerpo sufriente por causas ajenas, y que termina por convertirse en un mal día, o en unos malos días, durante los cuales maldecimos, sudamos, sentimos deseos de coger por el cuello al responsable (o a los) de nuestro padecimiento, y maldecimos la hora en que se nos ocurrió aceptar la oferta (sin leer la letrica chiquitica debajo del anuncio) y gestionar el viaje que al final, si vamos, no disfrutaremos (porque nos esperan nuevas sorpresas no muy agradables), y si no vamos y regresamos a casa cabizbajos y furiosos, nos costará muchos días recuperarnos del mal rato pasado. Y ni hablar de los registros a los pasajeros, otra prueba que tienen que pasar los que van a intentar volar, en los que ya sólo falta que le apliquen a cada usuario del servicio aéreo una prueba rectal a ver si encuentran algo en... en fin.

Todos hemos visto en la tele esos grupos de viajeros indignados amontonados como abejas en panal, tropezando unos con otros, protestando inútilmente frente a los mostradores de la empresa, gritando, ofendiendo, y al final resignados a no poder llegar al tiempo que se había programado, o a tener que regresar frustrados porque ya no aguantamos más este horror que parece sacado de una película catastrófica o del teatro del absurdo. Porque si lo pensamos bien, resulta absurdo, en pleno siglo XXI, que una compañía de aviación tenga tantos problemas que no puede resolver ocasionándole a sus clientes tanto malestar, tanta incomodidad, tanto fracaso en unas vacaciones que se convierten, por arte de poca o ninguna seriedad, en una pesadilla de la que parece que jamás vamos a despertar.

¿Qué exagero? Quizás. Pero viendo con cuánta frecuencia ocurren estos casos, y leyendo los correos de mi amigo en Miami, sonrío plácidamente, acomodándome en mi poltrona favorita para saborear mejor aquellas dulces palabras que desde niño se metieron dentro de mi cabeza para convertirse en una especie de sentencia: “hogar, dulce hogar”... Pues eso, que viajar es saludable y placentero... pero el hogar creo que es mucho más, sobre todo cuando no tenemos la seguridad al 100% de que nuestro viaje será un verdadero placer que nos hará recordarlo durante mucho tiempo...

Augusto Lázaro

domingo, 5 de junio de 2011

LA PANTALLA EN BLANCO

El miedo a enfrentarse a la dichosa página en blanco que sienten los escritores se ha mantenido intacto desde el tiempo de las trompetas, frase que a mi hija le encanta zumbarme cuando cree que algo de lo que tengo o uso no se ajusta a los tiempos modernos de Charles Chaplin, y con eso me está diciendo anticuado, o antiguo, como dicen ahora los jóvenes, aunque mi hija ya no es joven, pero su espíritu sigue siéndolo a pesar de que hace muchos años me hizo abuelo, y por segunda vez... pero ¿de qué estaba hablando? O mejor, escribiendo... Ah, ya: de la página en blanco que se mantiene en blanco a pesar de que las agujas del reloj continúan moviéndose de izquierda a derecha, lo que para cualquier escritor que se respete es un aviso de que sus musas se han ido al paro (al desempleo) o están de vacaciones, como las de Serrat en su canción tan conocida que comienza no hago otra cosa que pensar en ti...

Pero hay muchos miedos como hay muchos escritores (cada día más) y ponerse a pensar qué escribir cuando se tienen deseos de escribir pero no nos sale lo que deseamos escribir como deseamos que salga, a veces termina en una cefalea... y más ahora, porque antes de la computación popularizada hasta el punto que hasta El Tato ya usa el e-mail (qué trabajo nos cuesta hablar en nuestro idioma y decir correo electrónico, o correo a secas para ahorrar) era todo más fácil: teníamos la ventaja de que con un bloc de notas y un mocho de lápiz, cuando las ideas nos regalaran su tiempo de "inspiración", dondequiera que estuviéramos podíamos buscar dónde sentarnos, sacar el cuadernito y el lápiz, y a escribir genialidades, carajo, que para eso éramos escritores que conquistarían al menos el NOBEL algún día... pero ahora, la verdad que andar para un lado y para el otro con un ordenador (computadora), aunque sea de los pequeñitos, es un coñazo que nos impide andar "ligeros" de equipaje, como gritaba Nino Bravo

