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lunes, 28 de agosto de 2017

LA MANADA

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De niño, oí decir a alguien de mi familia, campesino robusto y quemado por el sol que trabajaba "desde el amanezco" hasta que las gallinas comenzaban a subirse a los árboles: “mira, sobrino, lo más duro de esta puñetera vida es que los demás comprendan tu trabajo en lugar de criticaarte tanto por cualquier metedura de pata". En aquel momento no pensé en esas palabras, sólo muchas décadas después me di cuenta de cuánta razón tenía aquel tío lejano en su muerte apacible, que con tanto cariño me trató siempre que mis padres me llevaban al campo a la casa de mi familia materna. Sus palabras he tenido oportunidad de comprobarlas demasiadas veces a través de los años: por cada elogio que recibes (si es que recibes alguno) caerán sobre ti miradas y palabras de desaprobación por cosas que quizás tú sabes y quienes te "machacan" ignoran. O quizás no, aunque esta última opción es minoritaria. Mi experiencia lo dice. No es que yo esté tocado por la estúpida megalomanía, es que la gente habla demasiado, y habla demasiado sobre cosas que desconoce, y cuando nota que alguien que sí conoce de lo que habla, lo habla, entonces saca las uñas y "a machacarlo"...
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Ser “distinto” a la manada sólo puede traerte disgustos, problemas y hasta enemistades. La manada no tolera que alguien se separe de su modelo de ser común que habla de lo mismo, que entiende lo mismo, y que emplea su tiempo en lo mismo. Y siempre está al acecho de cualquier detalle para atacar al “distinto”. Para ello emplea su solidaridad: se unen (más que los que no entran en su juego) para machacar al que se destaca por algo que la manada no tiene o no puede demostrar. Por eso las discusiones con la manada son estériles y estúpidas. Es como darle palos a un mulo que no quiere moverse: se parte el palo, duele mucho el brazo, y el mulo sigue ahí, inmóvil y riéndose (a su modo) del paleador que ha perdido su tiempo y no ha logrado su empeño. La comparación no es en este caso odiosa, porque la manada se comporta como el mulo del cuento: firme ahí, sin moverse un centímetro, a pesar de razonamientos (o palos), y así seguirá, hasta que la muerte se encargue de que no se joda  tanto a quien piensa, siente, habla y actúa de forma distinta. Conclusión: deja tranquila a la manada y ocúpate de tus cosas. Y sobre todo, ignórala, que esa es la bofetada que más le va a doler... y humillar...
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No hay que convertirse en un macao, metido en su concha a todas horas y asomándose sólo unos minutos para retornar a su hogar que lleva a cuestas (feliz él) porque lo que ha visto en segundos le ha parecido demasiado horrible. Pero lo más recomendable para alejarse de la manada y vivir un poco más feliz, es seleccionar minuciosamente a los amigos y a los tratantes, que también pueden echarle a perder un día a cualquiera que no entre en la manada todopoderosa. O sea, vivir aislado de lo que nos jode la vida, y olvidarse de ese mito de solidaridad con todos, aunque no se la merezcan, que no todos podemos ser la Madre Teresa de Calcuta ni tampoco el teléfono de la esperanza. No ser un antisocial, pero tampoco pecar de Crisanto Buenagente, del que ya mencioné algo en una entrada anterior. Término medio y justo, y sobre todo: para ayudar a alguien, primero hay que ayudarse uno mismo, y no hay mejor forma de ayudarse que vivir lejos de esa turba que sólo acepta a quienes piensan y viven como ella, anulando cualquier valor social y humano que una persona que no forme parte de la manada pueda tener...

Augusto Lázaro


@lazarocasas38

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