Todas las tardes a las cinco en punto (a la misma hora en
que García Lorca nos dejó su conmovedora visión de la muerte de su amigo torero
Ignacio Sánchez Mejía) mi madre se sentaba en una comadrita, en su cuarto,
junto a la ventana por donde llegaba la luz que tanto le agradaba, a oír el
programa radial de Barbarito Diez. En la pared, encima de la mesita de noche
donde estaba colocado el radio, tenía una foto en blanco y negro del que era su
ídolo. Mi madre adoraba a Barbarito. Decía que era el mejor cantante de Cuba, y
a fuerza de costumbre yo comencé a oír a aquella voz tan suave, delicada y
agradable, que hacía llegar a mis oídos unas canciones que poco a poco fui
aprendiéndome de memoria, que han quedado en la nostalgia hasta hoy, y que me trasladan a la etapa más feliz de
mi vida. Entonces yo era un niño: no había internet, no había celulares, no
había Castro... entonces yo era feliz...
Pero como dijo Heráclito: nada permanece, y mi niñez
se me fue de las manos casi sin darme cuenta. Cuando desperté ya era tarde para
lamentarme de lo que pude haber disfrutado de esa etapa y no lo hice, y al
comienzo de la adolescencia (etapa difícil), al dejar los juguetes y los
libritos con ilustraciones, junto a un gran diccionario Pequeño Larousse,
que acompañaron tantas horas de alegría y del aprendizaje que pronto comprendí
que podía encontrar en los libros, descubrí que con los años de niño feliz
también había perdido la inocencia, el pensar que en el mundo todo era como en
aquellos “muñequitos” de Disney y de tantos autores extranjeros que
embellecieron mis días y mis noches haciéndome vivir las aventuras de Mickey,
Pulgarcito, Alicia, los enanitos de Blanca Nieves, las hermanastras de
Cenicienta, Tarzán, El Fantasma, Benitín y Eneas, Mandrake el Mago, Cuquita la
mecanógrafa, Popeye el marino, Pinocho, y tantas otras historietas que nunca me
dejaron un recuerdo ingrato o negativo y que aun hoy forman parte de lo mejor
de mis años que no se irán de mi recuerdo ni perdiendo la memoria...
Después la etapa adulta, los estudios superiores, el
trabajo, las vicisitudes por las que me imagino que todo ser humano pasa alguna
vez (algunos nunca dejan de pasarlas), hasta llegar a este HOY tan improbable,
tan lleno de incógnitas, tan moderno y computarizado que inunda residencias y
personas de equipos, botones y mandos tan sofisticados que poco a poco se
pierde, sin que nos demos cuenta, el contacto directo, personal y físico con
aquellos que consideramos los amigos que necesitamos para seguir viviendo en un
mundo que amenaza destruirse a sí mismo por nuestra incompetencia para hacerlo
agradable y vivible, porque ahora lo que importa es la comunicación por alguna
pantalla que nos traiga la imagen que antes fuera real frente a nosotros y que
ahora se aleja, convertida en una simple, lejana e impersonal manera de “estar
y compartir” que ya apenas forma parte del recuerdo que se va extinguiendo
mientras más técnica y más desarrollo electrónico tengamos a nuestro alcance (y
a nuestra economía)...
Entonces me consuelo trayendo de nuevo los danzones de
Barbarito, y veo a mi madre allí sentada, en su comadrita, como si en ese
momento lo único que existiera en el mundo fuera esa voz mágica del gran
hombre, del que mi madre no se cansaba de decir que “eso es un cantante, pero
además, Barbarito es la persona más decente que he conocido, es un caballero,
en una palabra”...
A mi pecho oscuro se asoma tu rostro,
oh mujer que fuiste mi lejano amor,
para ver curiosa si ya está cerrada
la herida que abriste tú
en mi corazón.
Contempla la herida, pero no la toques
con tu mano blanca cual lirio de abril.
Mira que hay heridas que cierran en falso
y si alguien las toca
se vuelven a abrir...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
PD: letra de la canción EN FALSO, Barbarito Diez y la
orquesta de Antonio María Roméu, autores: Gustavo Sánchez Galarraga y Graciano
Gómez
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