Dicen (aunque yo lo pongo en duda) que Diógenes (el cínico,
no confundirlo con Laercio que es otro personaje) tiró su linterna en un
contenedor, hastiado de buscar un hombre que reuniera las 3 virtudes que según
el filósofo de la antigüedad resucitado por la magia de la imaginación
constituyen la clave para ser considerado un HOMBRE: decencia, honestidad y
honradez, y regresó a su tonel, retomando su estilo de vida de vivir sin bienes
materiales que no fueran su taparrabos y su manta que lo cubría del frío varios
meses cada año. Comprendo que el viejo estuviera cansado y decepcionado, pero
me pregunto si es que este inolvidable y curioso histórico estaría buscando ese
HOMBRE aquí en este bello país, porque los díceres no aclaran en qué zona del
planeta se encuentra, después de su llegada del pasado para seguir con su
intento que no le dio resultados fructíferos en aquella antigua edad en la que
Alejandro de Macedonia conquistaba medio mundo
Buscar un HOMBRE según la definición del hombre que no
guardaba nada junto a sí -aunque muchísimos paisanos aplican el calificativo de
“síndrome de Diógenes” a quien almacena desperdicios, basuras y objetos
inútiles, o sea, lo contrario al personaje del tonel-, es tarea harto dura y
decepcionante, a juzgar por la que está cayendo que nos coloca en una posición
de desesperanza general, ya que un HOMBRE hoy en día es algo tan difícil como
ver un chino pidiendo limosna en nuestras calles. Por cierto, ¿han notado que
no hay un solo chino pidiendo limosnas? ¿Por qué será, eh? ¡Ah! Quizás el mismo
Diógenes pudiera dar con la clave del asunto. Pero en fin, a lo que voy: el
HOMBRE escasea, es mucha verdad, y si lo buscas en ciertos lugares como las
instituciones donde habitan los políticos, ¡Dios te ampare, hijo mío! Ahí,
seguro, no vas a encontrar ninguno.
Y quizás fue esa mala elección la que llevó a nuestro
personaje a tan desastroso desengaño. ¿Cómo va a encontrar un HOMBRE donde sólo
hay malandrines que carecen de esas 3 virtudes que tanto admiraba el Diógenes
impenitente: decencia, honestidad y honradez? Porque aquí el truco está en eso,
en zafarle el cuerpo a las virtudes y enredarse con un modo de vida fácil,
fácilmente hallable en este pobre país nuestro que está incubando cada día más
prolijamente a toda esa caterva de cantamañanas que se pegan a la mamandurria
como sanguijuelas a piel de sangría, y cuesta Dios y ayuda intentar
despegarlos. Intentar solamente, porque lograrlo, ya es cosa de esperar que El
Tato recite de memoria la letra de La Traviata en italiano.
Y así estamos. Y así seguiremos mientras no haya una
limpieza total en la masa de dirigentes políticos, institucionales y estatales
que mantienen con descarada impunidad a cuanto maleante roba el dinero público
para enriquecerse a tope, y alguna que otra vez le hacen un paripé de juicio
amañadito, de una publicidad contratadita, y de un escandalito callejero y
periodístico de poca monta, para al fin de la tormentita quedar libre y
pasearse por las calles (como si fuera ese HOMBRE que buscaba Diógenes,
decente, honesto y honrado), admirado por algunos, respetado por muchos, y
absuelto por sus cúmbilas magistrados que también son salpicados con alguna
cifra de varios dígitos por su impecable, justa e impoluta justicia. Aclaro que
al decir HOMBRE (como seguramente decía Diógenes), incluyo a las mujeres, que
últimamente también están en la pachanga de la corrupción y la impunidad por
ser quienes son. ¡Ay, España, cómo me estás doliendo!...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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