En el edificio donde vivo hay de todo, como en la viña del
Señor. O “como en botica”, refrán tomado de EL TESORO DE LA JUVENTUD,
enciclopedia que tenía mi padre y donde según él mismo adquirió su “sabiduría”,
propia de tantas lecturas y consultas y sobre todo, de su edad, porque su
refrán favorito era “más sabe el Diablo por viejo que por diablo”. Pues eso, en
mi edificio puede encontrarse cualquier tipo de persona. Y hace unos días mi
vecino Conrado, que vive plácidamente con su esposa Isabel formando una pareja
envidiable, me decía: “la convivencia es difícil, muy difícil”, y por venir de
quien venía llevaba implícita una tonelada de razón.
Y es que en este puñetero mundo no hay dos personas iguales,
no físicamente, sino en su totalidad: dos personas nunca piensan, sienten,
hablan, actúan de manera igual, ni siquiera parecida. Sobre todo en lo que
respecta a la manera de pensar y razonar sobre cualquier asunto, y eso se ve
hasta en los amigos más íntimos y que mejor se llevan, que tienen discusiones
cuando no están de acuerdo con algo que el otro (siempre “el otro”) ha dicho o
hecho. Pero cuando la amistad es sincera (muchas veces no lo es) y se tiene esa
varita mágica para conservar amistades (y amores) que es la tolerancia, los
problemas se resuelven discutiéndolos civilizadamente, pues hace rato salimos
de las cuevas y nos quitamos los taparrabos, aunque hay muchísimos que todavía
parecen cavernícolas. Y lo peor, que algunos de ésos tienen mucho poder.
Alguien dijo una vez, con mucha ciencia, que “nada hace más
daño que un necio con poder”, sobre todo si el necio pretende “salvar” el
mundo, afán muy de dictadores de todas las ideologías. Y ese afán de “salvar”,
reducido a niveles más modestos, se ve en ese tipo de amigos que siempre nos
están “enseñando” cómo debemos vivir, actuar, hacer y pensar. Y hasta decir en
muchas ocasiones. Son amigos (aparentemente) que pretenden, porque te quieren,
hacerte un bien, y te sueltan un sermón donde enumeran una serie de puntos que
entienden que tú haces mal o que debes rectificar, porque tu vida se está
convirtiendo en una nave sin rumbo. Verdaderos profetas que en nombre de la
amistad y el cariño que dicen tenerte actúan como aquel que empedró los caminos
del infierno justificándolo con sus buenos deseos de ayudar. Como dijo John, el
de la peli: “con estos amigos no necesitas enemigos”.
Conozco a uno de esos “amigos sinceros” que han convertido
la relación que tienen con otros en un verdadero “magisterio” de enseñanzas,
observaciones, sugerencias y consejos, dejando para otras oportunidades
conversar como realmente conversan dos amigos y no como un profesor con su
alumno “descarriado” al que hay que indicar y hacer ver el buen camino. Pero el
peligro de una relación con uno de estos amigos (que si los tienes, como dice
John, no necesitas tener enemigos) aparece cuando las críticas de ese amigo
pasan a la ofensa gratuita y a endilgarte epítetos inaceptables como “tú lo que
estás es perdiendo tu tiempo, comiendo mierda, de una guanajería (gilipollez)
en otra, y...” etc. Entonces, ¿vale la pena mantener esa
amistad?
Parece muy difícil lo que tan fácil sería para la buena
relación amistosa: ¿por qué no dejar que “el otro” viva como desea, si nos ha
dicho que así como vive se siente muy bien y es feliz? ¿Es que nos creemos
perfectos, infalibles, nonplusultras para decirle a los demás cómo tienen que
vivir?
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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