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lunes, 18 de septiembre de 2017

ANTES Y AHORA


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En un diálogo a 3, en los bajos del edificio donde vivo, mi amiga Esther afirmaba con rotundidad que siempre, en la historia, ha habido casos de estupros, incestos, maltratos a mujeres, etc., y que todo esto se desconocía porque antes no había radio, televisión, Internet, móviles, etc., y la gente vivía al tanto sólo de lo que ocurría en su entorno. Sí, interesante observación con cierta tónica de veracidad. Pero, aunque estoy de acuerdo con su apreciación, puedo citar varios ejemplos que la niegan en su totalidad: cuando yo fui un estudiante de primaria, secundaria y estudios superiores, recuerdo que si un profesor entraba en el aula todos nos poníamos de pie, todos lo tratábamos de doctor (aunque no lo fuera), y ningún alumno le tiraba pelotitas de papel, ni le faltaba el respeto, ni mucho menos, cuando el profesor lo regañaba, le iba con el cuento al padre, que acudía, hecho una furia, al centro, a entrarle a golpes al profesor por haber tratado mal a su hijo o (¡qué horror!) suspenderlo en una asignatura... hoy es todo lo contrario. O sea, que no puede asegurarse que siempre todo ha sido igual, porque pecaríamos de ilusos que tendríamos que cambiar el refrán tan fallido de "cualquier tiempo pasado fue mejor" por uno que dijera: "cualquier tiempo pasado fue igual al presente". Y quienes no somos ignorantes sabemos que eso no es cierto...

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Pero las discusiones, en pareja o en grupos, siempre terminan igual: los participantes en la misma se separan, cada cual pensando lo mismo,  pues es muy difícil, casi imposible, que alguien cambie de opinión por otra opinión distinta a la suya, de donde se deduce que discutir no es más que perder el tiempo que bien podría emplearse en “empeños mayores”, como decía mi suegro en Santiago de Cuba. Aunque al parecer, a la gente le gusta discutir, y cuando entras en un bar, por ejemplo, te encuentras a grupos de clientes que combinan su consumo con distintas opiniones que a veces terminan en bronca. Lo más sano, ya lo dije, es mantenerse al margen de estas “peleítas” dialécticas que no van a dejarnos ningún beneficio y sí algún que otro disgusto tan fácil de evitar, ayudando con eso a nuestra salud mental y física...

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Discutir es, al parecer, cosa habitual en los seres humanos. Y en las discusiones en las que no se gana ni se pierde nada, hay siempre una eminencia que intenta (y muchas veces lo logra) imponer su opinión sobre la de los demás, que la aceptan porque piensan que esa eminencia no va a hablar por hablar, que es lo que precisamente está haciendo. En mi diario bregar me he dado cuenta de que evitar las discusiones no sólo ayuda a mantener una buena salud y también una buena relación con los semejantes, sino que es más provechoso escuchar que hablar: de este modo, obviando las necedades o estupideces que pueda decir no sólo esa eminencia, sino algunos otros del grupo formado espontáneamente, siempre se aprende algo. Al menos, en muchos casos, se aprende a… no ser como la eminencia de turno en el uso de la palabra veraz y certera. O sea, que como hizo Fouché la madrugada antes de mandar a Robespierre a la guillotina (y es lo que hacía siempre), aprender a callar, cosa difícil, nos da mejores resultados que enredarnos en una discusión sin ton ni son que no va a reportarnos más que sinsabores, molestias y problemas… Contradicciones, ¿eh? Bueno, como todo ser humano…

Augusto Lázaro

@lazarocasas38


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