“Dime cómo ladras
y te diré cómo muerdes” podría ser una especie de glosa al conocido refrán,
pero con otras intenciones más actuales: Kim Jong-un amenaza un día sí y otro
también, y cada vez sus amenazas traen un añadido, como para atemorizar a
quienes, aunque no considera sus principales enemigos, pueden ser dañados con
los misiles con que piensa inundar el mundo. ¿Asustarse? Mejor prepararse,
porsia.
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En España la
corrupción está de moda. Me rindo a la evidencia de que luchar contra ella (al
menos personas sin ningún poder como yo) es tan inútil que no vale la pena
escribir sobre esta moda que parece que ha llegado para quedarse, y sobre la
que tantos otros han escrito y escriben cosas mucho mejores que las que yo
podría escribir. No es que sea modesto, es que tengo cosas más importantes que
atender.
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Es triste la
situación de los policías que tanto se esfuerzan por mantener el orden y
salvaguardar a la población de los posibles daños que pudiera sufrir. Nuestros
policías detienen a diario a delincuentes que sólo sirven para molestar,
atracar, dañar la economía y las personas decentes que tienen que soportarlos
sin remedio. Acción loable de los guardianes del orden. Sin embargo, cuando
esos delincuentes detenidos por la policía llegan ante el juez de turno,
demasiadas veces este personaje siniestro los pone en libertad para que sigan
“jodiendo la marrana”. ¿Cómo es posible que haya jueces que vistos con realismo
más bien parecen delincuentes que no pueden enviar a la cárcel a sus “hermanos”
de oficio?
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Es lamentable que
Su Majestad Don Juan Carlos 1º de Borbón haya declarado ante la televisión (que
no solo se ve en España sino en buena parte del mundo) esta frase infeliz,
incierta, inoportuna: “La ley es igual para todos”. Hasta los idiotas saben que
ni en este país ni en ningún lugar de La Tierra la ley es igual para todos. La
imputación de su hija (la hija del rey) demuestra el poco valor que tienen las
palabras de su padre. Me pregunto con qué intención las dijo, porque el primero
en saber que eso es mentira es el propio Don Juan Carlos. Y con todo respeto,
Majestad.
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Cada día se ven
más jóvenes de ambos sexos con un móvil en la mano que por supuesto tiene
conexión a Internet (el gran entretenimiento). El “vicio” ha llegado al extremo
de que cuando dos jóvenes salen de su escuela, en lugar de continuar caminando
y conversando, se despiden, deseosos de llegar a sus casas para comunicarse
cada cual con el otro
vía móvil con
Whatsapp o algún otro de esos inventos ultramodernos y tan llamativos que hay
quienes dejan de comer para tener un aparato que los mantenga al día en lo que
hacen sus amistades. Pero siempre por esa vía, ya no les interesa tanto verse
físicamente. Nada, que Asimov lo vaticinó: leer la novela EL SOL DESNUDO (The
naked sun). No se arrepentirán. Pero quizás se erizarán al imaginar el futuro
que nos espera.
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Mi amigo Juan
Maguey (el pobre está fastidiado: la vejez no le va nada bien y desde aquí le
deseo que se restablezca cuanto antes) tiene una especie de filosofía que hace
rato estoy por adoptarla, pues con la que está cayendo la humanidad se está
volviendo impertinente, y perdonen si peco de pesimista a ultranza. Dice Juan:
“el que me visita me hace un favor, el que no me visita me hace dos” y así
queda bien con todo el mundo. Y sí, está ok, porque a veces, cuando uno menos
lo desea se le aparece un tedioso de esos que abundan que no tienen otra cosa
que hacer que molestar, interrumpir, y dedicarse a contarle al visitado la
historia de su triste y desgraciada vida con tal énfasis que poco falta para
que salgan sus lagrimitas, y todo para que al final uno, que en el fondo es un
sentimental, le tire un salvavidas, casi siempre traducido en moneda de curso
corriente. Pues sí, Juan: ¡a la porra de don Cristóbal con esos indeseables! Y
se acabó la interrupción...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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