Ahora
que el año nuevo está ahí al doblar, les cuento una experiencia que tuve hace
unos
años, cuando todavía no estábamos con la lengua afuera y pidiendo un milagro a
Santa
Tecla...
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No
digo yo. Si todo me ha salido de rechupete. Mejor únicamente en sueños. Miren
si
no: Macarena había quedado conmigo en pasar la Nochevieja juntitos y solitos,
en
algún
lugar propicio, y a las doce ver la tele y atragantarnos con las doce uvas de
rigor,
y después, alfón silos, amor, digo, al fin solos, la noche es nuestra, la cama
ni
decirte,
la jodedera hasta que salga el sol... Estupendísimo. Pero... a última hora,
que
no sé a qué hora fue, me llama la Maca
y me da la doble y tenebrosa
mala
noticia de que su abuelita había estirado la patica después de una larga y
penosa
enfermedad, lugar común sustituto del cáncer del páncreas o del pulmón
izquierdo
o de cualquier otro rincón del cuerpo, ¡ay, cariño!, no sabes
cuánto
lo siento (claro que lo sé, no soy bobo de nacimiento), lo ilusionada que yo
estaba
(¿y yo no?), si tú supieras las cosas que me había imaginado (yo
no,
yo estaba pensando por dónde le entra el agua al coco, bonita), pero la vida es
así
y...
y claro que la vida es así, y la casualidad, la fatalidad, la suerte perra,
siempre
me
caen encima cuando ya ni me acuerdo de las muy cabronas. Cuestión, que de
pasar
la Nochevieja y esperar el año nuevo y lo demás juntitos y solitos, ñiringa de
pato,
nené. Y a esas alturas, ya pueden figurarse el cabreo, la frustración, los
malos
pensamientos
que afluyeron a mi mente calenturienta, las maldiciones que eché al
aire
al no tener a quién echárselas de cuerpo presente y... y como era de esperar,
como
dicen que las desgracias nunca vienen solas, allá va eso: aburrido como un
perro
sin dueño en la calle a 2 grados, y mi coinquilino de viaje, en su tierra, con
su
familia,
dichoso él (o quizás no, pero la
compañía siempre alivia un 31), o sea, solo
como
un latón de basura desbordado, en silencio y en casa. ¡Ahhh! Pero me dije:
pues
nada, a pasarlo lo mejor posible mirando las modelos de la programación de
la
tele, que a pesar del friecito salen en paños tan menores que no sé cómo no
tiritan,
¡brrr!.
Eso. Bueno, al menos a refrescarme los deseos con el relevo australiano y a
viaje lo
demás.
Pues sí señor. Pero como les decía, que las desgracias... ya se sabe, cuando
enciendo
el televisor, ¿qué veo, santísimo sacramento? La antena del edificio chunga,
porque
sólo se ven imágenes distorsionadas y a esta hora ¿quién localiza al antenista?
No
te
atortojes, muchacho, que el infarto está esperando... Memorias, cartas, fotos,
música...
Y
a dormir mientras sonaban campanadas, voladores, cohetes, petardos, gritos
humanos
y ladridos de perros. Se acabó. Y el mentecato ese que predijo que iba a
detener
el reloj de la Puerta del Sol a las 12 debe tener la lengua en el tercer ojo.
Lo
que
me da por pensar a esta hora de la ya madrugada y en esta circunstancia, me
acuerdo
que pensé. Pero a lo que vamos, Mamerto, que eso no podía ser todo, no.
Antes
de acostarme se me cayó el pomito de colonia barata que uso y que siempre
me
echo en las axilas para dormir fresco y oloroso, aunque duerma más solo que un
camello
perdido en el Gobi. Pues el pomito se hizo añicos, y con la recogida de
los
pedacitos me corté un dedo, el pulgar de la mano izquierda, y a echar sangre,
que
yo cuando me corto dejo escapar sangre media hora. Ja. Increíble, ¿no? Bien,
después
de acostado las últimas noticias mundiales, todas horripilantes a pesar del
año
nuevo que lo que promete mete miedo, terror y espanto. Ni una sola buena.
Noticias,
digo. Hasta que Morfeo se apiadó de mi angustia. Sin dudas brillante
despedida
del 2006... Ah, pero lo peor estaba por llegar: por la mañana, al salir de
la
cama después de un mal sueño como era de esperar, y entrar en el baño, voy a
pasarle
un pañito al espejo y un astillado me cortó el dorso de la mano derecha,
como
para completar. Y otra vez la sangre, hasta que me cansé de apretarme con
un
pañito a ver si contenía la salida y ay, al salir del baño tropecé con la
puerta del
ídem,
y al entrar en mi habitación tropecé con la puerta de la misma (dos
en
uno, si hubiera sido un perro sólo hubiera tenido un tropezón, pero sólo soy un
pobre
mortal idiotizado por la propaganda y los anuncios que ya no sabe ni dónde
poner
sus pies). Y ahí no acaba la cumbancha, qué va. Al prepararme el jodido y
frío
desayuno (siempre tomo la leche fría, desde niño) me derramé el chocolate en
el
jersey de dormir, y como colofón me di un golpetazo en la chola con la puerta,
que
siempre se me olvida cerrar, del mueble que uso como despensa, a falta de
una
propia para el caso. Tres puertas, tres golpes. Y se me queda que al volver a
salir
del
hábitat por poco me rompo la rótula con el sillón plegable de madera dura, el
sillón
donde me siento durante largas horas a leer los libros de la biblioteca
circulante,
los periódicos gratuitos, los suplementos que recojo en casa de Javier, las
revistas
que me da don Paco, o los diarios que me agencio del quiosco que está en
Campotejar,
cuando la quiosquera, tan lela ella, se entretiene conversando sobre la
última
bronca que pasaron por la tele entre un par de guaricandillas que se ganan
la
vida divulgando indecencias ajenas y propias, además de algunos sueltos que me
caen
de flai, y a oír la música de emisoras como Onda Melodía que no habla de
política
ni
de fútbol, y todo eso en la santa paz de mi espacio cerrado, en la maravilla
del
silencio
y el esplendor de la soledad reconfortables ambos en mis ratos de intimidad
privada
o viceversa. Y qué suerte, me diría Juan Beltrán, que no te cortaste cuando
te
afeitabas, ¿eh? Jodedor este Juan, sí señor. Pues eso, baby, que este primer
día
del
año la verdad que ha sido un acontecimiento. No me puedo quejar. Hay quien
no
ha podido atragantarse con las 12 uvitas. A ver si para esta noche ya está bien
la
antena, que estoy cansado de leer a Martin Amis y de escribir boberías en el
IBM,
que
no sé ni qué carajo voy a hacer, porque de calle ni pensarlo, que días como
hoy
los carteristas toman las calles revolucionariamente. No. Pues nada, hijo,
feliz
año
nuevo y ánimo, que todavía estamos vivos. Si los 364 restantes son como éste,
mejor
apaga y lárgate, chaval. Y de contra, Macarena no me dio un puñetero timbrazo
para
decirme, al menos, que cuando le den cristiana sepultura a su abuelita, pues
vamos,
quizás podamos vernos y estar un ratico solos y sin compañía, aunque no
sea
31 de diciembre ni haya uvas para atragantarnos ni campanadas en la Puerta del
Sol
ni una mierda de brindis ni... Hombre.
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
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