Lo que más me
gusta del día es precisamente cuando deja de ser día, o sea, cuando anochece:
me encanta la noche, aunque no soy noctámbulo, pues paso todas las noches en mi
casa, en lo mío, que a nadie le interesa lo que hago por las noches como a mí
tampoco me interesa lo que hacen los demás ni por la noche ni por el día, qué
carajo. Pues bien, me encanta la noche porque a esa hora el edificio está en
calma y tal parece que no hay nadie, el
frío se disfruta a plenitud, los pájaros se retiran a sus nidos, y yo
saboreando mi adorada soledad. Pero también me gusta el amanecer. Ah, ver salir
el sol desde una ventana en un cuarto piso, alucinante.
Dice la
portera que no se explica cómo siendo yo como soy puedo dormir tan poco y estar
en pie desde las 07.00 de la madrugada (en invierno) o de la mañana (en
verano), y cuando le pregunto por qué me responde que tipos (así mismo dice,
tipos) como yo siempre suelen levantarse al mediodía y acostarse tarde (me
olvidé decir que yo me acuesto entre las 00.30 y la 01.00, porque a esa hora,
tras ver una película sin anuncios a los que soy alérgico, es que me entra el
sueño.
La portera es
un personaje, es la única a quien le concedo el dudoso honor de
dirigirle la palabra más de tres minutos. A veces estoy conversando con ella
durante unos 10 ó más, no llevo la cuenta. Creo que es porque es sincera y
siempre está de buen humor, aparte de que no pertenece al bando mayoritario del
club de la cretinancia a la que se refirió el gran físico cuando dijo que “en
la vida sólo hay dos cosas infinitas: el Universo... y la estupidez
humana". Y eso. Lástima que mi madre no conoció al personaje (a la
portera, claro), estoy seguro de que hubieran hecho buenas migas de pan recién
horneado, pero eso sería otra historieta que no es el momento de recordar ni el
lugar para escribirla.
Algo digno de
estudio, la estupidez humana. Y digo humana porque creo que nosotros los
bípedos hemos superado con creces a los demás animales en estupidez: ni los
patos que tienen fama de eso, están por encima. Ajá. No es nada nuevo, sólo que
los miembros no oficiales (también los oficiales, para qué obviarlos) del club
han aumentado su número de forma geométrica mientras la inteligencia merma de
forma astronómica. Lamentable. O no. Porque bien mirado quienes saben mucho
nunca llegan arriba: mucha envidia, mucha inquina, mucha maledicencia con sus
acciones colaterales y demás. Habría que escribir un poema largo sobre la
estupidez. Me acuerdo de lo que tuve que oír una tarde en la oficina de
Presentación de Documentos Oficiales (creo que se llama así o algo parecido y
rimbombante) cuando fui a testificar y acreditarme como persona viva y
existente para recibir el estipendio mientras no me llegaba la pensión. Si se
lo cuento a alguien, no lo va a creer:
Llego. Saco el
papelito. Mi turno. Mesa 4. Me atiende una señorita que parece recién salida de
una peluquería A. Le entrego mis documentos. Los mira por arribita. Se detiene
en uno, el que dice la fecha de mi llegada a esta ciudad. Mueve la cabeza en
negativo. Y me dice: "perdone, pero este documento tiene fecha atrasada,
no está actualizado, tiene que traerme uno que esté actualizado" y me lo
devuelve con una sonrisa.
O sea, que el
documento lo único que tenía era la fecha de mi llegada a la ciudad, y si se
actualizara diría lo mismo, pues esa fecha no varía como una mudanza o un nuevo
estado civil. ¿Qué hacer? ¿Explicárselo? No, hombre, no estoy para perder el
tiempo intentando desburrologizar a ningún tipo de funcionarios públicos (ni
privados, que para el caso es lo mismo) que miran sus relojes y se impacientan
porque el solicitante no se levanta y se larga de una puñetera vez. Y después
hay que aguantar que me digan que me estoy volviendo misántropo...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
próxima
entrega: pensamientos dudosos de la Encarni
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