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De niño, oí decir a alguien de mi familia,
campesino robusto y quemado por el sol que trabajaba "desde el
amanezco" hasta que las gallinas comenzaban a subirse a los árboles:
“mira, sobrino, lo más duro de esta puñetera vida es que los demás comprendan
tu trabajo en lugar de criticaarte tanto por cualquier metedura de pata".
En aquel momento no pensé en esas palabras, sólo muchas décadas después me di
cuenta de cuánta razón tenía aquel tío lejano en su muerte apacible, que con
tanto cariño me trató siempre que mis padres me llevaban al campo a la casa de
mi familia materna. Sus palabras he tenido oportunidad de comprobarlas
demasiadas veces a través de los años: por cada elogio que recibes (si es que
recibes alguno) caerán sobre ti miradas y palabras de desaprobación por cosas
que quizás tú sabes y quienes te "machacan" ignoran. O quizás no,
aunque esta última opción es minoritaria. Mi experiencia lo dice. No es que yo
esté tocado por la estúpida megalomanía, es que la gente habla demasiado, y
habla demasiado sobre cosas que desconoce, y cuando nota que alguien que sí
conoce de lo que habla, lo habla, entonces saca las uñas y "a
machacarlo"...
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Ser “distinto” a la manada sólo puede traerte
disgustos, problemas y hasta enemistades. La manada no tolera que alguien se
separe de su modelo de ser común que habla de lo mismo, que entiende lo mismo,
y que emplea su tiempo en lo mismo. Y siempre está al acecho de cualquier
detalle para atacar al “distinto”. Para ello emplea su solidaridad: se unen
(más que los que no entran en su juego) para machacar al que se destaca por
algo que la manada no tiene o no puede demostrar. Por eso las discusiones con
la manada son estériles y estúpidas. Es como darle palos a un mulo que no
quiere moverse: se parte el palo, duele mucho el brazo, y el mulo sigue ahí,
inmóvil y riéndose (a su modo) del paleador que ha perdido su tiempo y no ha
logrado su empeño. La comparación no es en este caso odiosa, porque la manada
se comporta como el mulo del cuento: firme ahí, sin moverse un centímetro, a
pesar de razonamientos (o palos), y así seguirá, hasta que la muerte se
encargue de que no se joda tanto a
quien piensa, siente, habla y actúa de forma distinta. Conclusión: deja
tranquila a la manada y ocúpate de tus cosas. Y sobre todo, ignórala, que esa
es la bofetada que más le va a doler... y humillar...
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No hay que convertirse en un macao, metido en su
concha a todas horas y asomándose sólo unos minutos para retornar a su hogar
que lleva a cuestas (feliz él) porque lo que ha visto en segundos le ha
parecido demasiado horrible. Pero lo más recomendable para alejarse de la
manada y vivir un poco más feliz, es seleccionar minuciosamente a los amigos y
a los tratantes, que también pueden echarle a perder un día a cualquiera que no
entre en la manada todopoderosa. O sea, vivir aislado de lo que nos jode la
vida, y olvidarse de ese mito de solidaridad con todos, aunque no se la
merezcan, que no todos podemos ser la Madre Teresa de Calcuta ni tampoco el
teléfono de la esperanza. No ser un antisocial, pero tampoco pecar de Crisanto
Buenagente, del que ya mencioné algo en una entrada anterior. Término medio y
justo, y sobre todo: para ayudar a alguien, primero hay que ayudarse uno mismo,
y no hay mejor forma de ayudarse que vivir lejos de esa turba que sólo acepta a
quienes piensan y viven como ella, anulando cualquier valor social y humano que
una persona que no forme parte de la manada pueda tener...
Augusto Lázaro
@lazarocasas38
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