A todos los gobiernos cubanos (algunos dictatoriales)
anteriores a los hermanos Castro, les importó un pimiento que las personas que
se querían ir de la isla se fueran. Todos fueron más “inteligentes”: si sus
contrarios se largaban, mejor, así se quitaban posibles enemigos que quizás les
generarían dolores de cabeza por mantenerse en un lugar donde no querían estar
y sentirse frustrados y furiosos con un gobierno que no les permitía salir del
país, como casi todos los gobiernos del mundo permiten. Pero los Castro les han
prohibido a los cubanos irse de su país durante cincuenta años (ahora hay
alguna apertura, tras medio siglo de mantenerlos en una cárcel enorme sin otra
opción que fastidiarse -o irse por alguna vía- con semejante gobierno
totalitario). Recuerden que fue Fidel Castro quien inventó los balseros: antes
no había balseros, quien quería irse se iba y el gobierno ni se enteraba (ni le
importaba tampoco que se fueran diez o diez mil).
Las prohibiciones siempre logran que el ser humano se
interese más por lo prohibido e incluso que lo ejecute. Un gobierno inteligente
jamás prohibiría a sus súbditos salir del país. Es y siempre será
contraproducente. Así ha sucedido en Cuba, en la Europa del Este, en la difunta
URSS, en China, y en Corea del Norte, único y último país realmente stalinista
a ultranza y al tope, donde ha existido desde Kim Il-sung hasta ahora un
desmesurado culto a la personalidad del gran líder, con 300 estatuas de su
silueta, algunas de oro, a costa del hambre, el sufrimiento, la esclavitud y la
ignorancia de una población embrutecida por la agilísima propaganda del aparato
gubernamental que controla todos los medios y vigila, como el GRAN HERMANO, a
cuanto ser movible existe en el territorio del país.
Igual que con los pueblos de los países sometidos sucede con
algunas regiones de un mismo país que no desean continuar formando parte de ese
país: sucedió con Québec, provincia francófona de Canadá, que hizo una
consulta, en la cual la mayoría declaró que quería continuar siendo parte del
país, y así sucedió. Canadá es un país civilizado: no hubo ni una sola
alteración del orden, ni una sola página de campaña mediática en contra de la
consulta, ni nada que pudiera interpretarse como una presión del gobierno
central del país hacia esa zona en la cual una minoría de habitantes pretendió,
vía consulta, que se separara del resto, y no lo consiguió. Eso es la
democracia.
También sucederá con Escocia, cuya minoría de habitantes
pretende separarse del Reino Unido, y que está condenada, como la de Québec, a
quedarse formando parte de la 6ª potencia económica del mundo, cuya moneda no
será nunca el euro, porque además de democrático es un país que tiene los pies
en la tierra. Y bien sujetos.
Hartado del lequeleque de los medios españoles sobre la cacareada
y aburridora letanía de la independencia de Cataluña del territorio nacional,
me pregunto por qué el gobierno central no acaba de autorizar la dichosa
consulta, y que se haga lo que los catalanes aprueben mayoritariamente. Y se
acabó el problema. Si deciden salir de España, allá ellos, y si no, todos
tendremos que respetar su decisión. ¿O es que España no puede ser, como Canadá
y el Reino Unido, un país civilizado? ¿O es que España, al igual que los
hermanos Castro, va a obligar a los catalanes, en caso de que su mayoría no lo
desee, a continuar siendo parte de un estado al que odian y/o desprecian? ¿Qué
se gana con eso?
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
1 comentario:
Da gusto leerle, compañero de armas blogueras. Por cierto, ¿sería tan amable de definirme el término "lequeleque" que usted utiliza en este artículo y que se oye en mis oídos castellanos y sin mar a lo que debió oír Ulises atado al mástil de su barco?
Un saludo
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