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jueves, 9 de agosto de 2012

EL MAL MAYOR


Si me preguntaran cuál es el mal que más daño hace a la humanidad no vacilaría en afirmar que la burocracia: los males de la salud más o menos pueden curarse con los adelantos de la ciencia moderna. Pero nadie ha sido capaz de eliminar la burocracia, que no sólo molesta, sino que puede conducir a quien tenga la mala suerte de padecerla, al estrés, a la inseguridad, a la obstinación, y hasta al suicidio, y no creo exagerar.
Imaginemos que esto que les cuento sucedió realmente:

El gobierno cubano envió un alumno universitario destacado a especializarse como perito químico en la Unión Soviética. El estudiante pasó varios años en ese país, hasta que se graduó de esa especialidad, y regresó a Cuba, con sus documentos que acreditaban los estudios cursados y aprobados. El gobierno lo asignó a una empresa donde se presentó con su flamante diploma y el título de perito químico. Hasta ahí todo marchaba sobre ruedas. Pero...

La Administración de la empresa le pidió al joven egresado un documento que acreditara que estaba facultado para trabajar en ese tipo de laboratorio como investigador/ejecutor y demás. El joven alegó que había entregado todos sus documentos que lo acreditaban como tal, pero eso no bastó al empleador de dicha empresa estatal. Como solución indicó al joven que solicitara al centro donde había etudiado en la URSS el documento solicitado y una vez con él en sus manos volviera a presentarse en la empresa. Así lo hizo el joven, muy molesto, y se dispuso a esperar.

Esperó bastante, pero al cabo de varios meses recibió una carta del centro de estudios soviético, en la que se le expresaba que para enviarle el documento solicitado debía a su vez enviar una constancia de que estaba trabajando como perito químico en una empresa cubana, y que sin esa constancia no podían enviarle dicho documento. El joven, que ya estaba cabreado y con ganas de mandar al carajo a unos cuantos, volvió a la empresa y expuso su situación. Pero el Director, con quien pudo entrevistarse tras infinitas gestiones, le reiteró que sin ese documento no podía darle el empleo al que optaba con sus documentos acreditativos... etc.

Después de desistir (había perdido varios kilogramos de peso y se sentía frustrado, con un semblante de cansancio y de tristeza notorio), y por consejos de sus padres, el joven pudo obtener un trabajo como camarero en un hotel para extranjeros, donde se ganaba la vida honradamente recibiendo propinas que representaban unas diez veces el salario que cobraba cada mes por su trabajo oficial...

Ahora, señoras y señores que me leen: ¿me creerán si les confieso que esta anécdota se basa en un hecho real y no en mi imaginación de escritor? ¡Ah!, no lo creen. Pues oigan esto: a veces yo tampoco...

Augusto Lázaro

En tweeter: @augustodelatorr




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