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miércoles, 30 de junio de 2010

LA PRESENCIA AUSENTE

Fue el primer rostro que vi al llegar al edificio. Su sonrisa, amplia, sugerente, cariñosa, calmó mi nerviosismo (siempre me asaltan los nervios cada vez que cambio de vivienda) y tuvo la rara virtud de llenarme de entusiasmo, porque desde ese mismo instante pensé que ella sería (que ya era) mi amiga, y que en el nuevo espacio habitacional de soledad y paz no estaría tan solo como a veces deseo -y a veces detesto-, porque la soledad es un estado mental que sólo se acepta cuando se desea, y que martiriza demasiado cuando lo que se anhela -y no se tiene- es una compañía como ella que acababa de encontrar...

ELLA NO ERA MI TIPO

Ella no era mi tipo de mujer
(eso que, hablando en plata, se conoce como
tipo de mujer).
Pero las sombras que sin darme un minuto de tregua
emponzoñaban mis escasos días de sol
junto a ella desaparecían
casi mágicamente.
Ella no era mi tipo.
Quizás era -demasiado- "natural":
sin maquillaje, sin pintura, sin perfume notable
(ni siquiera se peinaba y dejaba su pelo
-no tan largo ni tan negro, pero largo y negro al fin-
al antojo del viento que apenbas lo rozaba
porque yo estaba con ella -siempre- bajo techo).
No era mi tipo, decididamente.
Pero cuando la tenía junto a mí
(sólo un breve retazo de tiempo junto a mí)
y tan cerca que a veces sentía su olor de mujer
todo lo demás que me rodeaba, y que sin ella se regocijaba
en recordarme
que yo vivía rodeado de cosas carentes
de la más mínima importancia,
se deshacía en burbujas como olas que alcanzaban
los rompientes
y elevaban sobre la superficie azulgris
(como sus ojos azulgrises donde se refugiaba
un pedacito del Mar Mediteráneo)
su blancura de espuma.
Porque ella era eso, sólo eso: un mar azulgris
cuyos rompientes tenían la enorme facultad
de llenar mi pobre vida de algo muy parecido
a la felicidad...

Enseguida nos hicimos amigos: siempre que salía a la calle me detenía unos minutos a conversar con ella. Y siempre su sonrisa, abanicando de frescor mis primeros momentos de cada nuevo día. Después, al regresar, si estaba todavía, continuábamos nuestros puntos de vista, que no siempre eran coincidentes, porque ella no era de las que se dejan aplastar por la "cultura" de ningún interlocutor. Defendía sus ideas y sus puntos de vista, y a veces nos poníamos muy serios discutiendo sobre algún asunto que nos importaba. Pero siempre su sonrisa era capaz de llenarme de entusiasmo por la vida, de ese entusiasmo que ya había perdido totalmente y que ella me ayudó a reencontrar...

ESTA PESADEZ DE LOS DOMINGOS


Domingo por la tarde: puedo oír el silencio
que se impone sobre todos los ruidos
porque nada pesa tanto
como un domingo por la tarde
preñado de nubes oscuras que no dejan caer
una gota
sobre la ciudad tan reseca que se respira
el polvo en medio de la calle inmóvil.
Otra vez a revolver recuerdos
de cuando fui feliz, o sea,
de cuando fui un niño feliz, desprejuiciado,
ignorante de la miseria humana
y de sus consecuencias tan aturdidoras
que al despertar la edad del sexo
acudí a su encuentro con temor
y desconfianza
porque el mundo no me había preparado
para tan traumatizante enlace.
Los domingos son días pesados y solos
y por las tardes aburridos y lúgubres
como la tierra árida.
Es a esa hora que triunfa la nostalgia
y los recuerdos caen en picada
sobre mi aturdido tiempo intrascendente.
Irremisiblemente digo en alta voz
ante la ausencia de interlocutores
comprensivos o no
que ojalá regresen pronto el lunes
y la rutina diaria
para hacer añicos este fardo que mis pocas
fuerzas
no pueden sostener por tanto tiempo...


Me llamaba casi todos los días, preocupándose por mí, por mi salud, por mi estado general, que casi siempre era bueno, con las limitaciones lógicas del almanaque que nunca perdona. A veces me subía algún periódico, otras me traía desde su casa algún disco con la música que yo le había dicho que me gustaba oír, y siempre su sonrisa, su mágica sonrisa que me hacía ver la vida todavía hermosa y que llenaba mis deseos de estar mucho tiempo con ella para continuar pensando que la vida sigue siendo hermosa todavía... Ahora ella no está, y me paro frente a la ventana de mi habitación desde donde veo àrboles cubiertos con hojas muy verdes, y muchos gatos jugueteando allá abajo, inocentes de cuanto los rodea, y rememoro los ratos que pasábamos ejerciendo una relación amistosa adornada de un cariño sin límites, que ella se llevó con su ausencia al marcharse hacia otras tareas, lejos de mi entorno de mampostería y sueños. Pero lo que no pudo llevarse fue su imagen: esa pincelada del recuerdo que me acompañará de por vida mientras yo la vea en todo su esplendor de mujer en verdad encantadora, agradable, porfiada, sincera, amiga, cabezona, mujer en suma de ideales que sería empeño inútil, por no decir tonto, pretendfer olvidar...

APRENDIENDO A VIVIR SIN TI


cada nuevo amanecer abro los ojos
intentando desperezarme de tu ausencia
rndirme a la evidencia de que ya no estás
tras las persianas sólo veo árboles sin hojas
aceras que ya no sostienen tus pasos
calles por donde ya no cruzas para acercarte a mi añoranza
entonces la soledad es un martillo golpeando mi cabeza
y lacerando mis horas inútiles
qué difícil este empeño de creerme que estoy aprendiendo
a vivir sin tu amor
asfixiándome en la pesadez de los domingos
que reptan en mi entorno lentos y agobiantes
porque ya no estamos juntos en ese mismo espacio
donde quizás recuerdes el tiempo de los dos
que absurdamente se nos ha escapado
me esfuerzo inútilmente en deshacer nostalgias
en olvidar recuerdos
en no pronunciar en voz alta tu nombre
pero qué difícil qué imposible este empeño
de creerme que estoy aprendiendo a vivir
sin tu amor...

Augusto Lázaro

augustorre1938@yahoo.com

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