Se llamaba
Margarita. Era una asistente geriátrica que trabajaba en una residencia donde
vivían alrededor de 100 personas mayores, calificativo algo hipócrita para no
llamar viejos a quienes realmente son eso, viejos, sin tener que tomar esa
palabra por ofensa. Pero la sociedad es hipócrita por naturaleza y todo lo
transforma para darle menos dramatismo, como cuando dicen que "X falleció
tras una larga y dolorosa enfermedad", y todo el mundo sabe que X padecía
cáncer y su destino era la muerte, por muy avanzada que aparentemente está la
ciencia moderna, sobre todo la que tienen los países ricos y no está al alcance
de los pobres de esos países llamados "el tercer mundo"...
Margarita no
era la mejor trabajadora del país, ni
de la ciudad donde vivía, ni siquiera de la residencia donde trabajaba. Había
otras que la superaban, y también otras que no podían comparársele en
disciplina, profesionalismo, puntualidad, y sobre todo, trato a las personas
que atendía, a pesar de vivir en un poblado bastante lejos de la capital, a
donde tenía que trasladarse diariamente en ida y vuelta, en un recorrido que le
robaba una parte importante de su tiempo, de su vida diaria. Tenía al menos la suerte
de no ser madre. Todavía...
En su trato
diario con los mayores Margarita encontró un aliciente para vivir en una
sociedad hostil en la que mucho le había costado abrirse paso: había tenido que
dejar su país por la miseria que la amenazaba, como a tantos de sus
compatriotas que habían llegado al Primer Mundo llenos de esperanza y con
deseos de trabajar y ganarse, a pulso, el derecho a vivir en una sociedad más
justa y promisoria. Margarita era una de tantas, y se desenvolvía más o menos
bien... pero (los peros malditos) tuvo algunos rifirrafes con varios de los
vecinos de la residencia, quizás porque no había aprendido a ser hipócrita y
siempre decía la verdad, ignorando que no siempre debe decirse la verdad.
También rozaduras con algunas de sus compañeras (nativas) de trabajo, porque
las había que no la miraban con buen ojo, a pesar de que ella no las miraba a
ellas con ninguna manifestación de rechazo. Margarita era, como casi todas las
latinas, trabajadora, de buen carácter (con sus prontos raras veces
expulsados), agradable, simpática, cariñosa, y...
Pero su vida
en la residencia no la hacía del todo feliz: le
gustaba su trabajo y le gustaba tratar a esos ancianos que en su mayoría se
llevaban bien con ella y la querían, demostrándoselo cada cual a su manera,
mientras ella se regocijaba cuando tenía que ayudar a alguno (o alguna) a
hacerse cosas que por sí mismos no podían. Pero en la residencia, como en todas
partes en este mundo tan ficticio, había personas que no la tragaban, personas
que se encargaron de irle haciendo la vida más difícil cada vez. Hasta que un
día ella perdió los estribos y se encaró duramente con una señora que la odiaba
sin que pudiera explicarse el por qué, y la señora acudió al director de su
empresa a quejarse en términos de ultimátum, informándolo de lo que según su
versión había sucedido:
--Esa chica me
ha insultado, me dijo incluso que yo apestaba porque no me duchaba diariamente,
y no sigo porque...
y la señora
casi se echó a llorar, quizás haciendo un gran esfuerzo por provocar la salida
de unas lágrimas que estaba muy lejos de tener que derramar...
A Margarita la
castigaron: 3 meses sin empleo y sin sueldo, y con un expediente hasta ese
momento sin tachas, alterado para toda su vida por haber “ofendido” tan
irresponsablemente a la buena señora cuya acusación no fue impugnada por los
miembros del Consejo de Dirección de la empresa que tomaron la medida casi sin
oír la versión de Margarita, que salió de la reunión donde se discutió su
“actitud irrespetuosa e inadmisible en el tratamiento que una asistente debe
mantener con personas mayores”... con el mundo cayéndosele encima...
El tiempo (no)
lo cura todo, como dice el refrán. Margarita perdió su trabajo y lentamente se
fue deteriorando, hasta que una mañana de sol bravo, cayó como una bomba la
noticia: Margarita se había suicidado, abrumada sin consuelo por una fuerte
depresión que la llevó, posiblemente sin meditarlo, a quitarse la vida y así
quizás salir de todos sus problemas, que eran tantos que lograron aplastar su
entereza y llevarla a la fatal decisión. Dejó un esposo tan afectado que cayó
enseguida, también, en un estado depresivo que lo obligó a internarse en una
clínica para recuperar la natural estabilidad emocional que siempre había
mostrado...
Margarita no
pudo con su adversidad. Sobre todo no pudo comprender que tenía 3 defectos que
esa sociedad no podía soportar: era mujer, era negra, y era extranjera, en un
país machista, racista y xenófobo... no cabía esperar otra salida para ella y
para muchas que equivocaron su itinerario y arribaron a las costas de este
Primer Mundo tan opulento y tan hipócrita, capaz de aplastar los sueños de
cualquiera que tenga el atrevimiento de pensar que una vida mejor es posible...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
1 comentario:
Igual Margarita no llegaba siempre tan pronto o tenía otro trabajo y ya no le interesaba tanto ir tan lejos y cuidar a los mayores...sea como sea Margarita no merecía morir tan solo merecía encontrar su sitio en l vida, buscar un lugar donde estar a gusto y ser feliz.
Un abrazo Augusto
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