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viernes, 15 de abril de 2011

SI A LA PAZ

No me sorprende que los pueblos a veces elijan a los peores políticos para ser mal gobernados por ellos: a un hombre es difícil convencerlo, motivarlo, inducirlo a hacer algo, cuando se está solo con él, pero a una multitud, digamos miles de hombres, agrupados en un todo monolítico, es fácil convencerlos, motivarlos e inducirlos a que piensen, sientan, digan y hagan lo que un buen orador, que siempre resulta ser un buen demagogo, persigue con su discurso dirigido "a la masa". Casos hay en la historia que avalan esta afirmación: Hitler fue elegido por el pueblo, y Chávez también, y ya ven qué buenos ejemplos de demócratas y amantes de la libertad y de los derechos humanos fue aquél y es éste. Y hay muchos casos más. O sea, que nuestra pobre y desprestigiada democracia no ha logrado convertirse en el sistema social y político que necesita esta gran humanidad, que según el Che, equivocado siempre en sus apreciaciones, ha dicho ¡basta! y ha echado a andar, pues lo que menos se ve en estos tiempos es ese andar de los pueblos en su mayoría resignados a soportar gobiernos que los aplastan sin ningún pudor. Pues eso, que la democracia no es el mejor sistema, no señor. Sólo que no hay ninguno actualmente que pueda superarlo. La democracia es lo menos malo, aunque a los bienaventurados del pensamiento optimista, alumnos sin saberlo de Cándido, les duela reconocerlo, o peor aún, no quieran reconocerlo.

No me sorprende que gobiernos como el nuestro hayan arruinado a sus países, no sólo económicamente, sino también en los aspectos moral, social, cultural, familiar, religioso y laboral. Porque nadie mínimamente decente, honrado y honesto, podrá negar que en los últimos 7 años España se ha convertido en un rosario de divisiones internas, rencores y odios entre su propia población, que hasta ese entonces no se apreciaban en esta sociedad: el gobierno del PSOE (Partido Socialista (ni) obrero (ni) español, ha abierto heridas muy difíciles ya de cerrar, heridas que estaban cicatrizadas totalmente y de las que nadie hablaba, para daño del pueblo que en lugar de rechazarlas lo que ha hecho es enfrentarse unos a otros en una batalla de donde nadie, ni siquiera el gobierno, saldrá airoso. Y es que la izquierda española tiene ese raro don de jorobar la pita de todo lo que toca, valiéndose, entre sus muchas habilidades, de ejercer un dominio absoluto sobre la eficacia de la propaganda, impulsada indirectamente por la falta de la misma en una oposición solamente defensiva que espera sentada ver, como decían los marxistas, pasar el cadáver del enemigo frente a su puerta sin darle el empujón que necesita para que se acabe de morir de una vez.

No me sorprende que las potencias occidentales hayan invadido Libia, con la excusa de defender a los pobres rebeldes (que de pobres tienen lo mismo que yo de químico inorgánico) y sacar del poder a Gadafi, que parece ser el único dictador que pulula en los países árabes (los demás dictadores deben ser angelitos para esas potencias), y se empleen a fondo en una nueva guerra, asquerosa como todas las guerras, destruyendo lo que el hombre ha construido y matando a tantos seres inocentes que nada tienen de culpables para morir de esa forma tan absurda e incomprendida. No sé por qué los invasores de Libia no invaden también a Siria, donde la situación sea quizás peor, o a Yemen, o a Túnez, o a Qatar, o a tantos otros lugares donde los dictadores gozan de buena salud mientras sus pueblos son oprimidos, vejados, aplastados como cucarachas, sin poder conmover a los buenos invasores del reino del H P de Gadafi.

La moral de los políticos, ya se sabe hasta por los tontos, es el dinero, o lo que produce el dinero: el bienestar, el lujo, la dulce vida. Hace unos días me decía mi vecina Berta, una peruana que hace mucho tiempo reside en Madrid y se ha nacionalizado española, que
“hay políticos honrados que sirven al pueblo”, tema que ya he tratado en anteriores entradas y no pienso repetir, porque ya está tan manoseado que pensar en eso sólo demuestra dos cosas: un gran corazón (hablo de Berta) exagerado en su generosidad, o una gran ingenuidad, exagerada en su falta de conocimiento de la vida política, sobre todo en nuestro país, donde se manifiesta, mucho más que en otros, una desunión tan tremenda y una ambición tan fatua, que no encuentro similares entre los titulares del poder de esos países cuyos pueblos ahora se rebelan, buscando quitar viejos mandamases para poner nuevos mandamases que nadie sabe qué harán cuando el poder esté en sus manos. Ni Sarkozy, ni Obama, ni Cameron, ni nadie. Aunque parece ser que Angela Merkel sí tiene conciencia de esa situación, de ese peligro: que quizás con estas invasiones, haremos realidad el conocido refrán: “salir de Guatemala para entrar en Guatepeor”. Ojalá no sea así, pero confieso que el optimismo de algunos no ha llegado a convencerme.

Augusto Lázaro

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