--Pero, señor Diógenes, ¿qué diablos hace usted
aquí con esa linterna a media mañana?
--¡Ah! Pues como siempre, hijo, buscando, siempre
buscando.
--¿Buscando? ¿Buscando qué? Porque no me va a decir
que todavía sigue usted con esa matraquilla de buscar un hombre. ¿No ha
superado ese desatino histórico suyo?
--Hijo, con la edad es difícil superar muchas
cosas.
--¿Y entonces?
--Pues nada, que ahora estoy buscando un político
que no sea corrupto.
--Perdone, pero es usted ingenuo, porque no conozco
a ningún político que no sea corrupto.
--Alguno habrá... y a ése tengo que encontrarlo,
aunque sea lo último que haga en mi ya larga vida.
--Y suponiendo que lo encontrara... ¿qué iba a
hacer con él?
--Está más claro que un día sin nubes, hijo:
ponerlo de presidente a ver si arregla este potaje.
--Pues oiga, con todo respeto, señor Diógenes, los
políticos no pueden ser honrados como usted cree que puede encontrar algunos. Y
si me permite, le explico por qué.
--Soy todo oídos, hijo. A ver, desembucha.
--Pues oiga. No pueden ser honrados, porque lo que
persiguen los políticos es:
1) ganar bastante pasta y vivir como jerarcas en
espacios que rebasan los mil metros cuadrados.
2) prometer todo lo prometible y calidad suprema (como
los turrones de La Viuda) de vida si son elegidos para posar sus traseros en
las instituciones correspondientes (Congreso, Senado, Comunidades, Ayuntamientos, etc.).
3) no cumplir nada de lo que prometieron antes de
ser elegidos.
4) salir en periódicos, revistas, suplementos, la
radio, la televisión, etc., figurando en otro estilo de famoseo, quizás menos
chusma que el rosa, pero igual de sandio, y ganarse la fama que los ayude a
ganar la fortuna que tan pronto toman posesión de sus cargos empiezan a amasar.
5) insultarse unos a otros, echándose la culpa de
todo mutuamente, haciendo el paripé de que son los más veraces, los más
esforzados, los mejores de la historia, y que los adversarios son los peores,
etc.
--Pero... ¿y el pueblo?
--Pero señor Diógenes... ¿usted cree que los
políticos se acuerdan del pueblo?
--Pero hijo mío, qué descreído eres. Claro que se
acuerdan, no todos son así como me los has pintado.
--Ya veo que está usted, como se dice, detrás del
palo.
--Traduce, hijo, que ya sabes que un viejo se
mantiene al margen de la modernidad.
--Mire, mejor no hablamos de eso, porque usted está
buscando un imposible y yo lo que veo es que su nueva decepción va a ser mayor
a la que sufrió cuando no encontró aquel hombre que andaba buscando con su
famosa linterna. Por cierto, veo que alumbra, se ve que es de las buenas, de
marca, vamos.
--Pues sí, la compré hace unos días, porque la que
traía alumbraba menos que una cerilla.
--En fin, que siga usted buscando, va y encuentra
algún político honrado, que como dice y cree ud, alguno habrá, o quizás hasta
varios, pero con lo que está cayendo y con el espectáculo que nos están dando,
dudo mucho que haya tantos como se supone que debería haber. ¿No lee usted los
periódicos, no ve la televisión?
--No, hijo, ya no tengo disposición, la vista me
falla, y estoy cansado. Los periódicos publican lo que los jefes quieren que se
publique, y la televisión sólo muestra desgracias, tragedias, tonterías, y ya
yo no estoy para ver y oír tantas barbaridades.
--Tiene mucha razón. Mire, lo invito a tomarnos un
cafecito ahí en la esquina, ya verá cómo se siente con más ánimos y hasta
quizás abandona esa idea peregrina que lo está atormentando. Ande, vamos,
anímese... y olvídese de los políticos. Haga como ellos, que se olvidan de nosotros
los pobres mortales... Venga, vamos por ese cafecito...
Augusto Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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