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lunes, 7 de enero de 2013

LA PAREJA DEL AÑO


Clotilde Selástraga tenía un sueño en su vida: casarse con un hombre alto y original. Y vaya si lo logró. Pero no le resultó fácil: cada vez que conocía a alguno y lo trataba, se decía para sus adentros que el susodicho no estaba a la altura, pues ninguno llegaba siquiera a un metro setenta.
--¿Será que en esta mierda de pueblo no hay hombres altos? -se preguntaba ante cada nuevo desencanto, sin tener en cuenta de que sí los había, pero todos estaban casados con mujeres que no podían, por supuesto, compararse con ella y con sus múltiples atributos.
Una mañana, mirándose al espejo, al notar varias patas de gallina debajo de sus ojos, la Cloti decidió, en un momento de lucidez, que si no aparecía el hombre de sus sueños, al menos tenía que aparecer un hombre que quisiera desposarse con ella, eso sí, que tuviera algo original. Y así fue como encontró a su actual pareja: Onésimo Bustamante.
Onésimo era un campesino fuerte, hecho del trabajo, que había llegado al pueblo hacía unas semanas, causando cierta admiración entre las solteras por su porte fornido y varonil. Se mantenía disponible, porque decía que no había encontrado a la mujer que lo hiciera feliz, pues estaba cansado hasta el sopor de las mismas caras y los mismos gestos de las hasta entonces conocidas. Pero una tarde, empinando el codo con asiduos en el único bar del pueblo, vio entrar a Clotilde con una amiga que al parecer pretendían refrescarse del bochorno agobiante que sacudía los cuerpos y adormecía las almas.
--¿Quién es esa criatura? –le preguntó Onésimo a un bebensal. Y así comenzó todo.
Al poco tiempo se casaron y nadie en el pueblo podía decir que no fueran felices. Pero ¡oh casualidad fatal de esta vida tan puta! Un día lluvioso el automóvil que conducía Onésimo resbaló en una curva y se estrelló con él dentro, lo que provocó que, aunque milagrosamente salvó la vida, quedó inutilizado de la pierna izquierda. O sea, Onésimo quedó cojo.
La gente es mala cuando quiere serlo, señores. Pronto empezaron a llamarlo “el cojo Onésimo”, y a la Cloti, su mujer, la glotona, véase por qué, aunque hay quien dice que lo sabe, pero no lo divulga. Con la costumbre, terminaron suprimiendo una de las vocales O del nombre susodicho, y cuando alguien llamaba al honesto campesino, le gritaba... bueno, ya ustedes se lo imaginan.
Nada, que no hay órgano tan dañino como la lengua. Y si no, pregúntenle a esa pareja original que habita en las estribaciones de la loma de la piedra, en Santiago. Allí no hay un solo ser que no conozca a Clotilde Selástraga y a su marido, el coj... Onésimo. Eso sí, como personas, encantadoras. Eso no hay quien lo dude.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
¡FELIZ AÑO NUEVO!

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