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La lucha por el poder es el comienzo de un proceso
que más tarde o más temprano termina corrompiendo al que logra alcanzarlo.
Muchas veces me he preguntado por qué tantas personas viven obsesionadas con
alcanzar el poder. ¿Es por amor al pueblo y su afán de dedicar sus vidas a
servirlo? Eso no se lo cree ni Jacinto el loco. ¿Es porque no saben hacer otra
cosa y no encuentran un sitio adecudo a su “no saber hacer nada”? En muchos
casos es posible. ¿Es porque aman la política, como otros aman el tennis o el
ajedrez? Bueno, esta hipótesis es algo más creíble, porque en verdad la
política es fascinante, interesante, y no hay ningún ser humano que pueda
sacarla de su vida, directa o indirectamente: todos los medios la mencionan y
le dedican demasiado tiempo. Incluso si usted ve un telediario, notará que el
90% (y me quedo corto), excluyendo al fútbol y a algunos minutos de variedades,
está dedicado a asuntos que tienen que ver (o están relacionados) con la
política. Entonces, el aspirante a político activo sabe 3 cosas fundamentales:
si logra su sueño: 1) ganará muchísimo más dinero, y tendrá poder, 2) será
famoso y ocupará primeras planas en periódicos, revistas, televisión y noticias
radiales, y 3) disfrutará, claro que con las molestias que tendrá que afrontar
como críticas, burlas, etc., de un altísimo nivel de vida del que no disfrutan
los demás sectores de la población, excepto los futbolistas y algunas
celebridades de la farándula. Pues eso, que no le doy más vueltas y declaro mi
convencimiento de que la afición a la política parte de uno de estos 3 puntos,
o quizás de los 3 juntos...
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Los políticos mienten porque eso es una condición sine qua nom de sus características. No
conozco ningún político que nunca haya mentido: en eso le va su cargo y todo lo
que esto implica. Pero ellos saben que el pueblo acepta cualquier cosa que le
digan, porque el pueblo quiere oír ciertas cosas y los políticos se las dicen,
endulzadas y preparadas, sin ninguna espontaneidad. Un discurso de cualquier
político, si se lee con detenimiento, nos descubre esto que les he escrito.
Háganlo y verán que no exagero ni mucho menos miento, aunque yo he mentido
algunas veces, lo confieso, pero yo no soy político ni de mis decisiones
depende nada que tenga que ver con un conglomerado humano, y ahí radica la
diferencia entre mentir desde un cargo importante y una persona cualquiera que
sólo está conversando con amigos en un bar, sin dañar a nadie ni poner en
peligro la estabilidad de ninguna región o país...
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Y en esto último sí hay que detenerse a pensar el
daño que puede ocasionar un político, sobre todo en 2 casos: a) un imbécil con
poder, que hace más daño que una bomba atómica, y b) un tipo que aspire a
perpetuase en el poder indefinidamente implantando una dictadutra, sobre todo
comunista, que es la que eterniza a un gobernante. Es muy lamentable que en
pleno siglo XXI todavía existan dictaduras (de todo tipo, incluyendo dinastías
como los KIM en Corea del Norte), que mantengan a sus pueblos bajo el terror,
la miseria, el hambre, la opresión, etc., sin que hasta el momento se perciba
una solución que acabe con esa plaga de una vez en todo el planeta. Y eso es lo
peor, que tenemos que vivir con ella (con la plaga) no sabemos por cuánto
tiempo. Por suerte, o por desgracia, yo no veré el fin del totalitarismo en
este planeta. O quizás el fin del planeta mismo, que puede suceder, como dijo
Allende, “más temprano que tarde”... y ojalá que no. Pero...
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