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Vivía al lado de mi casa, en la calle San Germán,
cerca de la Alameda, aunque desde nuestras casas no veíamos el mar. El mar
Caribe, tan deseado por excursionistas del patio y de fuera, como decía don
Francisco Santa Cruz-Pacheco y Riverí. Todos los días, al regresar del trabajo,
me lo encontraba sentado frente a la puerta de su casa.
--Buenas tardes, don Francisco. ¿Qué hace ahí, con
este calor?
Siempre me contestaba lo mismo:
--Pues ya ves, hijo, como siempre, esperando el
carrito...
++
El Carrito era (muchos lo habrän entendido, sobre
todo cubanos y caribeños) nada menos que el carro fúnebre que lleva los restos
de los que un día fueron a su última morada, y don Francisco estuvo, mientras
yo viví en esa casa junto a la suya, esperándolo, muchos años, mientras el
tiempo pasaba y pasaba y pasaba... Yo me volví a casar, y recomencé mi vida y mi trabajo, hasta
olvidarme poco a poco del viejo don Francisco, personaje sin dudas pintoresco
al que le había tomado cariño (que él se había ganado). Un día, por esas
casualidades de la vida, mi esposa me sugirió que pasáramos frente a la casa
donde yo había vivido tantos años, sólo para ver el ambiente, que, cosa rara,
nunca se nos había ocurrido, inmersos como ambos estábamos en nuestras
ocupaciones, que eran bastantes, y nuestras responsabilidades, que eran ídem.
La cuestión: que por fin fuimos una tarde, también calurosa, y al pasar por
frente a la casa de Don Francisco... ¿qué vieron nuestros ojos?
+++
Pues que allí estaba, en su mismo sitio, con su
misma mirada perdida en una distancia que intentaba encontrar el Mar Caribe,
allá abajo, sin lograr su empeño debido a la inverosímil estructura urbanística
de la ciudad. Y allí estaba, algo más viejo y achacoso, pero vivo... la muerte
todavía no quería llevárselo, parece que a la señora de la guadaña le gustaban
sus bromas, porque don Francisco tomaba la vida y la muerte como los mexicanos,
que se ríen de esta última etapa y hasta la celebran, dan fiestas y bailes con
esqueletos y calaveras como pensando, con mucha razón, que la muerte es cosa
natural que algún día vendrá, porque si algo no deja a nadie en el olvido es la
parca. Y a don Francisco y a los mexicanos les tiene sin cuidado el carrito,
que como me decía el querido viejo: “algún día vendrá, pero mientras yo aquí,
sentado, viendo pasar la gente y el tiempo, esperándola”. Quizás todavía esté
allí su figura, aunque sólo sea imaginaria, como siempre, con su sonrisa quizás
de resignación o quizás de comprensión, esperando el carrito...
Augusto Lázaro
@lazarocasas38
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