Comenzaron las
citas y comenzaron los retrasos. Como las películas de la TV que nunca
comienzan a la hora en que están programadas. Yo creo que a ella le gusta esa
jodedera de tenerme esperando en cada cita. Ah, pero un día me da por
devolverle el favor y me aparezco 15 minutos después de la hora, sólo 15
minutos, y... ¿qué me encuentro? Claro, no me acordé de lo que podía
encontrarme: ella no había llegado, o sea, que no se enteró de que yo había
llegado tarde. Tuve que reírme y algunos viajeros (nuestras citas casi siempre
eran en la estación del Sur, pues ella vive cerca, dice que le gusta el ruido
de los trenes cuando pasan, que es cada pocos minutos, pero para gustos...) me
miraron posiblemente pensando que cada día hay más locos sueltos en la calle, y
en fin, siempre en fin.
--Hola, querido
(nos besamos, menos mal que le importa un pitoflauta que nos vean en esas
manifestaciones públicas de cariño).
--Te falta algo.
--¿Qué? ¿Que me
falta algo? ¿Algo de qué?
--Se te olvidó
preguntarme ¿hace mucho que me esperas?
--Tú siempre con
los detalles que no tienen sustancia.
--¿Y cuáles son
los que según tú tienen sustancia?
--Bueno... pues...
oye, ¿a qué viene todo este rollo?
--Olvídalo, tienes
razón, no tiene sustancia.
--Muy bien (pausa
para aliviar su sofocación, siempre corriendo y siempre sofocada). Tengo un
hambre feroz. ¿Vamos a comer?
--Pues sí, porque
yo tengo un hambre que parecen dos.
Esto me suena a mi
padre, que siempre decía “hace un calor que parecen dos”, pero como ella no
conoció a mi padre, supongo que no me lanzará ningún refrán propio, porque
tampoco es muy aficionada a pasarse más de 3 minutos leyendo algún papel
impreso. Entramos en la cafetería de la terminal, amplia, ventilada, y siempre
con mesas disponibles, además de la barra, y en ultima instancia la verticalidad,
que tanta sentadera no es buena para la próstata, me lo dijo mi médico del
ambulatorio, para ella no sé si será también perjudicial, aunque en eso ella no
tiene problemas, pues no está sentada mucho rato en la misma posición. Nerviosa
que es, eso es. Pedimos a la camarera de turno, nos da una varita con un número
y nos dice que nos sentemos -como si viniéramos de la Cochinchina y no
supiéramos que tenemos que sentarnos para comer tranquilos y disfrutar de la
suculenta-, que nos llevará el pedido y muchas gracias al cobrar y eso, porque
hay que pagar por adelantado, si no nos gusta la comida nos devuelven las
gracias por la visita y ya, de dinero nada y ¿para qué vas a armar un follón? A
mí al menos nunca me ha sucedido que no me guste la comida y mucho menos que se
me ocurra la peregrina idea, en caso de que no me gustara, de ir a reclamar a
la mozuela que me tomó la orden.
--Me gustaría ir a
ver esa tienda electrónica que abrieron en la Plaza.
¿Qué te parece?
–se me queda mirando, en espera de mi respuesta afirmativa, como siempre.
--No me digas que
piensas comprarte una tableta.
--No, una tableta
de chocolate sí me voy... o nos vamos a comprar después que salgamos de la
tienda, eso sí.
--Dos
señalamientos, querida: eso de “nos vamos”, ¿cómo sabes que yo también estoy
deseoso de comer chocolate ahora?, y ¿por qué estás tan segura de que vamos a
esa tienda nueva de electrónica en la Plaza? Porque yo no te he dicho ni sí ni
no.
--Pues si no
quieres ir... tendré que ir yo sola. Y si no quieres chocolate, me comeré mi
tableta y la tuya, y entonces engordaré un poquito y tendré que aguantar tus
reprimendas y que me digas Encarni Golosita y toda esa bobería...
Y como dijo el
bardo, "así pasan las Encarnis de este mundo" para regocijo de
quienes como yo disfrutan de su compañía. Descontado que fuimos a ver esa
tienda de electrónicos y después nos comimos dos tabletas de chocolate. Ya lo
dijo Ramón Grau San Martín: "las mujeres mandan...". Pues eso,
claro...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://elcuiclo.blogspot.com.es
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