Me lo contó mi padre cuando yo era apenas un niño de
primaria que desconocía la maldad y la mentira. Lo evidente, lo que está a la
vista, no necesita palabras que demuestren lo que con la visión está
demostrado. Y eso también sucede con acciones y actitudes humanas no materiales
o físicas. Se lo paso a mis lectores como curiosidad que descubre que solemos
ser demasiado explícitos cuando no es necesario que lo seamos...
Un comerciante inauguró una venduta de pescado en una calle
céntrica y al terminar de pintar su fachada colocó un letrero que decía:
AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO
Un amigo que pasaba se detuvo a saludarlo y lo felicitó por
su nuevo negocio. Al mirar el flamante lumínico, le dijo:
--Oye, Genaro, pero esto es... bueno, eso de AQUÍ me parece
que sobra, porque todo el que venga ya sabe que es aquí donde tú vendes el
pescado. ¿Por qué no lo quitas?
Cuando el amigo se marchó, Genaro lo pensó una sola vez y se
dijo que tenía razón, y enseguida quitó del letrero la palabra, quedando
entonces:
SE VENDE PESCADO FRESCO
Al día siguiente, un cliente algo entradito en años, tas
hacer su compra, se paró frente al letrero luminoso, se rascó el mentón, y dijo
al pescadero:
--Genaro, te felicito por el negocio. Pero viejo, ese
letrerito... tiene algo que... mira, eso de que “se vende” me parece ilógico,
pues se sabe que no vas a regalar el pescado. Creo que sobra.
En su casa conversó
con su mujer y ambos llegaron a la conclusión de que era cierto, y enseguida
volvieron a cambiar el anuncio, que quedó así:
PESCADO FRESCO
Una vecina, amiga de la esposa de Genaro, yendo a estrenar
la nueva pescadería, se detuvo frente al luminoso, y no pudo contener su normal
cuchareta:
--Pero Genaro, ¿cómo que pescado fresco? Hombre, se supone
que no vas a vender pescado podrido o en mal estado, ¿eh? Eso sobra, caramba.
El letrerito, cada vez más esmirriado, quedó entonces con
una sola palabra:
PESCADO
Pero a la mañana siguiente volvió por el lugar el amigo que
primero señaló lo que sobraba en el anuncio, y al ver que sólo quedaba
“pescado” se echó a reír, y le dijo al ya no tan contento propietario:
--Genaro, pero... ¿todavía con eso? ¿Así que pescado?
Hombre, si cualquiera que se acerque ve que es pescado lo que vendes, está ahí
expuesto, a la vista, no estás vendiendo relojes ni vestidos de señoras, ¿eh?
Cuando Genaro regresó a su casa, sólo de ver la cara de su
mujer ya supo lo que venía. Le dio un beso en la mejilla y le dijo:
--No me digas nada. Mañana mismo vendo la dichosa
pescadería y al carajo...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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