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lunes, 24 de noviembre de 2014

LA BIBLIOTECA

En invierno a las 07.00 todavía está oscuro. Al despertarme pulso el botón que enciende la lamparita de noche (nunca he podido comprender por qué se le llama de noche) y me desperezo, moviéndome en la cama como una iguana huyendo de los tiraflechas infantiles en un matorral. No soy perezoso, aunque me gusta permanecer despierto unos 5 minutos en la cama, pensando, meditando qué puedo hacer hoy que no se parezca nada a lo que hice ayer, y me doy cuenta de que realizarlo es tan difícil que lo mejor es levantarme y a ver qué aparece que pueda hacerme creer que todo es posible si se tiene la enorme voluntad de que todo sea posible, como no es mi caso. Me levanto. A lo de siempre, sin variedad, porque la variedad en mi caso no es algo que me urja redireccionar. Y después de trapichear con papeles (los inmortales e inobviables papeles) y pantallas informáticas e internéticas ¡a la calle! La calle, que como la cama, puede ser el remedio de todos los males. O quizás no.
Hoy debo ir a la biblioteca a entregar y sacar libros de la circulante, que gracias a eso me ahorro, o mejor dicho, dejo de gastar un montón de euros en la compra de libros que por cierto, cada vez están más caros y más gordos, como si por el desembolso la editora compensara con un copón de folios que casi siempre pasan de los 500, como para leer varias semanas (la gente normal, yo, que según algunos soy anormal, sólo tardaría unos cuantos días en dispararme, eso sí, si me gusta y la veo interesante, una de esas macronovelas de 600 pp). Benditos sean el sistema de préstamos y quien lo inventó. Pues eso, que hoy a la biblioteca y así le doy una estocada a la rutina de la calle y mi día no será como el de ayer ni como el de mañana.
La biblioteca me queda a unos 10 minutos de camino. Después, a disfrutar de mi mayor placer: sentarme en mi poltrona tipo Hemingway donde el viejo solía leer horas y horas con un vaso de whisky cerca de sus manos, y a leer (yo en este caso), con un jugo de naranja al natural, y con uno de los 3 libros que saco cada vez, faltaba menos.
Yo también, como Borges, estoy orgulloso no de los libros que (no) he escrito, sino de los que (sí) he leído, cuyo monto es tan ilimitado que no sé (nunca sabría, porque nunca sería capaz de llevar esa cuenta, como de llevar ninguna cuenta) a cuánto ascenderá dicha suma. El caso es que leo unas 6-8 horas diarias, contando con los libros, los periódicos en papel, las revistas culturales, y en Internet, donde además de ahorrar dinero al no comprar periódicos (esos que leo me los agencio de algún lugar asequible, como el edificio donde vivo, por ejemplo) tengo la comodidad de estar en casa, conectarme cuando me vienen las ganas, y no tener que vestirme, calzarme, y disponerme a enfrentar la estupidez humana que me espera en la calle. En fin, la biblioteca, sí. Eso es. Ya veremos... mejor dicho, ya veré, que para ir a la biblioteca no necesito compañía femenina ni de ninguna otra índole...

Augusto Lázaro
@augustodelatorr
Próxima entrada: cómo conocí a la Encarni (el pecado original)




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