Mi rostro envejece (mi cuerpo también, pero no lo veo en el
espejo), algo que jamás pensé que pudiera aceptar. Pero tengo que rendirme a la
evidencia: me estoy poniendo viejo y la vejez es irreversible. Todavía nadie ha
inventado nada que pueda detener el envejecimiento, detenerlo sólo puede
ocurrir en la literatura, en la ficción, en el deseo de quienes nos acercamos a
la cuenta atrás, a ese viaje de ida solamente del que nadie ha regresado ni
regresará jamás.
De los seres humanos y de todo lo creado por ellos (por
nosotros) el espejo es lo único que no nos miente: mirarse en su cristal
azogado es enfrentarse a la realidad que ni el mejor amigo nos diría. La
sinceridad, que se está perdiendo a pasos largos, permanece en el espejo: nos
dice cómo somos y cómo estamos, pero también lo que somos, pues en la cara se
refleja la personalidad inocultable cuando estamos solos y no tenemos que
fingir, aunque abundan quienes se engañan a sí mismos, pero la evidencia es
inobviable: lo que vemos en el espejo es la realidad, lo demás es una tontería
que no genera nada positivo: despertar de un sueño bello es peor que no haberlo
soñado.
La cruda realidad que a veces me niego a aceptar: esto es lo que
soy actualmente (frente al espejo), lo que he llegado a ser tras una larga vida
que se me escapará algún día sin que yo me dé cuenta, porque no querré darme
cuenta. Pero el espejo me sacude y me obliga a poner los pies en el suelo, en
firme, y dejar de soñar: lo que se fue no volverá, lo que perdí no podré
recuperarlo, así viva 100 años (cosa que no creo que ocurra), aquel que un día
fui ya no seré jamás. Afrontar la verdad, la única verdad en que puedo creer
porque viene de quien nunca me ha mentido -el espejo-, es una opción que no
admite sucedáneos: vivir con esa sensación de que me falta algo, de que todo
pudo ser distinto, es engañarme inútilmente: todo fue como fue y el pasado, lo
he dicho muchas veces, no puede repetirse ni cambiarse ni olvidarse. Entonces
la única actitud inteligente es aceptar el presente, porque en realidad el
pasado no existe (existió y se esfumó tan rápido como el tiempo en que lo viví)
y el futuro no sé si existirá: lo veo tan frágil, tan poco promisorio, tan
espeluznante, que mejor ni recordarlo.
Basta. El espejo está ahí para privarnos de la ilusión de creer
que todavía somos jóvenes y podemos hacer lo que no podemos hacer y deseamos
con tanta vehemencia. Ante ese adminículo diabólico que nos alerta sin
miramientos para que no nos engañemos, sólo nos queda decir sí, tienes razón,
mejor vivir mientras podamos y no seguir soñando para a la larga despertar
abruptamente y al darnos cuenta de que, como dijo don Pedro, "los sueños,
sueños son", lamentarnos de haber caído en la ingenuidad de intentar
engañarnos a nosotros mismos...
¿Cuántos de quienes me honran leyendo estas notas podrían
subscribirlas como suyas? ¡Ah! Estoy convencido de que si fueran sinceros a
cabalidad, serían muchísimos...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
foto: yo, en la actualidad
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