Y vamos a ver: eso de “que la inspiración me coja trabajando" no se lo cree ni Manolo el del bombo, porque si no hay "inspiración" y nos ponemos a trabajar (a escribir), ¿qué porquería vamos a dejar sobre la pantalla, esperando que vengan las musas a tocarnos los dedos con sus varitas mágicas y los llenen de las genialidades que quisiéramos crear? No, señoras y señores: hay que trabajar, eso sí, diariamente, e intentar hacer las cosas lo mejor que podamos, y además, no esperar a las musas, que esas nunca avisan, pero supongamos que en un momento dado, digamos cuando despertamos a las 04.00 horas, en un tren donde viajamos hacia el Norte del país por cualquier motivo o razón, se nos ocurre algo realmente de maravilla, y en ese momento y en el asiento de ese tren no tenemos ni luz (no vamos a despertar al vecino inmediato, porque no sabemos cómo reaccionaría) ni cuadernito ni lápiz, ¿qué hacemos? ¿Volver a dormirnos con el riesgo de que cuando volvamos a despertar ya ese bombillito que se nos encendió en plena oscuridad no aparezca ni aunque lo llamemos a gritos estentóreos? ¡Ah, Catana!

Pues eso, que ser escritor hoy en día (y en noche mucho más) es una especie de dolor de cabeza. Nunca me he creído a esos escritores que dicen que siempre están inspirados y con deseos de escribir. Hay veces, hay circunstancias, hay ocasiones (para todos los seres humanos) en que no se sienten deseos ni de pasar un finde con Claudia Schiffer (los varones) o con George Clooney (las nenas), y por tanto mucho menos de sentarse a escribir... ¿qué cosas? Vamos, hombre, cuentos para abuelas enfermas, título de un libro cubano de los 60 cuyo autor (o autora) no recuerdo, que me perdone pues. Tampoco me trago eso de que “yo me levanto a las 6 y estoy escribiendo sin parar hasta las 2 de la tarde”... ¡Bendito sea el Señor!, como si uno fuera una máquina que ni siquiera se calienta con la electricidad. Ese ser que asegura eso en una entrevista poco interesante... ¿no se lava la cara?, ¿no hace sus necesidades?,¿no desayuna?, ¿no se cepilla los dientes?,
¿no tiende la cama?, ¿no va a comprar algo al mercadito de la esquina?, ¿o es que tiene una sirvienta que le haga todas esas cosas menos las que nadie puede hacer por él (o por ella)? Pero lo más concreto: cuando lleve dos horas escribiendo sin parar, como asegura, ¿qué saldrá de las teclas? Porque científicamente, ningún ser humano puede generar genialidades “sin parar” durante esas 10 laaaargaaas horas de trabajo constante y sofocante.

Nada, que las palabras salen de las bocas fácilmente, lo difícil es que entren en el meollo de quienes las oyen o las leen. Lo más recomendable sería ponerse a escribir cuando la oportunidad se presente y contemos con las condiciones más propicias como pueden ser: 1) estar en plena forma intelectualmente (cosa no muy fácil), 2) estar en plena forma físicamente (cosa imprescindible, porque escribir –y sobre todo crear- cansa mucho), 3) contar con los aditamentos necesarios como: a) lugar en soledad y silencio, b) equipo de trabajo impecable, c) móvil apagado para no ser interrumpido por nadie y un letrero en la puerta de “perdone, no moleste” o algo parecido. Y aún así, lo que salga de la chola y se registre en la pantalla (porque ya nadie escribe a mano en un papel, supongo, ni tampoco en una Remington de 1955) habrá que revisarlo, analizarlo, corregirlo, pulirlo, y en la mayoría de las veces lanzarlo no al cesto, sino a la papelera de reciclaje, porque si somos escritores de verdad nos daremos cuenta de que lo que hemos creado es poco más o menos que ñiringa de pato... y a esperar hasta que algo nos quede requetebién.

Como ven, el optimismo para seguir siendo eso que llaman escritores me sobra. Pero no me hagan caso, es que da la casualidad que yo no soy Thomas Mann ni León Tolstói...
Por eso mi papelera de reciclaje trabaja tanto en mi computadora, pobrecilla...

Augusto Lázaro